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El eterno arte de reciclar los símbolos

Tanto en el imperio romano como en la época medieval la costumbre en Europa durante siglos ha sido reciclar sin rubor los restos y materiales anteriores para sustentar algo nuevo
Una imagen del arco de Constantino de Roma, creado a partir de restos arquitectónicos
Una imagen del arco de Constantino de Roma, creado a partir de restos arquitectónicosLa Razón
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Con el término «spolium» se comprende la reutilización de materiales fundamentalmente constructivos de un pasado, más o menos remoto, para integrarlos en un contexto arquitectónico posterior sea por cuestiones ideológicas o por reutilizar unos ricos restos ya trabajados. De este modo, se ahorraban todo el proceso de búsqueda, extracción y trabajo de materiales. Si hablamos de Roma, encontramos ejemplos palmarios de este aprovechamiento, como el Arco de Constantino de Roma, que no deja de ser un delicioso pastiche creado para conmemorar su victoria contra Majencio en la batalla del puente Milvio. Aunque en la inscripción que corona el arco se indique «Instinctv Divinitatis», «inspirado por la divinidad», más bien podría decirse que el monumento lo hace en otros anteriores.
Así, se robaron fragmentos de edificaciones de Domiciano, Trajano, Adriano o Marco Aurelio para incorporarlos al arco triunfal. Otro tanto ocurre en construcciones más prosaicas, como la miríada de murallas levantadas en el siglo III que se valieron de todo tipo de materiales; por ejemplo, de las lápidas de muertos y vaciándose, de este modo, necrópolis enteras. Así ocurrió con las murallas de León, donde siguen saliendo a la luz nuevas inscripciones como las recientemente publicadas por Eduardo Sánchez-Lafuente y Fernando Muñoz Villarejo. Destaca la de Emilio Flavo, soldado de la Legio VII Gemina, quien, a pesar de fallecer con veinticinco años, cumplió un último deber más allá de la vida hacia su ciudad.
Los ejemplos son innumerables. Notable es el caso de la basílica primitiva de Santiago de Compostela, en cuya acta de consagración se nos cuenta que en el año 872 fue ampliada por orden de Alfonso III y de su entonces obispo Sisnando con piedras traídas de la ciudad romana de Eabeca. El mismo reciclaje se llevó a cabo en muchos elementos romanos, como los sarcófagos, ampliamente reutilizados en el tiempo, o los bienes suntuarios. Buena parte de los metales antiguos fueron refundidos y reutilizados, pero también encontramos su empleo continuado y resignificación. Por ejemplo, la moneda, cuyo uso aparece en collares, pendientes y otras joyas hechas con solidi (monedas de oro) por los pueblos bárbaros que vivían en el Barbaricum antes de la caída de Roma y también en el seno de los reinos sucesores que siguieron al imperio. O la magnífica Corona Férrea de Monza, que, engalanada con uno de los supuestos clavos de la cruz de Cristo, fue empleada en la coronación como rey de Italia por numerosos soberanos que reclamaban su dominio, desde el mismo Carlomagno pasando por los soberanos del Sacro Imperio, el emperador Carlos V y Napoleón.
Este uso de elementos prestigiosos del pasado también se observa en la glíptica. Numerosas gemas no solo sobrevivieron, sino que fueron empleadas para afirmar esa conexión con el pasado, como la corona de camafeos del rey de Castilla Sancho IV, conservada en la catedral de Toledo. Otro ejemplo singular procede de la Baja Edad Media. Hace unos meses, Jordi Oliver Vert y Manuel Parada López de Corselas, investigadores del Institut Català d’Arqueologia Clàssica y la Universidad de Valladolid, respectivamente, publicaron en el Archivo Español de Arqueología «El camafeo de Júpiter de Girona: una obra imperial reutilizada en la Baja Edad Media» sobre la cruz de las cofradías de la catedral de Girona y datada en el siglo XIV. Hecha en plata dorada, consta de diversos camafeos insertos aunque sobresale en el extremo superior una excelente representación de un entronizado Júpiter coronado de laurel y desnudo, salvo por el pallium en la cintura, portando el águila y el cetro. Una presencia, a priori, chocante en la cruz, el más sagrado de los símbolos cristianos, aunque, en el Medievo, era habitual equiparar la representación de Júpiter con el águila a la del evangelista Juan. A través de un brillante análisis, proponen que, por su bella factura y su mensaje, procede de un selecto taller bajoimperial egipcio al servicio de los emperadores, pues Júpiter, desde Augusto y muy especialmente Diocleciano, se asociaba a la majestad imperial, siendo clave tal adscripción a su presencia en esta cruz. No en vano, consideran que debía proceder de la dactiloteca o colección de joyas del rey de Aragón Jaime II, quien habría heredado la afición coleccionista de su bisabuelo el emperador Federico II y su interés por vincularse a Roma por el prestigio imperial y, en especial, al primer cristianismo.