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La decepción que llevó a colaborar con el nazismo

David Alegre Lorenz escribe un profundo ensayo sobre las razones que llevaron a apoyar a Hitler fuera de Alemana
NARA
La Razón
  • David Solar

    David Solar

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«Mi objetivo ha sido iluminar los aspectos más destacados del colaboracionismo y las formas de dominación del Reich, junto con las diferentes concepciones del Nuevo Orden y las políticas del fascismo europeo en su intento de hacer realidad sus proyectos», escribe el profesor David Alegre Lorenz en su prólogo a Colaboracionistas. Europa Occidental y el Nuevo Orden Nazi (Galaxia Gutenberg) para lo cual «se sumerge en la realidad de los aliados del Tercer Reich dentro de los países ocupados de Europa Occidental: Francia, Valonia, Flandes Países Bajos, Dinamarca y Noruega, así como también en la España franquista, situada bajo la esfera de influencia alemana desde la guerra Civil».
El historiador presenta una visión tan novedosa como profunda de la relación entre el colaboracionismo y el Tercer Reich y de la consideración que el ocupante tenía sobre sus útiles colaboradores. No había grandes simpatías o afinidades ideológicas entre ellos, sino, más bien, una cuenta de pérdidas y ganancias; para el colaboracionismo fue, en la mayoría de los casos, una forma de adquirir seguridad, poder o fortuna o de sostener posiciones de privilegio. El ocupante no simpatizó gran cosa con el colaboracionista: no contó con él para organizar la política de la ocupación, le utilizó, le comprometió y le abandonó cuando ya era inservible; peor aún, se infiltró en sus estructuras y las desarticuló para beneficiarse de ellas en una política de «divide et impera», actitud que Hitler admiraba mucho en la política imperial británica, sobre todo en la India. El autor concluye: «El colaboracionismo fue simple y llanamente una expresión más de un proceso muchísimo más vasto de depredación y movilización de los recursos humanos y materiales del continente en beneficio de la maquinaria de guerra alemana».
Todas las facetas estudiadas resultan interesantes, pero me he detenido en el caso francés por su relevancia, por su vecindad e influencia en España y por el peso que a la postre tendría el fenómeno contrario, la resistencia, un coladero de colaboracionistas cuando el declive alemán les aconsejó asegurar su futuro. Del fenómeno de «la Resistencia», real o fabricado, se alimentó la gobernación de Francia durante medio siglo. Entre los famosos resistentes sin tacha estuvo Jacques Chaban Delmas, que en la posguerra fue ministro, primer ministro y alcalde de Burdeos durante medio siglo. Otros registraron más sombras: Georges Pompidou tuvo relaciones con el régimen colaboracionista de Vichy y luego se convirtió en figura del gaullismo para terminar siendo presidente; cerca de Vichy estuvo François Mitterrand, socialista, que alcanzó la presidencia. Y otros ejecutaron la represión colaboracionista de Vichy y, también, la de los gobiernos nacidos de la Francia Libre, como Maurice Papon. Estos asuntos están muy investigados y el libro no los aborda, sino que va a las raíces, a las estructuras y alcances de las organizaciones conservadores o fascistas, que nutrieron el colaboracionismo.
Derrotada Francia, el país fue divido por el Tercer Reich en una zona militarmente ocupada que comprendía dos tercios del territorio, incluyendo su fachada atlántica y la capital, París; y, en otra, el tercio sur/este, no ocupada tras el armisticio del 22 de junio de 1940, que permaneció bajo el Gobierno del Mariscal Pétain, establecido en la ciudad balneario de Vichy, con el apoyo general de Francia, debiendo recordarse que Pétain incluso tuvo a su favor el voto del 77% de los diputados de izquierda. El muñidor de la política colaboracionista fue Pierre Laval, presidente del Consejo, que trabajó por conseguir un acuerdo con el Tercer Reich convencido de que Hitler ganaría la guerra y de que la colaboración sería para Francia la única vía de salvación en el general desastre provocado por la derrota. En consecuencia, las primeras medidas del régimen de Vichy consistieron en suspender «las Cámaras y las libertades democráticas, incluida la ilegalización de los partidos políticos, a los cuales culparon públicamente de ser los responsables de la decadencia de Francia y, por tanto, de la derrota de 1940. Un discurso que abrazaron millones de franceses, incluidos, por supuesto los fascistas»...
El autor encuentra alguna de las razones del colaboracionismo en la decepción por la derrota, por la desastrosa situación y por la pésima conducción militar frente a la brillante ejecutoria de las armas y soldados alemanes. Uno de los testimonios estudiados, el del marsellés André Bayle, contraponía la «desastrosa» imagen de sus tropas con los «entusiastas y bien entrenados soldados alemanes». Bayle, claro, terminaría como voluntario en las Waffen SS. Y hubo millares de casos: diversas organizaciones de reclutamiento – de las que la más relevante fue la División Charlemagne– enrolaron a unos 20.000 franceses, los últimos de los cuales terminaron combatiendo en la batalla de Berlín, en abril de 1945 y, después, en el cautiverio soviético. Los pocos que sobrevivieron trataron, si fueron prudentes, de pasar desapercibidos pues, a partir de 1943, el potente fenómeno «maquisard» se disputaba su eliminación.
Con todo, a los franceses les fue relativamente bien bajo la presidencia de Pétain mientras brillaron las armas nazis: porque «Vichy contó con una capacidad de decisión casi total» mientras los intereses alemanes no corrieron peligro, cosa que comenzó a ocurrir tras la «Operación Torch» (desembarco Aliado el Norte de África) en noviembre de 1942, al que Berlín reaccionó con la «Operación Anton», la ocupación germano/italiana del litoral mediterráneo francés y de Córcega.
También afectó a la Francia Libre, abriendo aún más su territorio a la Gestapo y a las iniciativas antisemitas de algunos colaboracionistas, la decisión del extermino de los judíos adoptada en Wansee a comienzos de 1942. Pero debe considerarse que el régimen de Pétain, pese a sus leyes antisemitas y sus muchas complicidades con el antisemitismo nazi, constituyó un refugio: en 1940 vivían en Francia unos 350.000 judíos, de los cuales 75.000 perecieron en los campos de exterminio (21,4%), cifra terrible, pero muy inferior a la padecida por otros países occidentales ocupados como Bélgica (40%) o Países Bajos (64%).
Otro de los aspectos interesantes de la obra es la creación de la «Milice» por el Gobierno de Vichy, a finales de enero de 1943. Fue una especie de policía paralela para protegerse, fundamentalmente, de la creciente resistencia, del «Maquis» que llegó a reunir más de 30.000 milicianos y cuya «trayectoria no estuvo exenta de tensiones internas, no solo por las diferencias de parecer respecto a los métodos a seguir, sino también por los clásicos conflictos entre los fascistas franceses, que también pasaron a disputarse el control de la “Milice”». En algunos momentos, la confrontación armada del Maquis con la «Milice» tuvo facetas de guerra civil.
Muy sugerente es una de las conclusiones: «En amplios aspectos, la Europa de hoy es un fruto de lo que ocurrió en los años cuarenta... El Lepenismo hunde sus raíces otros movimientos neofascistas como Ordre Nouveau, por el que pululaban personajes como Roland Gaucher (Goguillot) uno de los ideólogos del fascista Rassemblement National Populaire (RNP), dirigido por Marcel Déat, colaboracionista relevante, que fue ministro en Vichy y uno de los fundador de la Legión de Voluntarios Franceses (LVF) en la que se enrolaron unos seis mil franceses que combatieron junto a las Waffen SS. Déat, condenado a muerte en la posguerra, se escondió hasta su muerte, en 1955, al parecer en un convento italiano».
  • Colaboracionistas (Galaxia Gutenberg), de David Alegre, 584 páginas, 28 euros.

EL CASO PAPON

El caso más extraordinario de transformismo colaboracionista/resistente fue el de Maurice Papon, que desempeñó para Vichy la Secretaría General de la prefectura de Gironda, donde se ocupó de los asuntos judíos. Las investigaciones han determinado que deportó a 1.645 judíos franceses –su celo excedió las órdenes incluyendo a centenares de niños– la mayoría de los cuales pereció en los campos de exterminio nazis. En el declive alemán se fabricó un pasado resistente y gaullista tan notorio que en 1949 fue destinado a Argelia como prefecto donde parece que el único sistema investigador de su policía fue la tortura de los independentistas. Y eso le sirvió para escalar a la prefectura de París, donde el 17 de octubre de 1961 reprimió la manifestación, convocada por el FLN, de unos 30.000 argelinos. Oficialmente hubo tres muertos, centenares de heridos y no menos de 10.000 detenidos... Seis décadas después, el presidente Macron aún no ha ordenado que se abran los archivos donde podrían ocultarse hasta tres centenares de muertos y un millar de heridos. El silencio encubridor del Gobierno, incluyendo al presidente De Gaulle, permitió a Papon seguir su cabalgada por la política francesa como diputado, ministro y alcalde, hasta que fue derribado por «Le canard Enchaîné», que publicó en 1981 documentos demostrativos de su complicidad en el Holocausto. Muestra de lo resbaladizo que sigue siendo en Francia el tema colaboración/resistencia es que el proceso se prolongó hasta 1998, en que fue condenado a diez años de cárcel, culpable de crímenes contra la humanidad. Solamente cumplió tres a causa de su avanzada edad y mal estado de salud. Falleció en 2007 a los 97 años.