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Historia

Alfonso XIII, el rey más allá del mito

El doctor en Historia Contemporánea y escritor Zorann Petrovici revela el papel humanitario de un monarca que, a pesar de siempre resaltar sus fracasos, tuvo gran influencia internacional

Alfonso XIII reinó desde su nacimiento hasta la proclamación de la Segunda República, en 1931 AFP

Su marido cayó herido el 28 de agosto de 1914 en el frente de Charleroi y desapareció. No tuvo más noticias suyas. No recibió una carta, ni un informe. Sin pistas, ella se hundió en la tristeza. Llamó a todas las puertas, esperó infinitas colas, hizo mil veces la misma pregunta sin encontrar una respuesta. Nadie sabía nada. Decidió entonces escribir al rey de España para pedir ayuda. Alfonso XIII contestó con celeridad que haría todo lo posible por descubrir el paradero de su marido. Una semana después, la mujer francesa recibió una carta. Era de la Oficina de la Guerra Europea, con el sello de la Casa Real española. Habían encontrado a su esposo en un campo alemán de prisioneros. La noticia se publicó en la prensa francesa el 19 de junio de 1915. Ese mismo día 45 familias escribieron a Alfonso XIII implorando ayuda. En los tres meses siguientes recibió casi 8.000 cartas. No solo pedían que les encontrara alguna persona perdida en la guerra, sino también había peticiones de auxilio de familias atrapadas en territorio enemigo, de enfermos, cautivos y hambrientos. En total fueron 180.000 peticiones de ayuda, de las cuales 26.000 recibieron consuelo. De esta manera Alfonso XIII realizó una tarea diplomática que permitió que España tuviera alguna voz en la posguerra.

Esta faceta no se ha reconocido lo suficiente, a pesar de que hizo más por las víctimas de la Primera Guerra Mundial que ninguna otra persona, institución o partido español. Es un éxito que conjuga mal con la etiqueta de «fracaso» aplicado al reinado de Alfonso XIII. A estas alturas habría que convenir que el uso de la palabra «fracaso» cuando se habla de algún acontecimiento o fase histórica necesita más cuidado del habitual. Un final abrupto no es índice de que se fracasara, ni un final tranquilo es una prueba de éxito. Véase, por ejemplo, la conclusión de la dictadura de Franco en una cama de hospital. Tampoco se puede aplicar el término «fracaso» si el pasado no responde a las expectativas actuales. Si así fuera, la historia sería una sucesión de fiascos y episodios olvidables. Menos aún sirve calificar de «fracaso» el periodo o mandato que no coincide con el sesgo político del historiador. En puridad podemos aplicarlo a empresas políticas que no cumplen lo prometido. Por ejemplo, si la República de 1931 prometió la armonía social en democracia, pues sí, fue un fracaso, pero también tuvo cosas loables. Por eso, calificar de fracaso el reinado de Alfonso XIII es muy aventurado y subjetivo. Hubo cosas que se pueden calificar de error, otras fueron malas decisiones en momentos de máxima tensión, y las hay que se pueden contar como aciertos, siempre en su contexto y contando con la actuación de la clase política.

Zorann Petrovici ha escrito un magnífico libro para deshacer el mito del fracaso de un rey que solo se recuerda por lo negativo: la cuestión de Marruecos, la aceptación del golpe de Primo de Rivera y la huida en abril de 1931. No olvidemos que esa imagen negativa la forjaron los republicanos y los socialistas de su época con una intencionalidad política, por lo que hay que acogerla con muchas reservas. Petrovici ha puesto una piedra muy pesada en el otro lado de la balanza basándose en la documentación que está depositada en el fondo de la Oficina de la Guerra Europea conservado en el Archivo General de Palacio en Madrid. No ha construido un relato, ni ha hecho un refrito de otros libros, sino que ha elaborado un auténtico trabajo de investigación en fuentes primarias. Estos trabajos tienen una enorme dificultad para sus contradictores, y es que tienen que bucear en archivos para desmentir lo que se demuestra. Petrovici, de origen rumano, es profesor de Historia Contemporánea en la Pontificia de Comillas y en la Nebrija. Es uno de nuestros mayores especialistas en la participación de España en la Primera Guerra Mundial y, en especial, en el papel de Alfonso XIII en esa época.

En el libro descubrimos a un rey que el relato hagiográfico y el denigratorio han querido ocultar. Petrovici ha reconstruido con mucha profesionalidad la labor que voluntariamente desempeñó Alfonso XIII para ayudar a las víctimas de la Gran Guerra y, además, para tender puentes de entendimiento entre los dos bandos. Es más, como señala el autor, su labor permitió que España tuviera algún papel internacional relevante a pesar de que el país se metió en una lucha partidista entre aliadófilos y germanófilos, mientras otros pensaban en revoluciones, golpes de Estado o en establecer el sóviet en nuestro país en 1917. Quizá quien fracasó fue esta clase política, pero ese es otro tema.

La Oficina del rey

La obra repasa la construcción y labor de la Oficina de la Guerra Europea, la tarea de los delegados españoles en los buques hospitalarios, la vida en los campos de prisioneros, o la tarea que empleaban para pasar el tiempo, como por ejemplo, aprender español leyendo libros españoles que Alfonso XIII les enviaba. Esta parte es muy curiosa. En muchos campos había bibliotecas. Las rusas contaban con pocos cientos de libros, pero las francófonas y alemanas tenían miles. En el campo de la ciudad alemana de Rastatt se ha registrado una circulación diaria de alrededor de 200 libros. Las autoridades de los campos, cuenta Petrovici, vieron en la lectura una eficaz válvula de escape que calmaba los ánimos y ocupaba las mentes. Y al revés, a los presos se les cerraba la biblioteca como forma de castigo. Privar de libros o de teatro se convirtió en una forma de conseguir un mejor comportamiento de los presos.

La Oficina del rey no se cerró cuando acabó la guerra. Quedaron muchos temas pendientes durante años, en un esfuerzo que se reconoció en el exterior. Es cierto que Alfonso XIII cumplió en el contexto de las «welfare monarchies» con su papel social, pero fue voluntario, «empeñado –escribe Petrovici– en conseguir un lugar bajo el sol para su país». Mientras algunos trabajaban por la revolución para la liquidación social y la dictadura de partido, Alfonso XIII se dedicó a socorrer a las víctimas de la guerra. El impacto internacional fue notable. No solo porque en 1917 fue candidato al Premio Nobel de la Paz, sino porque España consiguió un puesto semipermanente en la Sociedad de Naciones, y su iniciativa permitió el avance en el derecho internacional humanitario. Los premios a Alfonso XIII no tardaron en llegar. El gobierno francés le otorgó la Medalla Militar de la República Francesa, impuesta a Alfonso XIII por el mariscal Joffre en el Palacio Real de Madrid. El belga le concedió el primer ejemplar acuñado de la Medalla del Rey Alberto, y sus monarcas viajaron a la capital de España para agradecer al español sus esfuerzos.

Los reconocimientos populares fueron seguramente los que más le llenaron. Viajó a París en octubre de 1919, y una multitud fue a recibir al rey de España. Los ciudadanos rompían los cordones de seguridad, cuenta Petrovici, agitando pañuelos y gritando «Vive le roi! Vive l’Espagne!». Lo mismo ocurrió cuando fue a Verdún, lugar de una de las batallas más largas y sangrientas, y a Italia, Amberes y Bruselas en 1923, donde se llenó la Grand-Place solo para ver a «le roi» y darle las gracias.

La multitud le aclamaba en recuerdo a su esfuerzo por consolar moral y materialmente a las víctimas de la Gran Guerra. Lo hizo incluso cuando abandonó España al proclamarse la República. Al llegar en tren a la gare de Lyon el 16 de abril de 1931, cuenta Petrovici «una muchedumbre le esperaba», que se mostró tan numerosa y ansiosa que desbordó la estación. Al llegar al hotel Le Meurice, donde aguardaba la reina Victoria, otra multitud, situada en la calle Rivoli y en las inmediaciones de la plaza de la Concorde, le aclamó como a un ídolo, como si fuera el héroe de la Gran Guerra, la Guerra del Rey.

Las cartas de la última esperanza

Las cartas que ha trabajado y sistematizado Petrovici reflejan también el sufrimiento de civiles y militares durante la Gran Guerra. Por Marc Ferro, entre otros, conocimos las epístolas de los jóvenes soldados hundidos en las trincheras infinitas. Gracias a las cartas de la enfermera Helen Fairchild supimos cómo se vivía y moría en los hospitales de campaña. La aportación de Petrovici es la reconstrucción del proceso kafkiano de las familias para conocer la situación de su familiar desaparecido, y el fondo emocional de las cartas enviadas a Alfonso XIII, su «altísima benevolencia» cuando todavía quedaba «la sombra de un poco de esperanza».