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España tiene Historia

Leyendas y misterios murcianos

El Reino de Murcia atesora todo tipo de fantásticas leyendas entre la costa, la huerta, la ciudad y las sierras que dan paso a la meseta

Pórtico del Santuario de la Vera Cruz en la ciudad santa de Caravaca de la Cruz, provincia de Murcia, España
Pórtico del Santuario de la Vera Cruz en la ciudad santa de Caravaca de la Cruz, provincia de Murcia, EspañaDreamstime

Tierra singular y cuna de todo tipo de misterios –derivados de la quincena de pueblos y culturas que han pasado por ella–, Murcia atesora todo tipo de fantásticas leyendas entre la costa, la huerta, la ciudad y las sierras que dan paso a la meseta. A veces hablan de pequeños duendes traviesos, otras de gigantes –como el Tomir de Caravaca– o monstruos de efigie diabólica. Pero, sobre todo, hechiceras o mujeres feéricas que están relacionadas con las aguas, de superficie o subterráneas, en cuentos relacionados con el mundo termal y con la fértil huerta. Y, por supuesto, abundan las leyendas urbanas de las ciudades y villas surcadas de fantasmas, apariciones, torres con tesoros y pasadizos iniciáticos. El Reino de Murcia, entre la vieja Cartago púnica y las fundaciones musulmanas, entre las fortalezas visigóticas y la frontera bizantina, está plagada de estas y otras historias fabulosas. Sus diversos estratos quedan delatados en arquetipos y figuras de raíces semíticas, clásicas, árabes, godas y cristianas, que son verdaderamente legión. Por eso, como nunca podríamos agotar en este breve espacio todas las mitologías murcianas, bástenos por ahora enumerar algunas de las historias más conocidas.

En los campos tenemos leyendas de brujerías y actividades esotéricas, como la del fraile carmelita de Murcia que viajó a Alcantarilla invitado por el párroco de la ciudad y, quedándose dormido tras la cena, se encontró al despertar volando por encima de los campos llevado por el demonio, a guisa del cuento del «Diablo cojuelo». Y el nombre de «Llano de las brujas» se debe a un vuelo alucinatorio. Pero también hay un cerro de las brujas en Yecla con leyendas que proliferan desde el barroco y nombres de hechiceras que han perdurado (María «la del Trueno», Francisca «la Padrenuestra» o Josefa «la Murciana») en los testimonios de los procesos inquisitoriales, famosas por las curaciones, mistificaciones y embrujos de amor. Hay también en Yecla una capilla maldita con el cadáver de un pecador inconfeso despedazado por perros subterráneamente, mientras que en Jumilla abundan las leyendas de milagros, exorcismos y religiosos incorruptos, como en el convento de Santa Ana. Demonios voladores y monstruosos, divisados por pastores, con siluetas terroríficas, enormes alas y negra pelambre, que se refieren tanto en el campo de Cartagena como en ambas ciudades citadas, Yecla y Jumilla, como el llamado «Diente Negro».

Otro tanto ocurre con Mula o Archena en sus baños, que tienen actividad termal y fantasmagórica, con apariciones de almas en pena que aterran a los incautos. Se aparecen también en campos y huertas hadas o mujeres hechizadas, damas de las aguas, a veces benévolas, otras seductoras o peligrosas ladronas de niños, que se suelen manifestar en torno a la noche de San Juan en diversos lugares como Puerto Lumbreras, Lorca o Sangonera la Verde. También abundan los duendecillos astutos y tremendos, quizá descendientes de los «yinn» islámicos, que a veces son llamados ratones «coloraos» y raras «colorás», solo visibles para los niños, que revuelven las cosas en las casas y generan fenómenos de «poltergeist». Otro tema del folclore universal se muestra en los cuentos de los llamados «tíos saínes», una suerte de vampiros, hombres del saco o sacamantecas que raptan a los niños para sacarles la sangre.

Una biblioteca entera aparte

Las ciudades de Murcia y Cartagena merecerían una biblioteca entera aparte: esta por su rico pasado arqueológico, desde los púnicos a los bizantinos, tiene tesoros malditos escondidos por todas partes en diversas torres y vigilados por fantasmas sin cuento. Se recuerda sobre todo la leyenda de la «nao fantasma», pilotada por la figura espectral de un cristiano pecador condenado a vagar por siempre por su crimen de amor en tiempos moriscos. En Murcia ciudad campan los fantasmas subterráneos de una cristiana enamorada de un general turco, y de su hijo, bautizado clandestinamente y luego estrellado contra una piedra. Ella y el niño vagan como almas en pena vigiladas por un demonio en unos baños moros desaparecidos y siempre indagados en el callejero. Muchas son las casas encantadas desde la plaza de Santa Eulalia a la calle de San Agustín, con familias asesinadas y espectros varios. El Teatro Romea, con sus varios incendios predichos, recuerda la tradición de teatros malditos, como el Liceu de Barcelona o la Ópera de París. La catedral es objeto de leyendas como la de la cadena de la capilla de los Vélez: se dice que a su escultor el marqués de los Vélez le sacó los ojos y le cortó las manos para que no pudiera hacer ninguna otra obra de arte como esa. Tocar la cadena es peligroso, pues quiere la leyenda que peligren esas partes del cuerpo. Otras de la catedral versan sobre sus veintisiete puertas secretas, lo que entronca con los rumores sobre los muchos pasadizos que se supone que recorren la ciudad, desde ahí al castillo de Monteagudo, el santuario de la Fuensanta, el Malecón y otros lugares. Son túneles misteriosos que pudieron ser usados por los judíos en su culto clandestino o por diversas cofradías secretas o esotéricas.

En suma, son inagotables las leyendas de una tierra inefable que, de manera subterránea, como esos mismos pasadizos, ha conquistado la imaginación de Oriente y Occidente, con ecos místicos que van desde los milagros eucarísticos y las cruces portadas por ángeles hasta los santones de las mezquitas de Alejandría o los derviches anatolios. Todas las mitologías confluyen en Murcia –tierra de misterios, solo apta para iniciados–, una suerte de país encantado sobre el que nunca se puede pensar y disertar lo suficiente.