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La profesora judía que desafió y escapó de la Alemania nazi

Anna Essinger, aterrorizada por el objetivo educativo de Hitler, huyó del nazismo en 1933 tras la planificación de una fuga de película y junto al profesorado de la escuela y sus alumnos
François-Edmond Fortier

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Es muy mala señal que un partido tenga un excesivo empeño en asaltar la educación. Esa obcecación responde al deseo de conformar las mentes de los más jóvenes para asentar su proyecto político. No importa la instrucción, sino el adoctrinamiento. Pasa en todas las religiones seculares, como el nacionalismo, el comunismo y el nacionalsocialismo.
Una consulta al «Mein Kampf», de Adolf Hitler, publicado en 1925, nos depara frases que se escuchan hoy en boca de algunos fanáticos nacionalistas. La educación, decía el nazi, sirve para «nacionalizar» a un pueblo, lo que consiste en que sepa apreciar la grandeza cultural y política de su patria, porque «solo se puede luchar por aquello que se ama».
La escuela es así concebida como una fábrica de patriotas, o de luchadores comunistas. Lenin, en su conferencia a las juventudes del partido, en 1920, dictaba que la escuela tenía la misión de transmitir «la ciencia del comunismo» para formar revolucionarios. No existen hoy esos dos totalitarismos, pero sí persiste la idea de la educación como un lugar de adoctrinamiento de buenos ciudadanos en consonancia con la moral oficial y los principios políticos del sistema. Por eso es bueno rescatar a aquellos que se enfrentaron a esos totalitarismos en el ámbito educativo, porque son ejemplos de democracia y de respeto a los derechos humanos.
Deborah Cadbury ha sacado a la luz, en su libro «The school that escaped the nazis. The true story of the schoolteacher who defied Hitler» (2022), el ejemplo de Anna Essinger, que trasladó toda su escuela de la Alemania nazi en 1933. La maestra era de origen judío y formada en Estados Unidos. Con 20 años había ido allí a estudiar invitada por su tía. Se matriculó en la Universidad de Wisconsin y sacó un título de maestra. Esa estancia en Estados Unidos fue determinante para la concepción humanitaria de la educación. Estuvo en una misión de ayuda cuáquera, auxiliando a los pobres. A su vuelta a Alemania ya no pudo separar la tarea educativa de la ayuda a los necesitados. En su propio país organizó cientos de comedores escolares para niños hambrientos.
Años después, en 1926, siguiendo las enseñanzas de María Montessori, abrió un internado cerca de Ulm, su ciudad natal. El espíritu era igualitario y humanista en el que el principio era amarse los unos a los otros, y, si no era posible, «al menos respétense», decía Essinger, a la que llamaban «Tante Anna» (Tía Ana).
Essinger conocía los objetivos de los nacionalsocialistas. Había leído «Mein Kampf» y quedó aterrorizada cuando el NSDAP llegó al poder en enero de 1933. Las nuevas autoridades exigieron que colocara una bandera con la esvástica en la puerta de su escuela. Poco antes, Kurt Hahn, famoso educador judío, fundador de la Escuela Salem en Baden-Wurttemberg, había sido arrestado. Entonces se temió lo peor. Decidió salir del país. La peculiaridad del caso es que se trasladó con sus alumnos. Pidió permiso a los padres, y la mayoría aceptó.

Planeada durante seis meses

El sistema que usó Essinger para salir de Alemania con sus alumnos es digno de una película. Planificó durante seis meses la huida. Solicitó hacer un viaje de estudios de toda la escuela. Tras pasar los requisitos burocráticos, dividió al personal y al alumnado. El día señalado, los grupos se dirigieron sin llamar la atención a las estaciones de tren a lo largo de tres rutas ferroviarias. Los profesores tenían asignado un trayecto e iban recogiendo a los alumnos. El miedo a la Gestapo les acompañó todo el tiempo. El plan era que luego llegaran las familias, pero el cierre de fronteras lo impidió. Muchos de aquellos niños no volvieron a ver a sus padres. Essinger se estableció en octubre de 1933 en Kent, condado de Inglaterra con una frontera marítima con Francia, y más adelante en Shropshire, con financiación de los círculos judíos y cuáqueros. Allí funcionó la Bunce Court School. Llegó con seis maestros y otros seis alumnos de último curso. A las dos semanas llegaron 65 niños más. En realidad, se trataba de refugiados, en su mayoría judíos, que huían del nazismo.
Cuando estalló la guerra fueron llegando en oleadas, y sobre todo al terminar, porque aparecieron los menores supervivientes de los campos de concentración y exterminio. Hubo una operación internacional de rescate, llamada Kindertransport, que sacó a 10.000 jóvenes judíos de la Europa en guerra. Unos cuantos fueron a Bunce Court. En 1948, al cerrar sus puertas, habían pasado por allí casi mil alumnos. Entre ellos estuvo Richard Sonnenfeldt, principal intérprete del fiscal norteamericano en los juicios de Nuremberg. También la inmunóloga Leslie Brent, que trabajó con el Premio Nobel Peter Medawar.
El trato con los chicos fue determinante, incluso de terapia. Subalimentados muchos de ellos, había que ir adecuando su dieta a la reconstrucción de sus estómagos. Comidas ligeras para una sencilla digestión y menús especiales. Uno de ellos, por ejemplo, no podía comer verduras porque tenía el trauma de haber ingerido hierba para sobrevivir en el campo nazi. Otros tenían accesos de furia contenida durante mucho tiempo. En una ocasión, uno se enfrentó al profesor de gimnasia. Le gritó e insultó. El educador lo abrazó y el niño le escupió en la cara. La reacción fue crucial: el maestro le dijo que podía soltar toda la rabia que quisiera. Después de seguir escupiendo y gritando, el chico se echó a llorar.

Una educación innovadora

El mantenimiento de la escuela fue muy difícil. No tenían ayudas suficientes, ni comprensión del gobierno. De hecho, Essinger recibió un aviso oficial de desahucio con tres días de antelación cuando estaban instalados en Kent. La guerra con Alemania no les hizo simpáticos a los lugareños, que los trataron con desprecio, ni las autoridades ayudaron mucho. A partir de 1940 fueron considerados «extranjeros enemigos». Los inspectores educativos fueron bastante duros. Se quejaban de las instalaciones eléctricas y la del agua, así como de la cocina. Essinger necesitaba el sello oficial de aprobación de su escuela para recibir alumnos británicos, que sí pagaban la educación y que ayudaban a mantener la institución. La solución fue convertir al profesorado en carpinteros, electricistas y agricultores de fin de semana, lo que permitió solventar los problemas y conseguir alimentos.
Cadbury, la autora del libro, recoge lo que llama «espíritu de Bunce Court». La escuela de Essinger tenía un sistema educativo muy innovador, en el que se trataba a los alumnos como personas. No solo daban clases, sino que realizaban tareas en el colegio, como carpintería, jardinería o dar de comer a las gallinas. Era una formación integral, pegada al terreno, a la vida real. En las aulas los temas eran tratados de forma abierta, dialogante, que obligaban al alumno a asimilar los conocimientos a través de la reflexión y de la elaboración de argumentos.
La obra de Cadbury está construida con testimonios directos de entrevistas y cartas. El resultado resulta una historia conmovedora. Es el relato de unos niños que lucharon para salir adelante contando con la inestimable ayuda de una maestra y de sus colegas docentes entregados a su profesión. Es la prueba de que la escuela no está para hacer patriotas o revolucionarios, sino personas capaces de enfrentarse a la vida con dignidad y alegría. Essinger tenía la concepción de la enseñanza como un apoyo, como una guía individualizada adaptada al alumno, no como una horma a la que someter a los niños.

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