¿Por qué el 2 de mayo es fiesta autonómica y no fiesta nacional?
Pocos eventos han tenido una relevancia e impacto tan significativos en la historia de nuestro país como el levantamiento del 2 de mayo
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Este jueves, la Comunidad de Madrid celebra su fiesta autonómica. Con esta celebración, los madrileños conmemoran el levantamiento del 2 de mayo de 1808 contra las tropas napoleónicas que ocuparon la ciudad. Más allá de ser un simple evento anecdótico, el levantamiento del 2 de mayo fue la chispa que encendió la llama de nuestra Guerra de Independencia, un hito que representa un antes y un después en la historia de España.
De hecho, pocos eventos en nuestra historia son tan relevantes y significativos como el levantamiento del 2 de mayo. Tras la guerra, poco quedaba de lo que una vez fue el imperio más grande y avanzado del mundo. Las ideas liberales ya eran una realidad y la experiencia de las Cortes de Cádiz había cambiado para siempre el espíritu de los españoles, que veían con menos agrado el absolutismo del Antiguo Régimen.
La importancia del 2 de mayo es tal que -en rigor- es el único día en nuestra historia que puede considerarse como el gran mito fundacional de la España moderna. Entonces, ¿por qué solo es motivo de celebración en la Comunidad de Madrid...y no es considerada una festividad de ámbito nacional?
El levantamiento del 2 de mayo recibió el crédito que merecía prácticamente desde el mismo momento en el que sucedió. Un año después, en el año 1809 (cuando el invasor francés todavía estaba en la Península) una proclama promulgada por la Junta rezaba lo siguiente: “Españoles: la Junta Suprema os convida a celebrar con ella (...) el solemne aniversario que ha decretado por el reposo eterno de las víctimas del Dos de Mayo”. Aquel era un libelo que apelaba a todos los españoles (a los de ambos hemisferios) y no solamente a los madrileños.
Una vez constituidas las Cortes, en la sesión del 2 de mayo de 1811, se recoge la celebración de este festejo “deseando que mientras haya en estos mundos una sola aldea de españoles libres, resuenen en ella los cánticos de gratitud y compasión que se deben a los primeros mártires de la libertad nacional”.
Sin embargo, aquella propuesta de convertir el recuerdo del levantamiento en festivo de ámbito nacional, no tuvo buena acogida en la corte de Fernando VII, que regresó a España y al trono en el año 1814, cuando José Bonaparte ya había sido expulsado. La celebración del 2 de mayo tenía un tufo liberal que no le divertía nada al rey. No la eliminó, pero tampoco permitió que alcanzase importancia nacional, acotándose únicamente a Madrid. Para la Corona, no fue una gesta colectiva en favor de la independencia de un país y en rechazo de un invasor extranjero, sino que se trataba -más bien- del levantamiento de unos vasallos que exigían el regreso de su legítimo rey.
Esta tendencia a manchar la gesta heroica del 2 de mayo con connotaciones políticas, fue la norma que imperó durante todo el siglo XIX:
Ocurrió de nuevo durante el Trienio Liberal tras el pronunciamiento de Riego en 1820. En aquel momento, se volvió a resignificar el festejo para legitimar el nuevo régimen, porque aquellos liberales se consideraron los herederos de los insurgentes madrileños. Sin embargo, con el regreso del absolutismo durante la Década Ominosa (1823 -1833) se volvió a resignificar, para evitar el ensalzamiento de la simbología revolucionaria y del poder ciudadano.
En realidad, cada vez que un movimiento favorable a las ideas liberales ascendía al poder, la celebración del levantamiento de 1808 adquiría un cariz épico y de significación colectiva. Sin embargo, cuando eran los otros quienes tomaban el poder, la importancia de esta efeméride se limitaba al carácter autonómico de la festividad... despreciando su relevancia más allá de una mera significación folclórica.
Tal y como explica el historiador Christian Demange, autor de “El dos de mayo, mito y fiesta nacional”, en esta época, las diferentes ideologías plantearon diferentes concepciones sobre la festividad: “Los (liberales) progresistas celebraban una lucha por la libertad y la independencia; los carlistas insistían sobre el carácter monárquico de la guerra de la Independencia; los republicanos conmemoraban el triunfo del pueblo sobre un déspota; en cuanto a los internacionalistas, rechazaban el mito por su dimensión nacional y burguesa”.
El debate se zanjó de una vez por todas durante la Restauración. Concretamente, fue Antonio Cánovas del Castillo quien aprovechó el cuarto centenario del Descubrimiento de América para decretar el 12 de octubre como el día de la fiesta nacional.
Aquella decisión pretendió solventar el problema de la forma más inocua posible; marcando en el calendario una celebración que no causase demasiados disgustos frente a unas relaciones ya amistosas con Francia (no parecía oportuno ensalzar la memoria de aquel episodio); frente a un nacionalismo catalán cada vez más virulento, que rechazaba el 2 de mayo en favor del 11 de septiembre; y frente a un movimiento obrero que entendía la celebración del 2 de mayo como una expresión burguesa y nacionalista, contraria al internacionalismo de los trabajadores.
Además, como postulaba el presidente de la Unión Iberoamericana, Faustino Rodríguez San Pedro, a diferencia de lo que ocurre con el levantamiento del 2 de mayo, la conmemoración del 12 de octubre es también una oportunidad para celebrar no sólo nuestra fiesta nacional, sino también la "intimidad espiritual" que existe entre los pueblos hispanos.