El parpadeo de las Islas Afortunadas
Aparecen y desaparecen, y son parte de un mito de larga pervivencia, con célebre identificación con las Canarias: es el archipiélago utópico por excelencia en la mitología hispana
Madrid Creada:
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Las islas afortunadas son una utopía feliz más allá del tiempo y del espacio. Es un mito de larga pervivencia que aparece por primera vez en Hesíodo en «Trabajos y días» (167- 172), al referirse a la estirpe de los héroes dentro de su mito de las edades. En la degeneración desde la feliz edad de oro a la infortunada edad actual de hierro, hay una estirpe mejor, la de los héroes que luchan en torno a Troya y Tebas, que, en premio a su virtud, acaba morando en esas islas: «Éstos con un corazón sin preocupaciones viven en las islas de los bienaventurados, junto al profundo Océano, héroes felices, para quienes la tierra rica en sus entrañas produce fruto dulce como la miel que florece tres veces al año…». Ese más allá feliz recuerda a los Campos Elíseos de los que habla la «Odisea» (IV 561-569), como edén postmortem sólo accesible para determinados héroes: «…En cuanto a ti, Menelao, retoño de Zeus, tu destino no es morir allá en Argos, criadora de potros: los dioses te enviarán a los Campos Elíseos, al final de las tierras, donde está Radamantis de blondo cabello y la vida se les hace a los hombres más dulce y feliz, pues no hay allá nieve ni es largo el invierno ni mucha la lluvia y el Océano les manda sin pausa los soplos sonoros de un poniente suave que anima y recrea».
La perspectiva ética de un paraíso feliz tras la muerte para los héroes o los virtuosos –en un lugar más allá del tiempo y del espacio, en el lejano Océano– comenzaba entonces en la literatura griega, aunque ya la conocía la religión de Osiris en Egipto y el poema sumerio de Gilgamesh, que nombra, en alguna ocasión, una tierra de inmortalidad en medio del Océano. Desde luego que, si el mito de las edades parece una herencia indoeuropea (desde la antigua India a Grecia), también abunda la idea de una utópica pradera junto al Océano exterior, que circunda la tierra conocida, de clima dulce y abundante y espontánea alimentación para los buenos, que está en la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos como premio a la virtud. Otras fuentes, como Píndaro, Platón, Ovidio y Horacio, abundan en este tema. Pero las «islas de los afortunados», es decir, de los héroes felices en el más allá, se tornaran pronto «islas afortunadas» por sí mismas, en un paraíso que deviene «locus amoenus». Algunos historiadores, como Diodoro, las intentan incluso localizar (V, 19) más allá de las Columnas de Heracles como «una isla de considerable extensión…; tiene una tierra fértil, siendo una gran parte montañosa y otra no pequeña una llanura de extraordinaria belleza...esta isla, que goza de un clima muy templado, produce, durante la mayor parte del año, abundancia de frutos y de los otros productos estacionales, de modo que, por su extraordinaria felicidad, parece que sea morada de dioses y no de hombres».
Pero ¿dónde estaba este lugar fantástico? Los antiguos griegos hablaron de la Hesperia, la tierra de poniente (Vesper en latín), donde se sitúa el Jardín de las Hespérides: Heracles lo busca en tierras cercanas al estrecho, supuestamente, no lejos del reinado de Gerión. Muchos en la historia mítica de España han querido buscar este paraíso más allá de las columnas de Hércules, e incluso en las Canarias. El mito grecorromano se funde con los relatos sobre la isla mágica de los celtas –Avalón, la Isla de Borondón…– y se busca con preferencia en nuestra Celtiberia. El tema se cristianizará en el Medievo, con San Brandán y la búsqueda de la isla santa «donde estuvo Adán y donde Dios permitía a sus santos vivir después de la muerte», contaminado progresivamente con las islas felices de Hesíodo o la Atlántida platónica.
Sobre las islas afortunadas, que aparecen y desaparecen, es célebre la identificación mítica y popular con las Canarias, las islas utópicas por excelencia en la mitología hispana. Cuenta la leyenda que entre La Palma, La Gomera y El Hierro hay una isla mágica que emerge a veces. En época moderna se creía tanto en su existencia que en el Tratado de Alcazobas (1479), en el que España y Portugal se repartían el Atlántico, se menciona esta isla mágica y Leonardo Torriani, el ingeniero italiano al que Felipe II encargó fortificar las Canarias, señala su localización en sus mapas, además de otros cartógrafos antiguos. El mito –ilusión óptica o utópica– ha seguido vivo hasta el último avistamiento de la isla en las Canarias a mediados del siglo XX, según la prensa española. Mito, historia y leyenda se suman al aprecio popular por las maravillosas y felices Canarias.