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Blanca de Castilla, la madre del santo-rey Luis IX de Francia

Tras la muerte de su esposo, y mientras su hijo llegaba a la edad adecuada, fue nombrada regente, realizando grandes gestiones y obteniendo finalmente una gran fama
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La Razón
  • Isabel Cendoya

    Isabel Cendoya

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Fue la quinta hija de los muy importantes reyes Alfonso VIII de Castilla, quien venció en Las Navas de Tolosa (1212) y Leonor de Plantagenet, un matrimonio que vivió en armonía y, que en un primer momento, entregaron su hija a una tal señor Sancha López. Unos años después, siguiendo ciertas costumbres de la época, le confiaron la tarea de educar a su hija a unos nobles ricos procedentes de Carrión de los Condes, Palencia, cerca de su familia que entonces se hallaba en la zona. La familia seleccionada fue la de los Castro, uno de los linajes Castellanos más poderosos y entonces enemiga de los Lara, el otro gran linaje de la época y que estaba desempeñando un papel político importante.
Solía ser común, hasta no hace tantos siglos, acordar enlaces matrimoniales entre príncipes aunque estos fueran muy pequeños. Así se podía planificar a largo plazo una política de alianzas. Esto le sucedió a Blanca que, habiendo nacido en 1188, ya en el año 1200 se le comprometió con el futuro Luis VIII, con el que tan solo se llevaba unos meses. Gracias a ello se pudo establecer la paz entre Inglaterra y Francia, pues Blanca era la sobrina por parte de madre del rey de Inglaterra, Juan sin Tierra.
Para el matrimonio, Blanca aportó una dote de varios feudos, que serían reversibles si los esposos no tenían descendencia. Efectuó su viaje hasta Burdeos en compañía de su abuela Leonor de Aquitania, la que debía ser la reina más famosa de la época, que había venido desde la zona de Anjou hasta la Península, cruzando los Pirineos con 80 años, para decidir cuál de sus nietas sería la mejor para el enlace. Al separarse, Blanca prosiguió su viaje hasta París, en donde fue bien recibida por la familia real. No conocemos la primera impresión que se llevaron los novios pero sí que su matrimonio se celebró el 23 de mayo del 1200.

Una que no se amedrenta

Los años transcurrieron y Blanca, que mientras tanto mantenía una buena correspondencia con su familia, especialmente con su hermana Berenguela, no había destacado en mayor medida en la corte. Su tiempo llegaría a partir de 1223, año en que muere Felipe II Augusto y pasar a ser rey de Francia su esposo, quien inesperadamente moriría tan solo tres años después. Afortunadamente ambos ya habían tenido ocho hijos, de los que sobrevivían seis, un número sorprendente para la época. El heredero de su marido, Luis VIII, era su hijo homónimo que, tras su muerte, será canonizado por el papa Bonifacio VIII en 1297, tan solo veintisiete años después de morir.
Pero en aquel entonces el futuro rey-santo tan solo contaba con doce años, demasiado joven para ser rey, por lo que fue nombrada regente la propia Blanca. Sin poder sufrir la muerte de su esposo, la reina Blanca tuvo que enfrentarse a rebeliones nobiliarias ansiosas de poder que aprovechaban la debilidad política del reino debido al fallecimiento del rey. Sin embargo, encontrarían en ella un adversario que les hizo frente de tal forma que, tras unos años, le entregó el reino completamente pacificado a su hijo. Obtuvo, debido a sus excelentes gestiones, una gran fama: consiguió concluir la cruzada contra los albigenses, una rama extremista-asceta del cristianismo a lo que se sumaron algunos nobles, aprovechando la ocasión para buscar la independencia del Sur de Francia. Es también gracias a Blanca que se logra restituir la paz y se reintegran esos territorios a los del resto de Francia.
Al alcanzar su hijo la mayoría de edad, Blanca fue su consejera y su propio hijo siempre la tuvo en gran estima. De hecho, es gracias a ella que él sintió desde pequeño una gran devoción. En realidad, toda su familia tuvo una piedad ejemplar, lo cual es comprobable gracias al hecho de que tanto Blanca como su hermana Berenguela tuvieron hijos que además de reyes, son santos. Es más, cuando Luis partió rumbo a la VII cruzada, dejó el reino en manos de su madre, por lo que fue regente una segunda vez. Tras cuatro años, la reina madre falleció en la abadía de Maubuisson, que había sido muy favorecida por ella, siendo el aspecto más destacado de su vida la dedicación a su propia familia, obsequiándonos con el rey que construyó la Sainte-Chapelle, la capilla más radiante del gótico francés, en donde Luis decoró algunas columnas con castillos de oro en honor a su madre, Blanca de Castilla.

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