historia
Trajes de buzo que permiten respirar
Desde la Antigüedad el buceo ha sido importante en lo militar, y hasta el siglo XVI no se inventaron los primeros trajes que permiten estar bajo el agua más de una hora
Conquistar el medio marino y poder sumergirse durante horas superando las limitaciones de la respiración ha sido una aspiración humana que se ha llevado a cabo gracias a inventos geniales a lo largo de la historia. El empleo de nadadores y buceadores por distintos ejércitos es muy antiguo y hay testimonios en la Antigüedad. Se sabe que grupos de buceadores tírios realizaron incursiones en el segundo espigón levantado por Alejandro Magno para invadir Tiro en el 332 a. C. También, que estos buceadores participaron en la guerra civil entre Julio César y Pompeyo, nadando desde la playa hasta las naves de Pompeyo, cortando los cabos de las anclas y remolcándolas a tierra. Pero los buceadores no sólo tuvieron funciones militares, el primer historiador que da noticia de buzos rescatadores de tesoros sumergidos será Tito Livio, afirmando que en el reinado de Perseo (174-168 a.C) los buzos recuperaron de las profundidades del mar un fabuloso tesoro, lo que llevó a los gobernantes de Rodas a proclamar la que sería la primera ley de hallazgos y recuperaciones submarinas.
No sería hasta el siglo XVI cuando se realizaron los primeros inventos que permitían al hombre permanecer sumergidos más tiempo del que permitían sus pulmones. Leonardo Da Vinci diseñó un traje de buzo del que tenemos noticias en su Códice Atlánticus, un manuscrito en el que trabajó entre 1478 hasta su muerte en 1519, actualmente conservado en la Biblioteca Ambrosiana (Roma) y donde aparecen este y otros inventos. El traje de buzo era un mono integral de piel que cubría la cabeza con una capucha con cristales integrados para facilitar la visión bajo el agua. De la parte superior sobresalían dos cañas de bambú de ambos lados de la cabeza y cuya función era permitir respirar y expulsar el aire con facilidad, las cañas se mantenían a flote protegidas del agua gracias a un ingenioso dispositivo en forma de campana fabricada en corcho, que las mantenía a flote. Para controlar la flotabilidad, sobre el pecho del buceador se abría un gran depósito de aire que cuando estaba lleno mantenía a flote al buzo, y cuando se vaciaba, el peso de la arena le hacía descender. Aparte de los visionarios diseños de Leonardo, fue la necesidad la que agudizó el interés de diferentes Coronas europeas, especialmente la española cuyos galeones de la Flota del Tesoro naufragaban a causa de las tempestades y huracanes en el Atlántico perdiendo así gran parte de sus riquezas. De este modo la Corona española favoreció a los inventores otorgándoles privilegios de invención y de contratos de rescate.
Una hora sumergido
En 1539, Blasco de Garay (1550-1552), capitán de la Armada Española ofreció a Carlos V una escafandra, que permitía estar debajo del agua tanto tiempo como se desease. Poco después en 1606, Felipe III reconocía a Jerónimo de Ayanz (1533-1613), un militar e ingeniero navarro quien destacó por sus hazañas en Flandes, que llegaron a ser recogidas por Lope de Vega, y se ganó su ingreso en la Orden de Calatrava tras evitar un atentado contra Felipe II, una cédula de invención donde se recogían más de treinta inventos. Entre otros la de un traje de buzo que el mismo Jerónimo había probado en 1602 en el Pisuerga frente al palacio de Ribera en Valladolid que entonces era residencia del rey Felipe III quien acudió a presenciar la inmersión con su galera privada convirtiéndose en el primer hombre en permanecer una hora sumergido.
Toda esta hazaña está recogida en los documentos del Archivo General de Simancas. Así podemos saber que este primer traje era de piel de vacuno con dos conductos que permitían la entrada y la expulsión de aire. Los conductos partían de una rudimentaria escafandra y se conectaban un fuelle que impulsaba el aire, lo que permitía la libertad de movimientos bajo el agua lo que era crucial para el recate de las mercancías sumergidas lo que puso en evidencia en sus manifestaciones después de la hazaña. Las primeras ordenanzas escritas en las que se establece llevar buzos a bordo para poder rescatar las mercancías de los pecios hundidos definiendo claramente su cometido, se encuentran en el Arte para fabricar, fortificar y aparejar naos de guerra y mercante, compuesto por Thomé Cano e impreso en Sevilla, en casa de Luis Estupiñán, en el año de 1611,auqnue sea más conocido el tratado escrito en 16 23 por Pedro de Ledesma, Secretario de la Corte y Consejero de Indias con Felipe III y más tarde con Felipe IV conservado en el Museo Naval.
Los inventos para permanecer debajo del mar continuaron en años posteriores como el traje de Remy de Bauve de 1715 o como la máquina hidráulica inventada por los franceses Burlet y Zeres en 1790 que mejoró las condiciones del tiempo de inmersión. El primer traje con «pies pesados» se realizó en August Siebe, Alemania, 1819. En 1837 se añadió una prenda impermeable. Habría que esperar hasta 1839 para la primera botella de submarinismo que sería inventada en 1839 por James Elliot y Alexander McAvity en Canadá. Desde ese momento ninguna inmersión fue la misma ya que los buzos podían pasar largas horas bajo el agua abriéndose el camino para la exploración de los fondos marinos que realizaría Jacques Costeau con el equipo autónomo que patenta junto con el ingeniero Emil Gagnan, el Aqua-Lung, sele abrían al hombre las puertas del mundo del silencio.