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María Gertrudis Hore, la poeta que pasó del exceso al convento

Su vida siempre estuvo sumida en un clima de fantasía hasta que las investigaciones la elevaron al altar de las firmas dieciochescas
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La Razón
  • Isabel Cendoya Díaz

    Isabel Cendoya Díaz

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Nacida en 1742 en el seno de una familia burguesa gaditana y a pesar de no poder acceder a una educación oficial, María Gertrudis Hore logró obtener una esmerada formación gracias a sus padres, que la rodearon de los mejores profesores posibles. La burguesía era por aquella época un nuevo grupo social surgido del desarrollo de una economía cada vez más liberalizada, que permitía mover mucho más capital. Además, Cádiz se encuentra en pleno proceso de convertirse en la cuidad comercial más importante de toda la Península, desplazando de su primer puesto a Sevilla. Esto es debido a que importantes instituciones que se ubicaban en Sevilla pasarán en el XVIII a establecerse en Cádiz, como sucederá, por ejemplo, con la Casa de la Contratación de Indias, una organización cuyos orígenes pueden remontarse a principios del siglo XVI y que tenía por labor encargarse del control aduanero de América. Todo lo que fuese a América debía pasar por la Casa de la Contratación por lo que se dejaban anotadas las personas y objetos que se transportasen, dando así lugar a una de las mejores fuentes de investigación para la historia de América. Esta documentación se encuentra actualmente en el Archivo de Indias, en Sevilla.
Los padres de María eran de procedencia irlandesa, al igual que otros personajes de la época, como Ricardo Wall o el Conde O’Reilly. Esto se debe a que varias familias se vieron forzadas a huir de su tierra el siglo pasado debido al acoso de los ingleses, que buscaban anexionarse Irlanda, lo que representaba entre otros problemas el conflicto religioso entre los católicos irlandeses y los anglicanos, que marginaban a los primeros.
En 1762 contrajo matrimonio a la edad de diecinueve años. Aunque no se sabe con certeza, es posible que de esta unión surgiera un hijo que, como solía ser habitual hasta hace no tanto, moriría en la infancia de las viruelas, la enfermedad más mortífera del siglo XVIII. Prácticamente todas las personas infectadas no sobrevivían a ella. Es más, la viruela, cuya mortandad no emperezará a disminuir hasta la implantación de la vacuna a finales de siglo, será la razón por la que las personas se maquillarán en aquella época, para disimular así las marcas que dejaba en el rostro.
María se rodeó de un ambiente intelectual y culto, de salón y tertulia, algo muy extendido en el siglo XVIII. Frecuentó, por ejemplo, la tertulia del importante marino Antonio de Ulloa. En los años siguientes, hacia mediados de los setenta, María debió de partir a Madrid en donde, tras una escasa presencia en la corte, ingresó en el convento de clausura de las monjas descalzas de la Purísima Concepción de Cádiz en 1778 como Sor María de la Cruz, debido a las consecuencias de sus relaciones extramatrimoniales. Si sus palabras son sinceras, sabemos que al menos estaba arrepentida.
Así debió ser, pues desde entonces llevó entre sus hermanas una vida ejemplar, continuando su afición a la poesía. De hecho, sus escritos comenzaron a publicarse en varios periódicos como El Correo de Madrid y Diario de Madrid, además de otros provinciales, hacia finales de siglo. Murió a los cincuenta y nueve años en 1801.
Respecto a su poesía, esta siempre refleja la vida de la autora. Se puede dividir en dos grandes grupos, teniendo como punto de inflexión su entrada en el convento. En un primer momento, María escribe poemas de temática amorosa siguiendo la moda rococó del momento, con un estilo totalmente libre, imaginativo y lírico. Con los años, su tono se irá tornando en uno más serio, acorde con los nuevos gustos neoclásicos que se estaban imponiendo y que debió conocer en las tertulias a las que asistía. De hecho, gracias a ellas se producen sus primeras publicaciones. Sin embargo, se cree que pocos escritos suyos son los que se conservan.
Tras su ingreso, María cambia la temática de su poesía. Ya no le importan las relaciones humanas sino su relación con Dios. Sus poemas están repletos de misticismos que buscan la vida eterna y quieren desprenderse de todas las pasiones terrenales y otras superficialidades. Busca una nueva luz mediante el uso de otras fórmulas poéticas que no había usado con anterioridad. Gracias a estas poesías logró ser reconocida por sus contemporáneos, quienes le otorgaron el título de «Hija del Sol».

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