Cultura

El laberinto de la Historia

Pablo Rada, el gran olvidado del vuelo del “Plus Ultra”, una de las mayores gestas de la aviación mundial

Fue el amigo acostumbrado a jugarse la vida por su jefe sin que nadie más que él lo supiera

Pablo Rada fue un hombre menudo de 1,67 metros y 60 kilos
Pablo Rada fue un hombre menudo de 1,67 metros y 60 kilosLa Razónfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@40deb465
La fecha: 1969. Pablo Rada Ustarroz, el benjamín del grupo liderado por Ramón Franco que coronó la gesta del hidroavión «Plus Ultra», sigue siendo hoy el gran olvidado.
Lugar: Los Molinos. El general Franco, pese a su ideario republicano, le dejó regresar a España para que muriese en su patria tras más de treinta años de penoso exilio.
La anécdota. Murió en soledad, un 18 de abril, en el hospital de tuberculosos de la Marina, situado en plena sierra madrileña, en el término municipal de Los Molinos.

Cuando se cumplen 96 años de una las más grandes gestas de la historia y de la aviación mundial, la coronada por el hidroavión «Plus Ultra» a los mandos del comandante Ramón Franco Bahamonde, el hermano maldito de Francisco Franco, constituye un deber de justicia rescatar del olvido al cuarto miembro de la expedición: el mecánico Pablo Rada Ustarroz. Nacido en Caparroso (Navarra) el 29 de junio de 1902, Pablo Rada contaba así 23 años y era el benjamín del grupo liderado por el comandante Ramón Franco e integrado también por el capitán de artillería Julio Ruiz de Alda y el teniente de navío Juan Manuel Durán.

Rada no era militar profesional, sino un humilde soldado de reemplazo que había jurado bandera en febrero de 1924 y que muy pronto se aficionó a la mecánica culminando con brillantez un curso intensivo en la Escuela de Aviación de Cuatro Vientos. Ramón Franco le conocía de sobra y admiraba su singular valor. De hecho, Rada ya le había sacado de más de un apuro. Como el día en que, durante un vuelo de reconocimiento, el avión que tripulaban fue alcanzado por el fuego enemigo al sobrevolar Marruecos. Rada no se lo pensó dos veces y trepó por la escalerilla del motor como una ardilla en pleno vuelo para arreglar la avería.

Al regresar a la cabina, tras ímprobos esfuerzos, una bala le rozó un brazo, provocándole una herida leve. A su regreso a la base, tuvieron que ordenarle que se sometiese a una cura de urgencia y él obedeció resignado. El propio Ramón Franco explicaba así por qué pensó en él para que le ayudase a realizar su gran sueño de atravesar el Atlántico Sur desde el puerto onubense de Palos de la Frontera hasta amerizar de milagro, dos meses después, en Buenos Aires a bordo de una auténtica cafetera volante: «Lo que yo necesitaba para mi vuelo lo tenía Rada: confianza ciega en mí, salud fuerte, inteligencia, peso reducido, desinterés, sacrificio, arrojo hasta la temeridad, hombre de pocas palabras como soy yo, y, por otro lado, necesitaba recompensar los peligros de la guerra, a quien en vuelo muchas veces las balas contornearon su silueta; que otras veces, con grave peligro, se salía en vuelo por las alas y cubierta a evitar que una pequeña avería reparable pudiera convertirse en algo irreparable, sin preocuparse ni de quemaduras producidas por el escape, ni de que una hélice pudiera alcanzarle (como le pasó en una pierna, que lo tuvo un mes sin poder hacer servicio), ni que pudiera la velocidad de la marcha precipitarlo en el espacio».

Rada fue el compañero, el amigo acostumbrado a jugarse la vida por su jefe sin que nadie más que él lo supiera. Era menudo, pues medía 1,67 metros y pesaba sesenta kilos, vivaracho, muy inteligente y muy alocado también, pero sentía verdadera devoción por Ramón Franco. La culminación de la increíble gesta dio rienda suelta a la leyenda de este y en mucha menor medida a la del capitán Julio Ruiz de Alda y el teniente Juan Manuel Durán. Pero Pablo Rada quedó relegado por completo al olvido, como una especie de sombra fantasmal.

Años después, de los cuatro tripulantes del «Plus Ultra» solo Rada, precisamente, quedaba con vida hasta su muerte en soledad acaecida el 18 de abril de 1969 en el hospital de tuberculosos de la Marina, situado en plena sierra madrileña, en el término municipal de Los Molinos. El general Franco tuvo la deferencia, a pesar de su ideario republicano, de dejarle regresar a España para que muriese en su patria tras más de treinta años de penoso exilio. Rada fue inhumado así finalmente el 19 de abril en el panteón de Marina (sepultura 18, piso 1º) del cementerio de Los Molinos sin que exista hoy inscripción alguna en su lápida, tal y como pude comprobar al visitar su sepultura mientras componía mi libro «Franco, el republicano».

Sus tres compañeros del «Plus Ultra» habían fallecido a esas alturas de forma violenta: el teniente Juan Manuel Durán, mientras realizaba unas maniobras rutinarias meses después de atravesar el Atlántico Sur con sus compañeros; Julio Ruiz de Alda, asesinado vilmente en la cárcel Modelo al comienzo de la Guerra Civil española; y Ramón Franco Bahamonde, tras despegar en su hidroavión de la base militar de Pollensa, en Palma de Mallorca, mientras se hallaba al frente de la aviación nacional en Baleares en su último vuelo y que llegó a decirse que había sido saboteado.

ESCÁNDALO EN LA LOGIA

Cuatro años después de la hazaña del «Plus Ultra», Ramón Franco ingresó en la logia Plus Ultra nº 452 de París, integrada en la disciplina de la Gran Logia de Francia. Su propia esposa, Carmen Díaz, corroboraba la pertenencia de su marido a esta sociedad secreta: «Bajo la disciplina de la Gran Logia de Francia, existía desde 1913 una de habla española llamada, por curiosa coincidencia, Plus Ultra. Allí fue iniciado Ramón». Como todos los profanos, debió pagar 300 francos al iniciarse en la logia. Pablo Rada desembolsó también su cuota correspondiente, pero no pudo ingresar finalmente por una causa de fuerza mayor: la víspera del solemne acto de iniciación fue sorprendido cortejando a la mismísima esposa del Gran Oriente. El escándalo traspasó las paredes de la logia, convirtiéndose en la sarcástica comidilla de no pocos republicanos españoles que se daban cita en los cafés Napolitain y Gramout.