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Historia

Guerrilla, el pueblo en armas contra Napoleón

La guerrilla española antinapoleónica fue un sujeto único en la historia, sin el cual la victoria aliada en la Península hubiera sido más difícil, si no imposible. El historiador Antonio J. Carrasco la rescata del mito y demuestra su trascendencia en el libro 'Guerrilla. Una nueva historia de la Guerra de la Independencia'

España, 1812. Ocupación francesa (1866), óleo sobre tela de Eduardo María Zamacois y Zabala
España, 1812. Ocupación francesa (1866), óleo sobre tela de Eduardo María Zamacois y ZabalaThe Walters Art Museum

La misión era simple. El teniente D’Abbadie tenía que custodiar la marchar de tres carros cargados de trigo desde Armiñón hasta Manzanos, donde estaba el molino más cercano. Cuando hubieran molido el grano, debía volver con la harina a Armiñón. Contaba con una escolta de treinta soldados, un sargento y un cabo, pero en España, en junio de 1812, no eran suficientes. A mitad de camino, el destacamento de D’Abbadie fue emboscado por un centenar de partisanos. El teniente francés intentó refugiarse en el molino, pero con más de diez muertos y quince heridos, incluido D’Abbadie, tras una hora de tiroteo tuvo que rendirse con los supervivientes. Solo cinco soldados lograron escapar.

En el verano de 1812, la guerrilla española se había convertido en una pesadilla para los franceses. Las provincias del norte eran un hervidero de insurgentes. Algunas guerrillas habían llegado a constituir divisiones partisanas, que se contaban entre las fuerzas más letales de los ejércitos patriotas. Y esto era algo inesperado. Cuando Napoleón decidió intervenir en los asuntos españoles y reemplazar a los Borbones por los Bonaparte, lo último que esperaba era la intensidad de la rebelión española. El peor escenario que se le ocurría era que sus tropas tuvieran que sofocar algunos motines y el ocasional choque entre soldados y campesinos. Esto es, lo normal en las sociedades rurales de principios del siglo XIX. El problema es que los rebeldes españoles no dieron su visto bueno al guion del emperador.

Las primeras acciones que podemos clasificar como de “guerra de guerrillas” fueron bastante tempranas. Entre finales de junio y principios de julio, se produjeron ataques ocasionales en las inmediaciones de Madrid, en La Mancha, en el País Vasco y en Castilla la Vieja. La mayoría no fueron por parte de partidas organizadas, sino de paisanos que se reunían de forma puntual para atacar a postillones, correos y civiles franceses de tránsito por España. Por estas fechas, en el verano de 1808, y salvo casos excepcionales, estos guerrilleros accidentales solían evitar los enfrentamientos con destacamentos franceses. Tras las victorias españolas en Bailén, Zaragoza, Bruch, Gerona y Valencia, la guerra pareció que iba a consistir en batallas campales y asedios. El contraataque francés en el invierno de 1808-1809 cambio el panorama. La blitzkrieg napoleónica forzó al gobierno patriota a buscar otras alternativas. La movilización popular a través de la guerra de guerrillas fue una de ellas.

Lucha existencial

Los meses comprendidos entre enero de 1809 y enero de 1810 fueron claves para la consolidación de la guerrilla, que pasó de ser una molestia para convertirse en una amenaza estratégica para los invasores. Partidas como la del cura Merino, Juan Palarea el Médico, Jerónimo Saornil, Francisco de Longa, Ignacio Cuevillas, o el famoso Corso Terrestre de Navarra, se formaron y medraron en estas fechas. A finales de 1809, la junta provincial de Guadalajara ofreció al Empecinado el mando de las tropas que había estado reclutando en la provincia, que serían el germen de una de las divisiones partisanas más activas durante el conflicto. Por entonces, el Empecinado ya era famoso. Había empezado a hostigar a los franceses en julio de 1808, aunque no es hasta 1809 cuando su partida original aumentó de tamaño y ejecutó ataques cada vez más audaces. La junta de Guadalajara creía que era el candidato perfecto para liderar a sus regimientos, y aunque más adelante tendría graves conflictos con el Empecinado, la decisión fue acertada,

Tanto los franceses como sus aliados españoles josefinos tuvieron que hacer un esfuerzo cada vez mayor para controlar el terreno. El dominio efectivo quedó reducido a las poblaciones en las que existían guarniciones importantes. Por el contrario, en el entorno rural las fuerzas partisanas desafiaban con éxito el control militar y político de las fuerzas de ocupación. Incluso cuando se veían obligadas a ponerse a la defensiva por las batidas imperiales, bastaba con que se corriera la voz de que una guerrilla estaba operando en una región, para paralizar las comunicaciones francesas, intimidar a los simpatizantes josefinos y obligar a los ocupantes a movilizar a miles de hombres para proteger a sus correos y convoyes. Es también en estos años cuando algunas fuerzas partisanas se consolidan en unidades capaces de enfrentarse, y derrotar, a destacamentos y guarniciones imperiales.

No era un tipo de guerra desconocido. De hecho, el Ejército francés se había enfrentado a otras insurgencias antes, en Calabria más recientemente, y en Vendé durante la Revolución. La doctrina que intentaron emplear en España para destruir a los irregulares españoles se basó en su experiencia en esta última: se formaron columnas móviles que batían el territorio; se hacía responsables a los pueblos de los ataques de la guerrilla, castigándoles con el pago de contribuciones extraordinarias o incendiándolos. Las represalias imperiales no quedaban sin respuesta por parte patriota, desatando una brutal espiral de violencia que costó la vida a miles de paisanos, guerrilleros y soldados imperiales.

Sin embargo, el reconocimiento por parte de las autoridades patriotas de la guerrilla como parte de las fuerzas armadas nacionales, ayudó a suavizar un poco esa dinámica de venganzas y castigos. Por necesidad e interés, tanto los partisanos como las fuerzas de ocupación aceptaban ocasionalmente hacer prisioneros y respetarles la vida. Esa compasión no se extendía, por lo general, a los españoles bonapartistas, y menos todavía si estaban alistados en el Ejército del rey José I, o en alguna de las unidades de contraguerrilla –escopeteros, migueletes, guardias cívicas– levantadas por los josefinos. Los malos españoles, como se les llamaba, que eran capturados por la guerrilla –siendo justos, también por las tropas regulares patriotas– eran, normalmente, ejecutados sin contemplaciones. Al contrario que la Guerra de Sucesión (1702-1714), los bandos enfrentados en la Guerra de Independencia no la plantearon como un conflicto dinástico, sino como una lucha existencial en la que estaba en juego el alma misma de la nación. Aunque no se llegó a los extremos de brutalidad de las guerras civiles del siglo XIX y XX, en la Guerra de Independencia las diferencias políticas entre españoles los llevó a ver al adversario como un enemigo irreconciliable que no podía ser redimido.

La guerra de guerrillas permitió mantener movilizados a miles de hombres que, tras las derrotas de 1809 y 1810, habrían desertado y vuelto a sus casas, perdiéndose para la resistencia patriota. Tal vez no hubieran colaborado con los ejércitos invasores, pero tampoco con los patriotas. Las partidas, unas veces de grado, otras a la fuerza, los integraron en un sistema de guerra que a cambio de una inversión de recursos humanos y materiales relativamente pequeña sirvió para sostener el espíritu público en los territorios ocupados; evitó que el gobierno del rey José I pudiera construir un Estado bonapartista viable; y obligó al emperador Napoleón a malgastar las vidas de miles de soldados y millones de francos en sostener una guerra interminable.

En conclusión, como se defiende en el libro "Guerrilla. Una nueva historia de la Guerra de la Independencia", esta fue uno de los pilares sobre los que se asentó la estrategia aliada en la guerra de España. Nosotros tenemos la ventaja de saber que el ejército de Napoleón fue destruido primero en Rusia en 1812 y luego en octubre de 1813 en Alemania; sabemos que el 6 de abril de 1814, el emperador Napoleón se vio obligado a abdicar y admitir la derrota; y que, tras un breve interludio den 1815, nunca más volvería a perturbar la paz de Europa. Pero para los partisanos que se echaron al monte en 1808-1813, ninguno de esos sucesos que nos parecen tan inevitables habían ocurrido. Todo lo que ellos sabían era que Francia era la potencia hegemónica en Europa, a la que parecía imposible vencer en el campo de batalla. A pesar de ello, la mayoría continuó en la lucha gracias, en parte, a que la guerrilla sirvió como herramienta de propaganda que alimentó la esperanza en la victoria final; intimidó a los potenciales simpatizantes bonapartistas; evitó que José I pudiera constituir un Estado viable en las regiones ocupadas; y obligó a los ejércitos imperiales a dedicar entre una cuarta parte y un tercio de sus fuerzas en proteger sus comunicaciones, recaudar contribuciones y perseguir a las partidas de insurgentes. Sin la existencia de la guerrilla, la victoria habría sido más difícil, tal vez, imposible.

Guerrilla. Una nueva historia de la Guerra de la Independencia", Antonio J. Carrasco Álvarez
Guerrilla. Una nueva historia de la Guerra de la Independencia", Antonio J. Carrasco ÁlvarezDesperta Ferro Ediciones

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