Josefa Amar y Borbón, la intelectual valiente que ensalzó a las mujeres
Fue figura clave en el debate del siglo XVIII sobre el papel de la mujer en la sociedad, incidió en la falta de instrucción femenina e impulsó sus aptitudes
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Nacida en Zaragoza en 1749, fue la quinta de doce hermanos; procedente de una familia volcada en la medicina, recibió una educación excelente: así, aprendió latín, griego, francés e italiano, y destacó en la traducción y las matemáticas, con lo que logró publicar «Aritmética española», una obra poco conocida. Durante los primeros años, su vida estuvo vinculada a la corte de Madrid, a la que se sabe que su padre acudía regularmente al ser médico real. Pero, y a pesar de su apellido, Josefa Amar y Borbón no tenía lazos de sangre con ellos. Su educación se vió impulsada gracias a sus preceptores, de gran prestigio, los cuales incluyeron en su programa la lectura de clásicos y humanistas españoles como Juan Luis Vives, fray Luis de León o Antonio de Nebrija. Finalmente, y gracias, como dijimos, a su formación en idiomas modernos, también tuvo acceso a la cultura de su tiempo.
En 1772, cuando contaba veintitrés años, contrajo matrimonio con Joaquín Fuertes Piquer, abogado cuyo futuro parecía prometedor y que incluso formó parte de la Sociedad Económica Aragonesa al formarse esta en 1776, llegando a ser director segundo de la misma, y redactó varios informes de carácter económico. Debido a esto, la pareja se estableció definitivamente en Zaragoza, donde Josefa demostró el nivel de su instrucción, siendo ella la única mujer que frecuentaba ciertos ambientes culturales.
Con los años, y disfrutando del ambiente intelectual de la ciudad, tuvo la idea de enviar una traducción de la obra «Ensayo histórico apologético de la literatura española», del abate Lampillas, un ex jesuita español, a la Sociedad Económica. Lo que resultó bastante oportuno, porque defendía el Siglo de Oro español en un tiempo en el que la Enciclopedia aseguraba que España no había aportado nada al mundo. Gracias a ello, logró ser nombrada socia de mérito en 1782, algo realmente extraño durante aquella época. Allí asistió a algunas sesiones y realizó con ejemplaridad sus encargos. A partir de entonces se reavivó el debate (abierto hace diez años) entre los ilustrados sobre el papel de la mujer y su inclusión en los círculos culturales de la élite, tema que resaltó especialmente en la Real Sociedad Económica Matritense en 1786. Los discursos más famosos fueron los de Jovellanos, a favor de la aceptación de las mujeres, y el de Cabarrús, en contra.
Josefa Amar fue invitada a participar y lo hizo enviando una «Memoria» sobre la admisión delas señoras en la sociedad. En un total de treinta y cuatro puntos expuso la querella de los sexos, uno de los temas más candentes del momento. También incidía en la falta de instrucción de las mujeres y de que carecieran de estímulos para salir de esta situación. Asimismo, negaba que ellas carecieran de aptitudes para hacer lo mismo que los hombres y concluía que su presencia reportaría muchos beneficios a la sociedad. Su intervención fue muy comentada en el Madrid dieciochesco.
A partir de este debate se llegó a nombrar con carácter extraordinario a dos socias, Isidra Quintana de Guzmán y la condesa-duquesa de Benavente. Aunque no se tomó ningún acuerdo, con lo que el propio rey Carlos III tuvo que intervenir, autorizando por una Real Orden de 1787 la creación, en el seno de la Sociedad Matritense, de una Junta de Damas. Una de las primeras socias admitidas fue la propia Josefa, que escribió para esta ocasión su «Oración gratulatoria».
Sin embargo, a todos no les pareció bien esta medida, por ejemplo, a la Sociedad de Zaragoza, que limitó las labores de Josefa encajonándola en actividades relacionadas con la escuela de niñas o a labores asistenciales en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia. De todos modos, nuestra protagonista continuó escribiendo. Al año siguiente publicó el «Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres», estructurado en dos partes y que resume el pensamiento pedagógico y médico divulgativo de su época.
La enfermedad irreversible de su marido y su muerte, a los setenta y dos años, en 1798, la obligaron a abandonar las relaciones y actividades que hasta entonces venía desempeñando. Desde entonces se volcó en labores de caridad, siendo hermana mayor de la Congregación de Seglares Siervas de los Pobres Enfermos del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, conocida con el nombre de «Hermandad de la sopa». Tras unos años, en 1808 soportó el primer sitio de Zaragoza y colaboró activamente en el traslado de los enfermos. Su hijo único, Felipe, murió antes que ella, lo que la llenó de dolor. Después de aquella desgracia, decidió vivir de manera retirada hasta que falleció en 1833.