Historia

La eternidad cotidiana, un hallazgo arqueológico en Asturias

Los hallazgos del yacimiento Lucus Astrum, en Lugo de Llanera, devuelven objetos cotidianos de la época romana en un estado de conservación excepcional

Imagen de la caliga, la sandalia de época romana, hallada en Asturias
Imagen de la caliga, la sandalia de época romana, hallada en AsturiasCedida por Esperanza Martín

Todo el que trabaja o se ha dedicado a la arqueología sabe perfectamente cuál es su oficio. Analizar el pasado de la humanidad a partir del registro material y, aunque a veces sea duro, es una experiencia enriquecedora. Por decirlo con palabras sencillas, te quedas a gusto cuando das sentido a lo excavado y reconstruyes paso a paso ese pasado. Sin embargo, también hay momentos de plenitud instantánea, cuando se te erizan los pelos de la nuca por el encuentro con algo absolutamente inusual, inesperado o que supera cualquier expectativa. Y no, no me estoy refiriendo a «las cosas maravillosas» de Howard Carter, esas palabras tan mágicas pronunciadas al abrir la cámara funeraria de Tutankamon, el yacimiento arqueológico más popular de la historia, ni tampoco a otros tantos hallazgos irrepetibles que hacen refulgir con brillantes colores la palabra arqueología.

No, también pasa con descubrimientos más modestos como, por ejemplo, lo encontrado por el equipo de Esperanza Martín Hernández en el yacimiento de Lucus Asturum (Lugo de Llanera, Asturias). Esperanza es una arqueóloga profesional e ilustradora de gran trayectoria que, además fue la secretaria del mayor y mejor organizado encuentro científico que he conocido: el XX Congreso de la Frontera Romana (León, 2006). Su trabajo habla por sí mismo y, por ello, su definición en su perfil de X, el antiguo Twitter, (@PerAsperaSpes), de la arqueología como «esa ciencia impresionante que te permite acariciar con la punta de los dedos la huella del pasado» resulta perfecta. Y en este caso, tanto metafórica como materialmente.

Condiciones excepcionales

De este modo, se trata de la suela decorada de una caliga, una sandalia, en un estado de conservación espectacular, con el cuero intacto y todos los clavos en su lugar. Puede parecer poca cosa pero, como dijera en su red social, fue «un día grabado a fuego en la memoria». Este hallazgo es uno más del estupendo yacimiento romano de Lucus Asturum, un núcleo de hábitat disperso, un vicus viarii, ligado a una mansio, que podría definirse coloquialmente como una estación de servicio en una calzada. Es un lugar de amplia trayectoria arqueológica, importante para conocer el proceso de romanización de la actual Asturias, y en donde este año, bajo su dirección, se han desenterrado varios espacios de una vivienda y, en especial, un pozo que, sin ser de los deseos, ha proporcionado interesantísimas evidencias. Por ejemplo, un anillo de oro, vasa potoria, es decir, un acetre de bronce, un caldero, una excepcional jarra aquitana y la mentada caliga, conservada, al igual que otros restos orgánicos animales y vegetales, de una forma tan sorprendente debido a sus condiciones de total anoxia, es decir, de ausencia de oxígeno.

Puede parecer una simple suela y, francamente, lo es, pero ésa no es toda la verdad. Por pura lógica, la materia orgánica no se conserva en contraste con otros materiales pero, si su estado de conservación impresiona, no lo es menos la naturaleza del objeto. Al pensar en el pasado, tendemos a ir a lo monumental o impactante, pero una sencilla suela es un resto espectacular de lo banal, de lo cotidiano, de aquello a lo que no se le da relevancia pero que define y sustenta la vida pasada y que, por esa afortunada coalición de casualidades, nos ha llegado. Esa suela fue utilizada por una persona sin nombre pero que respiró, pensó y sintió como nosotros. Este hallazgo refleja una inmanencia eterna hacia lo cotidiano, lo que habitualmente no perdura y que formaba parte de la identidad más básica. Afortunadamente, el capricho o las condiciones del terreno aportan sorpresas similares en otros lugares. Así, hace apenas unos días se publicitó el hallazgo en una mina de sal de la Edad del Hierro austriaca de un conjunto de restos orgánicos de más de dos mil años que incluyen desde parte de una pala de madera a fragmentos textiles, excrementos humanos –utilísimos para conocer la dieta y hábitos del pasado– y el zapatito de cuero de un niño de unos seis años del que se conserva hasta el cordón. ¿Fue el niño uno de los mineros o acompañaba a sus padres? Lo mismo se podría decir de otros hallazgos, como el increíble suelo neolítico de Alleshausen-Grundwiesen (Alemania), el más antiguo de Europa con sus cinco mil años de antigüedad, o las increíbles tablillas de madera de Vindolanda, en el Reino Unido, es decir, la correspondencia escrita de los soldados establecidos en este confín del imperio romano. Todos, al igual que la suela de Llanera, son testimonios privilegiados, humildes en su condición pero grandes en su significado.