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Francisco de Asís, el rey conspirador contra su reina

Fue el consorte de Isabel II y trató de desalojarla del trono al menos en dos ocasiones: llegó a odiar a su mujer y se le acusaba de falta de virilidad, pero era un traidor
Retrato del rey consorte Francisco de Asís de Borbón pintado por Federico Madrazo
Retrato del rey consorte Francisco de Asís de Borbón pintado por Federico MadrazoWikipedia

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A veces las cosas se tuercen en una pareja. O empiezan mal y nunca funcionan. El matrimonio entre Isabel II y su primo Francisco de Asís pertenece a la segunda casuística. Las desavenencias entre ambos llegaron al punto de que el rey consorte urdiera un golpe de Estado para inhabilitar a su esposa y asumir la regencia. Eligió la peor fecha: el día siguiente a la muerte de su hijo Fernando. Fue una traición y una estupidez.
No congeniaron jamás. La reina contó muchos años después a Fernando Léon y Castillo que el primer chasco se lo llevó pronto. «¿Qué pensarías tú de un hombre –le dijo– que en la noche de bodas tenía sobre su cuerpo más puntillas que yo?». Morayta, historiador republicano, escribió que Francisco de Asís no llegó a consumar el matrimonio aquella noche porque en la llama de las bujías vio «el anuncio de fatídicas predicciones». Corrieron muchos bulos, todos en paralelo a la vida independiente de Isabel y al deseo de desprestigiar a la dinastía, porque si Francisco era gay, impotente o tenía gustos sexuales depravados, como se decía en muchas estancias, no era el padre de los hijos de la reina. Y es que la corte era un nido de víboras, «una letrina en fermentación», escribió Donoso Cortés, y los dirigentes políticos utilizaban estos datos para chantajear a Isabel II, y, por supuesto, para movilizar a la opinión pública cuando rechazaban las decisiones de la reina.
Esto no quita que la Familia Real no tuviera una vida privada muy mejorable. Entre esos enredos se produjo la traición de Francisco de Asís a su esposa, la reina de España. Resulta que el general Serrano, el primer amante de Isabel, se ufanaba en público de su conquista, y se reía asimismo de la poca virilidad de Francisco. Esto llegó a los oídos del esposo, que enfureció, pero no por la infidelidad, sino por la burla pública acerca de sus virtudes. Francisco tuvo entonces una ocurrencia para vengarse: promover a principios de 1847 la incapacitación de Isabel, por su «vida loca», y asumir la regencia. Los políticos le detuvieron, pero no sería la última vez.
El odio de Francisco de Asís no menguó. Aborrecía a Isabel II, a los progresistas y a los moderados, en especial al general Narváez, que se ocupó de poner algo de orden en la corte y en la vida de la reina. Al militar no le gustaba el rey Francisco. Lo consideraba un ambicioso y un conspirador, un elemento perturbador en la vida política, e incluso un inútil para las tareas destinadas a la Familia Real. Esto no impedía que algunos fiaran sus ambiciones en el papel del rey consorte. Fue entonces cuando el nuncio de la Santa Sede quiso aprovechar la inclinación de Francisco a inmiscuirse en política.
El papa Pío IX se había quedado en 1849 en una situación complicada: tras establecer una monarquía constitucional por primera vez en Roma, los republicanos dieron un golpe y proclamaron la República. Francia movilizó a Nápoles y a España para reponer al Papa en su Trono. Narváez, presidente del Gobierno, mandó tropas a Italia que, una vez derrotados los republicanos, regresaron. Francia no quería la vuelta del absolutismo a los Estados Pontificios, y el nuncio en España convenció al rey Francisco para que dijera a la reina que sustituyera a Narváez por un político más cercano a los deseos del Papa. Isabel II aprovechó la ocasión para quitarse de enmedio al rey consorte. Nombró al que luego fue llamado «ministerio relámpago» por durar dos días, para descubrir a los conspiradores y echarlos de Madrid, como así fue.
El rey Francisco no se detuvo ahí, y se puso en contacto con militares reaccionarios para dar un golpe. El objetivo era forzar la abdicación de Isabel II y ser nombrado regente del reino. Era una traición en toda regla y un golpe de Estado. Narváez se puso en marcha y citó a Francisco de Asís en Palacio. Allí intercambiaron amenazas, tras las cuales, Narváez ordenó el arresto del rey en sus aposentos.
El día elegido para la traición fue el 12 de julio de 1850. El motivo era que Isabel II había perdido al infante Fernando, muerto al día siguiente de nacer. Francisco y sus golpistas esperaban aprovechar la debilidad y la tristeza de la reina para obligarla a aceptar el artículo 61 de la Constitución, que establecía la regencia en el caso de imposibilidad del titular de la Corona para reinar por circunstancias. Francisco quería ser regente y mandar. Narváez desarticuló la traición y mandó al rey consorte a El Pardo a pastar.