Granados, el más «goyesco» de los compositores
Se cumple un siglo de la muerte del artista, autor, entre otras obras, de «Danzas españolas», un creador quizá no suficientemente reconocido en España.
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Se cumple un siglo de la muerte del artista, autor, entre otras obras, de «Danzas españolas», un creador quizá
no suficientemente reconocido en España.
La historia les recordará al final de una película taquillera e hiperpremiada –«Titanic», concretamente–, con la diferencia de que en este caso todo es puramente histórico, real, sucedido. A las 14:50 del 24 de marzo de 1916, un submarino alemán de guerra torpedeó por error al vapor de bandera francesa «Sussex», al que confundió con un barco minador. El buque se partió por la mitad, con la proa completamente hundida y la popa a la deriva en medio del Canal de la Mancha. En algún punto de la embarcación –se sabe que no fue en sus habitaciones– se encontraban el compositor de fama internacional Enrique Granados Campiña y su esposa Amparo Gal y Lloveras, de regreso a España tras una existosa gira por Estados Unidos. Sólo unos días antes, Granados había tocado en la Casa Blanca para el presidente Wilson, deseoso de escuchar en persona al hombre que había seducido al público de Nueva York con su ópera «Goyescas».
Era el primer viaje por mar de la pareja. Y algo no marchaba nada bien. Por suerte, Enrique Granados acertó a lanzarse al mar a tiempo mientras el buque ya impactado zozobraba, logrando ser izado hasta una lancha de salvamento. Sin embargo, Amparo no había corrido la misma suerte y trataba de mantenerse a flote en medio del mar. Apenas la divisó, su esposo, aquel compositor nacido en Lérida que nunca había aprendido a nadar, se lanzó hacia ella con el objeto de salvarla o correr su misma suerte. Al final de aquel funesto día, Enrique y Amparo se encontraban en la lista de los 80 ahogados por culpa del fatídico error de la armada alemana.
Miedo al agua
«No sólo no sabía nadar, sino que siempre le había tenido miedo al agua», confiesa su nieto, Enrique Granados Aumacellas, de 76 años. Su padre, Enrique Granados Gal, hijo del compositor, a quien perdió con 18 años, sí era, en cambio, un consumado nadador. Había aprendido en el Club de Natación de Barcelona y era marino mercante. La muerte de sus padres en mitad de las procelosas aguas del Canal de la Mancha no evitó –quizás inclusó fomentó, a modo de reto– que Granados Gal se convirtiera en un nadador profesional. «Después de la tragedia tomó conciencia de que si sus padre hubieran sabido nadar, se habrían salvado, por lo que enfocó su carrera a enseñar natación», explica Granados Aumacellas. Su padre llegó a ser Olímpico en Amberes (1920) y París (1924), con el equipo de waterpolo nacional. Además fue campeón de España de natación de 100 metros libres y el primero en introducir en nuestro país la disciplina de «crawl». «Él no era muy hablador, así que no me contaba muchas cosas de sus padres –explica Granados Aumacellas–. Era mi tía Natalia la que me hablaba de mi abuelo. Ella también era pianista y era algo así como la “gobernanta” de muchos recuerdos y papeles inéditos. A mí me hubiera entusiasmado conocerle y disfrutarle».
Entre la música y el agua, Granados Aumacellas acabó por dedicarse a esta última. «Siempre he sido melómano, pero nunca he tenido condiciones para la música. Hace unos años, cuando me jubilé, empecé a tocar el piano. Mi profesor dice que no tengo oídos sino orejas. Al empezar con el piano te das cuenta de lo que significa escribir música como lo hacía mi abuelo». Él siguió la estela de su padre. Y también de su madre, una de aquellas pioneras de la natación femenina en el «machista» Club de Natación de Barcelona de los años 30, que acabó siendo una pionera del Ballet Acuático. «Mi padre la entrenaba y luego se casaron». Unos 20 años después de aquello, Granados Aumacellas era a su vez olímpico. Fue en Helsinki, en el 52. «Yo fui el único que acudió a esos Juegos Olímpicos. Iba junto al equipo de waterpolo. Resultó una experiencia iolvidable. Todo era muy distinto a ahora: las piscinas eran al descubierto, por ejemplo». Compitió en los 400 y los 1.500 metros libres. Finalizó, respectivamente, en los puestos 20 y 4. Su hermano Jorge también fue nadador profesional y su hija mayor, Nuria, compitió en los campeonatos de España absolutos. Toda una rama del gran árbol genealógico de los Granados eligió como medio de vida precisamente aquel elemento que le había arrebatad, el agua.
Pero, como no podía ser de otra manera, la música es la otra mitad indisociable de una familia, los Granados, que trata de conservar la memoria de un compositor que tuvo notables amistades en el gremio, como Claude Debussy, y que, junto a genios como Joaquín Turina, Pablo Sarasate, Manuel de Falla o Isaac Albéniz, llevó el nombre de España por el mundo. Bárbara Granados Simón, bisnieta del artista, espera que la conmemoración del centenario relance la imagen de Granados. «Creo que está bastante olvidado. La generación de mis hijos, por ejemplo, no lo conoce. Los amigos de mi hijo dicen “Ah, el de la calle”... (por el rótulo de una importante vía en Barcelona). Le quedaron muchas cosas por hacer. Si hubiera vivido tanto como Pau Casals, por ejemplo, hubiera hecho mucho más».
Un centenario a la vista
Bárbara dirige una productora musical en la Ciudad Condal. Su actividad creativa la ha llevado por caminos muy diversos a los de su bisabuelo: «A mí me gusta la música de Nino Rota o de circo, además de muchas otras cosas. También he hecho muchos encargos en rock u otros estilos. El clásico no era mi vertiente, pero a partir del centenario estoy preparando diversas cosas». Por ejemplo, un espectáculo sobre las cartas de amor de Enrique Granados a Amparo Gal o unas adaptaciones de marchas militares para la Banda Real. «Hay muchas piezas descatalogadas, mucho por trabajar y descubrir», señala. La vena musical de Bárbara, que arranca evidentemente con el bisabuelo, entronca a su vez con Eduardo Granados Gal, hijo del compositor y, a la sazón, reconocido músico. Destacó en el campo de la zarzuela y llegó a estrenar seis espectáculos en Barcelona y Madrid en los años 20. «Pero también murió muy joven, de tifus o tuberculosis, a los 34 años», apunta su nieta. Entre los bisnietos, además de Bárbara, sus primos Jorge y Alicia han trabajado de forma más o menos profesional en otra disciplina artística relacionada con la música, el ballet y la danza. El resto de descendientes, cuya última generación suma más de 30 individuos, ha dedicado sus días a la pintura, la gestoría, la biología o el control de vuelos. A todos les une el orgullo por el apellido fundacional de la saga. «Espero que con este año y el que viene, con toda la programación, llegue más su obra al público –confía Enrique Granados Aumacellas–. Yo he viajado por el mundo asistiendo a conciertos y me doy cuenta de que en ese ámbito es conocido y apreciado el nombre de mi abuelo, a veces me parece que lo es incluso más en el extranjero. Siempre es curioso cuando alguien, al oír mi nombre, me pregunta si tengo algo que ver con el compositor. La única pena en relación a mi abuelo es que muriera tan joven. Si hubiera vivido tanto como Richard Strauss, que era de su quinta más o menos, hubiera sido genial».
Los homenajes en recuerdo de Granados se sucederán entre este año y el próximo. Hoy, sin ir más lejos, el Carnegie Hall de Nueva York le rendirá un homenaje con el pianista José Menor, con un programa dedicado totalmente a «Goyescas», su obra cumbre: «La suite ‘‘Los majos enamorados’’ es la obra más importante de piano de Granados. Además, está relacionada con el mundo goyesco que tan importante fue para el compositor. Estas obras prácticamente no se interpretan nunca y yo lo haré sin interrupción, como el primer bloque del programa, después la suite y, para terminar, ‘‘El pelele’’». Será el debut de Menor, pianista con una amplia trayectoria, en un recital completo solo.