¿Intentaron envenenar a Juan Pablo II?
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Si sobre la muerte de su predecesor Juan Pablo I se ciernen aún hoy algunas sombras de sospecha para ciertos investigadores, la posibilidad de que Juan Pablo II resultase víctima también de un intento de envenenamiento tampoco debe descartarse del todo. Recordemos que el sacerdote español Jesús López Sáez, en su obra «El día de la cuenta», asegura que Juan Pablo I murió emponzoñado tras habérsele administrado una fuerte dosis de un vasodilatador. La misma tesis sostiene el investigador británico David Yallop, en su libro «In God's Name» («En el nombre de Dios»). Ateniéndonos ahora al testimonio sobre Juan Pablo II recogido por Elena Patriarca Leonardi, hija espiritual de San Pío de Pietrelcina y fundadora de la Casa del Reino de Dios y Reconciliación de las Almas de Roma, contamos con otro posible indicio de que Karol Wojtyla hubiese sufrido algún intento de envenenamiento. Nacida el 4 de noviembre de 1910 en Avezzano, provincia de L'Aquila, Leonardi dejó escrito un diario por obediencia a su director espiritual. Elena Patriarca mantuvo, según acredita ella misma y diversas personas que la trataron en vida, frecuentes locuciones con Jesús, la Virgen y el Padre Pío, una vez fallecido el santo capuchino. Consignemos ahora algunas de ellas, en las que los tres personajes celestiales la previnieron supuestamente sobre los planes maquiavélicos para envenenar a Karol Wojtyla en su momento. Si alguien en el Vaticano deseaba quitarse de en medio a Juan Pablo II a los seis meses de su pontificado, ¿quién podría asegurar entonces a ciencia cierta, sin una autopsia de por medio, que no lo hubiesen hecho antes con Juan Pablo I?
Una jeringuilla
Leamos ahora con atención esos mensajes anotados de puño y letra por Leonardi en su diario personal: «Roma, 5 de abril de 1979, a las 10 de la mañana: Este primer viernes de mes yo estaba en la Iglesia. Cuando terminé mi oración de acción de gracias, la Virgen me dijo: “Orad por el Papa, se está preparando un veneno...” Ella me mostró una jeringuilla». «Roma, 8 de abril de 1979, a las 11:30 mañana: Yo estaba en la Iglesia de la Virgen del Amor Divino. Vi a Jesús y al Padre Pío, que me dijeron: “Orad por el Papa”». «San Giovanni Rotondo, 14 de abril de 1979, a las 22 horas: La Virgen me dijo: “Reza por el Papa. Ellos le preparan un veneno para matarlo. ¡Qué dolor, hija mía! ¡Reza por el Papa y haz penitencia, hija mía!”».
Añadamos, por último, que Juan Pablo II fue el Papa que más atentados frustrados e intentos de asesinato sufrió durante los más de veintiséis años que rigió los designios de la Iglesia; empezando por el plan preconcebido por Fernando Álvarez Tejada para acabar con su vida mediante la colocación de una bomba en la Basílica de Guadalupe, en México, en enero de 1979.
El mismo año, precisamente, en que Elena Patriarca Leonardi hizo las anotaciones que acabamos de leer en su diario, según las cuales pretendían emponzoñar al Papa en abril.
¿Realidad o fantasía? Sea como fuere, la historia del veneno en los Papas es legendaria. Empezando por Teodoro I, que ocupó el solio de Pedro entre los años 642 y 649, y siguiendo por Formoso, emponzoñado en el 896. Ya fuese con veneno o no, lo cierto es que intentaron matar a Juan Pablo II en varias ocasiones a lo largo de su pontificado. El 2 de octubre de 1979, mientras Wojtyla anunciaba en Nueva York su próximo viaje a Brasil, se recibió una carta anónima en la oficina del FBI de Newark avisando de un atentado contra el Papa planeado por las Fuerzas Nacionales de Liberación de Puerto Rico. Poco después, la Policía halló en un domicilio una ametralladora con munición. Tres meses antes del fallido atentado del turco Alí Agca, el 16 de febrero de 1981, y antes de la llegada del Pontífice al estadio de Karachi, en Pakistán, se registró una fuerte explosión a escasos metros de donde iba a celebrar la Santa Misa; el terrorista falleció en el acto como consecuencia de la deflagración. El intento de Alí Agca, sin duda el que más posibilidades tuvo de acabar con la vida de Juan Pablo II en la plaza de San Pedro el 13 de mayo, no sería el último.
LA MUERTE ATROZ DE FORMOSO
El Papa Formoso fue envenenado y rematado a golpe limpio porque tardaba demasiado en morir, según el doctor Roberto Pelta, autor del estudio «El arte de envenenar». Durante el meteórico pontificado de Teodoro II, de tan solo veinte días, aparecieron en las orillas del Tíber los restos mortales de Formoso arrojados al río por orden del Papa anterior, Esteban VI. Los despojos del infeliz Formoso se reintegrarían finalmente al sepulcro de donde procedían, en la Basílica de San Pedro, tras su exhumación para celebrar el llamado «Concilio cadavérico», conocido también como «Sínodo del terror» o «Sínodo del cadáver». Esteban VI fue precisamente quien ordenó exhumar el cadáver de Formoso con el fin de presidir el concilio celebrado en la Basílica Constantiniana, donde se le sometió nada menos que a un juicio post mortem. La ceremonia fue más propia de un cuento de terror de Edgar Allan Poe que de un sentido acto religioso.