En tierra de nadie
Dos son las «claves sociales» desde las que cabe analizar la labor de las galerías de arte: de un lado, en urbes como Madrid o Barcelona, contribuyen con sus exposiciones a subsanar el déficit de recursos de las instituciones públicas, hasta el punto de que el circuito de galerías privadas resulta mucho más atractivo, imprevisible e innovador que el de las salas oficiales; de otro, se muestran más eficaces en la promoción exterior del arte español que la costosa red de institutos Cervantes distribuida por todo el orbe. Por este motivo, la interpretación de la galería de arte como un simple y estandarizado modelo empresarial resulta tan injusta como torpe, en la medida en que su capacidad para infiltrarse hasta el tuétano de los contextos culturales y económicos con los que interactúa es infinitamente mayor que la de cualquier estrategia institucional, por sofisticada que sea.
No es extraño que uno de los mantras que vertebran el discurso de los galeristas sea la falta de sensibilidad de las administraciones a la hora de reconocer una labor de servicio público que, a todas luces, desborda generosamente lo que sería su estricta unidad de negocio. Usualmente se piensa en las ayudas públicas dirigidas al sector galerístico en términos de asignaciones para asistencia a ferias internacionales o de compra de obras –fórmulas ambas que, en estos momentos son del todo inviables–, pero no todo el apoyo que se puede ofrecer finaliza en estos manidos procedimientos.
Además de la urgente necesidad de reconsiderar el tipo de IVA aplicable a las transacciones de obras artísticas, una de las políticas públicas más efectivas es su reconocimiento como industria. Es necesario incorporar a las galerías dentro de las misiones comerciales de los gobiernos central y autonómicos, y visualizar, ante los mercados, las múltiples oportunidades de inversión que ofrece el arte español. El problema de las galerías en España es que se encuentran en tierra de nadie: en tanto que empresas, no son consideradas como «elemento sensible» y a salvar dentro de las urgencias culturales; y, como proyectos de raíz cultural, no llegan a objetivarse como un sector industrial estratégico.