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Cuando la llama olímpica era el fuego de la paz

En la Antigua Grecia la antorcha olímpica no recorría las ciudades-estado del Peloponeso, la costumbre se inventa en la Alemania nazi, pero cuando el fuego sagrado ardía en los templos de Olimpia se proclamaba una tregua para asistir a las competiciones.
Detalle de "Prometeo trayendo el fuego", de Jan Cossiers (1636-1638)
Detalle de "Prometeo trayendo el fuego", de Jan Cossiers (1636-1638)Museo del Prado
La Razón

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El pasado 16 de abril se celebró en las ruinas del templo de Olimpia una ceremonia tradicional que conmemora el robo del fuego a los dioses por arte de Prometeo y su posterior entrega a la humanidad para sacarla de las tinieblas. Zeus castigó este gesto por partida doble, por un lado encadenó a Prometeo condenándole a que un águila le devorase diariamente el hígado que se regeneraba por la noche para ser eternamente ingerido por el animal. Por otro lado, como cuenta Hesíodo en su obra "Los trabajos y los días", Zeus ordena a Hefesto la creación de la primera mujer de tierra y agua, Pandora, para castigar a Prometeo y a todos los hombres al abrir la caja regalada por los dioses por su boda con Epimeteo, hermano de Prometeo, que contenía todos los males del mundo.
La llama olímpica era colocada delante de los templos dedicados a Hestia, Zeus y Hera en la región de Olimpia sede de las competiciones atléticas disputadas por los representantes de las diversas ciudades-estado griegas desde el año 776 a.C. Dado que el fuego tenía un carácter sagrado y se utilizaba siempre junto con los sacrificios de animales en el culto a los dioses, la llama se encendía utilizando un precursor del espejo parabólico, un skaphia, un artefacto que concentraba el calor de los rayos solares encendiendo una antorcha con la que se prendía el fuego sagrado que ardería en los templos de la ciudad durante los cinco días que duraban las competiciones. Previamente era anunciaba la llegada de los juegos y la tregua olímpica en los estados del Peloponeso, ékécheiria, de carácter sagrado, por mensajeros que salían de la ciudad de Elis para proteger los desplazamientos a Olimpia tanto de atletas como de los asistentes a las ceremonias.
Durante la ceremonia de apertura los atletas debían jurar su respeto a las reglas de la competición, reglas que estaban grabadas en unas tablillas de bronce y que se encontraban en la sede del Consejo Olímpico. Algunas de las normas determinaban que para poder participar en la competición los atletas debían ser hombres jóvenes, libres y griegos habiendo superando previamente un entrenamiento de diez meses en la ciudad de Elis. La prueba estrella de los juegos era el Pentatlón, que constaba de cinco pruebas: carrera, lucha, salto de longitud, lanzamiento de jabalina y de disco. El ganador de la prueba stadion, la carrera, se consideraba como ganador de los juegos.
A diferencia de los Juegos Olímpicos actuales, los atletas competían a título personal sin representar a sus ciudades-estado, no había pruebas por equipos ni medallas de oro y plata, el ganador recibía una guirnalda de hojas de olivo y tendría el honor de tener una estatua en Olimpia. En su Descripción de Grecia, el historiador griego Pausanias (c.110-180 d.C), dedica un capítulo a la relación de las estatuas de los atletas entre otras la situadas “a la derecha del templo de Hera, donde se verá la estatua de un atletas de Elis, que ganó la lucha, de nombre Símaco, hijo de Esquilo. Junto a él, entre los niños que resultaron victoriosos en el combate de pugilato, está Neolaidas, el hijo de Próxeno y de ciudad natal Feneo en la Arcadia. Después de ellos Arquidamo de Elis, que venció a todos los niños de su edad en la lucha, era hijo de Jenías. Las tres estatuas fueron hechas por Alipio de Sición, discípulo de Naucides de Argos”.
Los Juegos Olímpicos se desarrollaron en Olimpia hasta el 393 d.C, tras la adopción del cristianismo como religión oficial en el Edicto de Tesalónica (380 d.C), el emperador Teodosio prohibió todas las prácticas paganas incluidos los Juegos. Transcurrieron 15 siglos hasta que a finales del siglo XIX, el barón de Coubertin, Pierre de Frèdy, consiguiese poner de nuevo en el mapa los Juegos Olímpicos en la Sorbona acogiendo a once países. No sería hasta 1928 cuando renaciese el mito del fuego olímpico en los Juegos de Amsterdam cuando el arquitecto neerlandés que diseñó el Marathontoren, el Estadio olímpico de la ciudad, introdujo una torre de 40 metros que en la parte superior tenía un instrumento que permitía mantener el fuego encendido durante la competición. Esta hoguera no fue encendida ni por un atleta ni por una sacerdotisa de Hera, sino por un empleado de la compañía del gas. El fuego olímpico también ardió en el Memorial Coliseum de los Ángeles en 1932 con un mecanismo similar. No fue hasta edición de 1936, celebrada en Alemania, cuando el presidente del comité organizador, Carl Diem, propondría incluir un relevo de antorchas en el programa con la intención de unir los Juegos Olímpicos modernos con la Antigüedad, un relevo que transcurriría por siete países, Grecia, Bulgaria, Yugoslavia, Hungría, Austria, Checoslovaquia y Alemania y donde participaron 3331 corredores recorriendo 3187 kilómetros. El evento había sido diseñado para publicitar el poder de la Alemania nazi, y fue grabado por la cineasta Leni Riefenstahl para el documental Olympia (1938). Tras la Segunda Guerra Mundial la antorcha olímpica de los Juegos de Londres de 1948 recorrió una Europa dañada por la guerra, el paso de la llama por puestos de fronterizos fue causa de celebración del regreso de la paz. Actualmente la antorcha olímpica recorre Francia, para llegar el día 26 de Julio a Paris para encender de nuevo la esperanza de la concordia