¿Por qué Alfonso XIII apoyó a Franco y le salió el tiro por la culata?
Pensó que su respaldo en la guerra serviría para recuperar la Corona
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Paradojas de la Historia: Alfonso XIII huyó de España en abril de 1931 con la excusa de evitar una guerra fratricida que estalló cinco años después. Pudo haberse quedado entonces para defender el resultado electoral en las grandes circunscripciones monárquicas, pero en lugar de eso abandonó España dejando solos en Palacio a su esposa la reina Victoria Eugenia y a sus seis hijos, el mayor de los cuales yacía en cama enfermo de hemofilia. Exiliado en Roma, Alfonso XIII vio en la Guerra Civil española la gran oportunidad de volver a reinar en España. Era evidente que el monarca aún no había olvidado la cruel sentencia de las Cortes republicanas declarándole «culpable de alta traición» y condenándole a ser «degradado de todas sus dignidades, derechos y títulos, que no podrá ostentar legalmente ni dentro ni fuera de España».
Por eso, él siempre se mostró solidario con los sublevados. La infanta Eulalia de Borbón, su tía materna, reveló en cierta ocasión que el monarca había entregado un millón de libras esterlinas para la causa de Franco.
En agosto de 1936, el rey realizó una gestión decisiva en favor de los sublevados. El general Emilio Mola le había advertido al conspicuo monárquico Juan Ignacio Luca de Tena, en Burgos, que si en el plazo de ocho días no recibía más aviones de caza y bombardeo, la guerra estaba prácticamente perdida. El marqués de Luca de Tena viajó enseguida a Roma y encontró allí al consejero del rey, Pedro Sainz Rodríguez, quien le puso en contacto con el conde Ciano, ministro italiano de Relaciones Exteriores. Luca de Tena entregó a Ciano una carta de Mola para Mussolini.
Al día siguiente, el ministro dijo que el Duce accedía a enviar a España los aviones que se le pedían y que, en el curso de las siguientes semanas, saldrían los aparatos por barco. Pero había un grave inconveniente: Mola no podía esperar tanto. Los aviones debían viajar por aire, pero Ciano argumentó que él no podía discutir con Mussolini, añadiendo que el único con autoridad para hacerlo era Alfonso XIII, que estaba entonces... ¡de montería en Checoslovaquia!
El rey pasaba temporadas en el castillo de Metternich, pues la princesa viuda de Metternich, Isabel de Silva, era española. En Praga se presentó al día siguiente Luca de Tena acompañado de Víctor Urrutia. Tras no pocas vicisitudes, lograron hablar con el rey, que a la mañana siguiente telefoneó a Mussolini y en unas horas los aviones que Mola reclamaba volaron hacia Burgos. La situación se había salvado gracias a la mediación del rey que, no contento con eso, visitó luego al papa Pío XI para que apoyase a los sublevados. La reina Victoria Eugenia hizo también todo lo que pudo para apoyar la causa franquista. Ella tenía gran influencia entre los británicos por su parentesco con la familia real inglesa. Así que escribió al diplomático español José Antonio Sangróniz, avisándole de que iba a celebrarse un banquete oficial en el palacio de Buckingham, al que había sido invitada.
Entrada en Gijón y Avilés
Como se esperaba la asistencia del secretario del Foreing Office, míster Eden, la reina le indicó a Sangróniz que preguntara a Franco si convenía que ella le dijera algo a Eden para favorecer a la causa nacional. La intención, por sí sola, lo dice todo.
Alfonso XIII seguía atentamente, en un mapa clavado en la pared, el avance de las tropas de Franco en el frente norte. El 20 de octubre de 1937, ante el derrumbamiento de la resistencia organizada del Ejército republicano, el general Aranda había ordenado el avance de unidades nacionales cubriendo las vías naturales de comunicación para apresar a los restos de los efectivos republicanos en su retirada. Al día siguiente, se derrumbaba la resistencia del Ejército del Norte y las unidades navarras entraban victoriosas en Gijón y Avilés, las principales ciudades de la Asturias republicana.
Alfonso XIII había escrito una reveladora carta a su tía, la infanta Paz. Datada en Roma el 4 de noviembre de 1937, decía así: «Como verás, nuestra Cruzada continúa metódica y victoriosa, aunque lenta. No es de extrañar, dadas las enormes dificultades al encontrar todos los puentes volados y tenerse que hacer todo el abastecimiento por camiones automóviles y ser la región entre Santander y Asturias tremendamente montañosa».
Los soldados de Franco eran así para Alfonso XIII unos auténticos «cruzados» que luchaban por el restablecimiento de los valores cristianos frente al marxismo... y de la monarquía. Aunque en esto último, a Alfonso XIII le saliese el tiro por la culata.