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La rueca, ¿castigo o virtud?

Desde el mundo clásico, la rueca ha sido el emblema de la mujer virtuosa, como atributo de los modelos bíblicos de Eva y de María en los iconos medievales: castigo y virtud en las mismas proporciones
«Las hilanderas», de Diego Velázquez, aparece en «Pasiones mitológicas»
«Las hilanderas», de Diego Velázquez, aparece en «Pasiones mitológicas»MUSEO DEL PRADOMUSEO DEL PRADO
La Razón

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En su versión más elemental, la rueca consiste en una vara delgada con un rocadero, o armazón en su extremo superior que sirve como soporte de la lana, lino o algodón del que se espera obtener un hilo fino que se va enroscando en el huso. Su uso está documentado en el Neolítico. En el yacimiento de Çatalhöyük (Turquía) se recogen vestigios de objetos relacionados con la industria textil desde el 6500 a.C. En Egipto en los yacimientos neolíticos de Merimde y El Fayum se han hallado restos del V milenio a.C. En Europa son abundantes, fundamentalmente en los yacimientos de economía agraria del Norte de Italia desde principios del tercer milenio a.C. En el yacimiento de Lagozza se cuentan por centenares, así como en Lípari en el sitio de la Contrada Diana. También en Francia en las cabañas de Fontbouise y en la zona de depresión de París. Los vestigios de husos más antiguos de la Península Ibérica se han encontrado en el poblado Neolítico de la Draga del V milenio a.C., y en El Algar donde hay muestras del II milenio a.C.
En Grecia, el huso, al que denominan como epínetron, es la base del hilado torciendo la fibra sobre si misma con ayuda de la mano sobre una superficie sólida, generalmente la pierna, como aparece reflejado la cerámica griega, como la copa ática de figura rojas del Pintor de Duris del siglo V a.C. (Museo de Berlín). Tanto en las representaciones cerámicas como por hallazgos arqueológicos, los epínetra se asocian a contextos femeninos, gineceos, acompañando al huso los cestos donde se guardaba la lana y telares manuales, como una parte de las actividades domésticas. A menudo se vincula el epínetron al regalo de bodas o como elemento simbólico que identifica la entrada de la joven en la edad adulta.
La matrona ideal romana también se presentaba como lanífica, tejedora de lana dirigiendo el trabajo de sus esclavas hilanderas, tejedoras y pesadoras de lana, siendo éste un proceso doméstico en el cual se producían tejidos para toda la familia. Tejer era el siguiente proceso: para ello, se entrelazaban los hilos colgados verticalmente, atando en sus extremos pesas de telar que permitían mantener la tensión del tejido. Augusto llevaba ropas hechas por mujeres de su familia, aunque pronto esta costumbre quedó relegada con la llegada de tejidos procedentes de fuera del Imperio. Pero la costumbre del hilado femenino se mantiene en la Antigüedad tardía, de hecho San Jerónimo en la Carta a Laeta en la educación a su hija recomienda: «Deja que aprenda a hilar la lana, a sostener la rueca, a poner le cesto en su regazo y tirar los hilos con su pulgar».
Simbolismo religioso
El hilado tuvo una importante dimensión simbólica en la Edad Media ya que los dos arquetipos femeninos más importantes de la Biblia, Eva y María, desarrollan esa actividad. A Eva se le castiga con el hilado para cubrir su cuerpo después de la expulsión del Paraíso, representándose con la rueca como en los capiteles del claustro del monasterio de San Juan de la Peña (Huesca) o el capitel de la puerta del Juicio Final del Catedral de Tudela (S. XII-XIII). En algunas ocasiones, la Virgen María aparece hilando, como en la Anunciación de San Pere de Sorpe (S. XII) actualmente en el Museo Nacional d’Art de Catalunya. En el siglo XIV llegó el torno de hilar a Europa procedente de India y China, lo que supuso una mejora en la calidad y velocidad conviviendo durante muchos siglos con la rueca manual. En 1565 Teresa de Jesús recomendaba a sus religiosas el uso de sus ruecas hasta en los ratos que tuviesen de asueto y conversación.
Esta actividad era también frecuente en América como describe el Inca Garcilaso de la Vega en sus Cometarios Reales de los Incas (1609) donde relata como «las indias eran tan amigas de hilar y tan enemigas de perder cualquier pequeño espacio de tiempo que yendo y viniendo de las aldeas a la ciudad, llevaban recaudo para dos maneras de hilado, es decir para hilar y torcer». En 1657, Diego Velázquez termina «Las Hilanderas», para don Pedro de Arce, Montero de Felipe IV, donde bajo la apariencia de una jornada de trabajo en la fábrica de tapices de Santa Isabel de Madrid se muestra la fábula de Atenea y Aracne.
En 1764 en Inglaterra Jame Hargreaves inventa el torno de hilar mecánico de ocho husos, la hiladora Spinning Jenny que terminaría creciendo hasta los 120 husos. En España fue introducida por Santiago Cid Barajas, pero en el mundo rural se siguió usando la rueca manual hasta los años 30. Las mujeres se sentaban a la puerta de sus casas con cestos de lana o al amor de la lumbre donde se transmitían de generación en generación los secretos del matrimonio: «El pie en la cuna, las manos en la rueca, hila tu tela y cría a tu hijuela».

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