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Historia

En busca del ADN de Cartago

Una investigación ha tratado de dilucidar los orígenes étnicos de los cartagineses, los grandes enemigos de la súper poderosa Roma

Obra de Cornelis Cort sobre la batalla de Zama, desenlace de la segunda guerra púnica
Obra de Cornelis Cort sobre la batalla de Zama, desenlace de la segunda guerra púnicaArchivo

Si Roma fue el mayor superpoder del mundo antiguo, Cartago fue su más distinguido rival. El creciente antagonismo entre una Cartago hegemónica en el Mediterráneo Occidental y una república romana cada vez más poderosa confluyó en dos guerras totales que acabaron con victoria romana y el final del poderío de una Cartago a la que se vio reducida a la nada después de que el reiterativo «delenda est Carthago» de Catón el Viejo sirviera como antesala y justificación para que la Tercera Guerra Púnica acabara definitivamente en el año 146 a.C., con la independencia del gran enemigo, la destrucción de la urbe y su ulterior reocupación por Roma. No obstante, el recuerdo de este adversario y de Aníbal, la mayor némesis de Roma, continuaron ocupando un lugar en Roma, tanto en el corazón de los ciudadanos como en los escritos de sus literatos. Aún más, un cierto aire decadentista acompañó la evocación del gran adversario puesto que el triunfo de Roma implicó, para algunos, el comienzo del final de su poderío y de las virtudes romanas. En paralelo, se asoció este recuerdo con una profunda desconfianza hacia todo aquello que rodeara a Cartago y sus gentes pese a que, con el tiempo, se convirtiera en la segunda ciudad más importante del Occidente romano y un punto clave para la explotación y transporte de la crucial producción agraria norteafricana. Esta desconfianza y resquemor hacia los cartagineses quedó enmarcada en el concepto de la «fides punica», su supuesto carácter traicionero, que les acompañó por siglos hasta que los vándalos dominaran este territorio y se aprovecharan en su favor de una identidad que, pese al tiempo y el proceso de romanización del territorio, nunca desapareció.

Sorprendentes resultados

Sobre los orígenes de los habitantes de la Cartago que míticamente fundara la fenicia Dido versa el sugestivo «Punic people were genetically diverse with almost no Levantine ancestors», un artículo colectivo encabezado por Harald Ringbauer, investigador del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Alemania, publicado en «Nature». En esta ambiciosa investigación se analiza el origen étnico de los púnicos partiendo de una premisa básica: considerar como púnicos a aquellos asentamientos del Mediterráneo central y occidental que, con antecedentes fenicios, cuenten con evidencia material púnica durante los siglos de supremacía cartaginesa. Para ello han analizado 398 individuos procedentes de necrópolis de catorce yacimientos del norte de África, incluyendo Cartago, así como de Cerdeña, Sicilia y la península Ibérica (Cádiz, Málaga, Villaricos e Ibiza), además de dos asentamientos fenicios levantinos, Beirut y Akhziv, con el fin de contrastar con los anteriores. Estos restos y su cronología fueron confirmados como pertenecientes a contextos arqueológicos púnicos mediante el uso de espectrometría de masas con acelerador. De esta amplia muestra seleccionaron 210 individuos para la realización de un análisis genómico completo, un tipo de estudio que contrasta con investigaciones previas centradas exclusivamente en el ADN mitocondrial, focalizado en el análisis de los linajes maternales, con el objeto de ofrecer un exhaustivo mapeo de su aADN (ADN arcaico).

Los resultados son sorprendentes. Los haplogrupos del cromosoma Y humano muestran que, pese al inequívoco carácter fenicio de la cultura, religión y lenguaje púnicos, la procedencia original de estos individuos se encuentra principalmente en Sicilia y el Egeo y, secundariamente, en el norte de África y no tanto en el Levante mediterráneo, revelando, asimismo, que «formaban parte de una población mediterránea genéticamente heterogénea e interconectada» aunque no se observe, en los asentamientos de otras zonas, como la península Ibérica y Cerdeña, una gran interacción genética con las poblaciones nativas. De hecho, su ADN refleja una enorme heterogeneidad qué, además, se repite sistemáticamente en todos los asentamientos e incluso este estudio ha detectado la concurrencia de ancestros comunes entre miembros de comunidades alejadas entre sí. Pero, ¿cómo se explica la ausencia de lazos genéticos con el mundo fenicio pese a su obvia e indiscutible influencia en el mundo púnico? Esta investigación apunta a dos posibles razones: a las interacciones establecidas desde un primer momento con unas poblaciones sículas que, previamente, podrían haberse cruzado con gentes del Egeo desplazadas a la isla en la edad del Bronce o a los contactos establecidos entre los primerosnicos y las colonias griegas del Mediterráneo central y oriental. En ambos casos, tras una primera fase fenicia, se habrían incorporado de forma constante unas gentes sículo-egeas que no dudaron en adoptar los usos y hábitos culturales del Levante. Paradójicamente, de estos fenicios no se han efectuado análisis genéticos conforme su costumbre de incinerar los cadáveres, un hábito que contrasta con la inhumación de los púnicos, un cambio que podría haber sido un aporte cultural propio de los sículo-egeos, perdiéndose con el tiempo todo rastro genético de interacción entre levantinos y sículo-púnicos. En definitiva, este estudio nos revela una compleja etnogénesis que trasluce una apasionante historia del Mediterráneo que aún queda por refinar y redescubrir.