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El último botín nazi, entre basura

Un anciano escondía en un piso de Múnich, entre comida caducada y botellas, 1.500 obras de Picasso, Klee o Matisse valoradas en 1.000 millones
larazon

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Sólo recurriendo a la ficción, a un Indiana Jones en el momento de acceder a la cámara en la que el Arca de la Alianza aguardaba durante siglos, o a un Nicholas Cage ante el gran tesoro de los masones fundadores de EE UU, podemos imaginar el diámetro de las cuencas oculares de los policías que accedieron en 2011 al apartamento del octogenario Cornelius Gurlitt –ya desde el nombre, y no es lo único, su historia parece una novela de Tom Sharpe o John Kennedy Toole–, un piso cochambroso en Múnich, y se toparon con uno de los botines más increíbles de la historia del arte. Apilados uno sobre otro, detrás de un muro de latas de judías, frutas y alimentos en estado de putrefacción, en un desorden insalubre que produciría urticaria a cualquier especialista, el solitario muniqués tenía unas 1.500 obras de arte, una colección fastuosa que incluye obras de Picasso, Otto Dix, Matisse, Kokoscha o Klee, entre otros muchos artistas. «Fuimos al apartamento esperando encontrar algunos miles de euros sin declarar, quizá una cuenta bancaria secreta», explicaba un oficial de Aduanas a la revista semanal «Focus», que publicó la exclusiva del hallazgo, «pero nos quedamos asombrados con lo que encontramos. Desde el suelo hasta el techo, desde el dormitorio hasta el baño, había pilas y pilas de comida pasada en latas y fideos caducados, muchos desde los años 80. Y detrás de todo esto, los cuadros, valorados en decenas, en centenares de millones de euros». En realidad, se quedó corto: el botín artístico puede valer, siempre según la publicación alemana, unos 1.000 millones de euros. Más allá de su valor económico, los expertos que accedieron a la colección no daban crédito a sus ojos, pues muchas de las obras se daban por perdidas desde la II Guerra Muncial, en teoría destruidas por los bombardeos aliados.
De hecho, los historiadores del arte consultados por las autoridades alemanas han situado al menos 300 de las obras como pertenecientes a una exposición que celebró el III Reich para mostrar lo que llamaron «arte degenerado» («Entartete Kunst»), en la que reunieron obras que no ensalzaban los valores heroicos del ideario nazi y que tenían para los jerarcas fascistas resonancias judías o bolcheviques. Lo tremendo es que bajo esa etiqueta entraba casi todo el arte contemporáneo que se estaba realizando en las vanguardias europeas del momento, de Chagall a Emil Nolde, quienes están también representados en la colección descubierta. Tras la muestra, la Comisión del Arte Degenerado recibió la orden de vender las obras para lograr divisas para el régimen, aunque uno de los expertos contratados, el historiador y marchante de arte Hildebrandt Gurlitt, padre de Cornelius, decidió que había otra salida mejor para los cuadros.
Una familia de historiadores del arte
El resto se cree que fueron casi expropiadas –compradas a precios vergonzosos– a judíos adinerados en tratos que incluían una salida del país, dominado por los nazis, durante los años 30 y 40 del siglo pasado. Nacido en 1895, Hildebrandt Gurlitt pertenecía a una familia de raíces artísticas: su padre fue un conocido arquitecto e historiador llamado también Cornelius, su hermano Willibald un conocido musicólogo y su sobrino Wolfgang otro tratante de arte. Al acabar la contienda, Hildebrandt aseguró que su colección había sido destruida durante los bombardeos que pulverizaron la ciudad de Dresde. Gurlitt padre falleció en 1956 en un accidente de tráfico y se llevó su secreto a la tumba, con la excepción, claro, de Gurlitt hijo, que desde entonces ha vivido del botín. Literalmente: el anciano, como si de una película de espías se tratara, no tenía número de la seguridad social ni estaba registrado de forma oficial. No tenía cuentas bancarias, pensiones ni seguros a su nombre. De cuando en cuando, vendía alguna de las obras para ir viviendo. «Es un hombre que no existía», explicaba ayer un oficial de aduanas al rotativo británico «The Daily Mail».
La noticia saltó ayer en la revista semanal alemana «Focus», aunque la historia en realidad arrancó hace tres años, en septiembre de 2010, cuando el propietario del apartamento fue detenido en un control fronterizo rutinario a su regreso de Suiza con 9.000 euros en un sobre. El nerviosismo del anciano Gurlitt, y el hecho de que no existiera referencia alguna en sus bases de datos –Gurlitt ni siquiera existía oficialmente para la Policía alemana–, les llevó a sospechar que pudiera estar evadiendo fondos y los oficiales de aduanas pusieron en marcha una investigación que culminó cuando accedieron en 2011 al piso, un apartamento modesto alquilado en el barrio de Schwabing que resultó ser una «cueva de Alí Babá», como se apresuró ayer a bautizarla la ávida prensa británica. El botín descansa ahora en un edificio de alta seguridad de las aduanas bávaras en Garching, una localidad cercana a Múnich.