John Banville: "Dejo de escribir novelas literarias antes de que me cueste encontrar las palabras"
El novelista publica «Las singularidades» y anuncia que, aunque siga escribiendo su serie policíaca, este es su último proyecto estrictamente literario
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Banville está sentado en su casa, de espaldas a una ventana. Bebe de la copa de vino blanco que sostiene en la mano. Lo hace despacio, con el gesto del hombre que paladea lo que prueba, pero que teme que acabe demasiado pronto. El gesto está impregnado de un domesticado hedonismo y a la vez posee un poso de resignación, como si en el acto del deleite quedara siempre un regusto de dolor. Quizá es la lección aprendida por el hombre que sabe que la vida carece de sentido y a la vez sabe que hay que aprender a disfrutarla. «Tengo setenta y siete años, y tardé entre cinco y seis años en escribir este libro. Me he dado cuenta enseguida de que esta sería mi última novela de este estilo que voy a escribir. Quizá siga con la serie policíaca, que me exige menos esfuerzo, pero no creo que vaya a embarcarme de nuevo en un proyecto así de complejo. Por eso quería resumir la obra de mi vida en una historia. He alcanzado determinada edad y ya me observo para ver si empiezo a perder las palabras. Hasta ahora no ha sucedido, pero llegará un día en que me costará encontrarlas. Sería una tontería zambullirme en un proyecto y no poder acabarlo porque soy mayor. Eres joven y los jóvenes contempláis todo desde otro lado, pero te diré que a partir de los cuarenta años se envejece mucho más rápido de lo que crees».
¿Qué consejo me da?
Haz todo lo que quieras hacer. Y hazlo ya. Acepta el contrato de un millón de dólares. Haz todo lo que te han dicho que no hagas, porque el tiempo que hay entre los cuarenta años y los setenta pasa en un abrir de ojos. Vive todo lo que puedas sin demora.
Dice que le da miedo perder las palabras.
No es un miedo muy presente en este instante, pero hay que ser realista. La máquina acabará por averiarse y empezaré a extraviarlas. Un agente literario me contó una historia de Irish Murdoch Estaban almorzando y ella le dijo: «Todo lo que escribo ya no vale». Se había dado cuenta de que padecía una enfermedad y que su cerebro se estaba deteriorando. Esto es algo que va a pasar y cuando sobrevenga, quiero que pase de manera rápida. Es probable que me aferre a la vida en una decrepitud cada vez más creciente. Primero iré con muletas y luego me tendré que quedar en la cama...
[[DEST:L|||"Antes la gente esperaba con ganas nuestras últimas novelas, ahora les importa un bledo» ]]
¿Iba a decir algo?
Que hay algo cómico en todo este espectáculo de desintegración. No hablo de olvidarte de las llaves. Existe una comedia en la disolución del yo. Samuel Beckett lo vio muy claro, pero le horrorizaba la idea. A mí, la vejez me parece graciosa al contrario que a él.
John Banville da un nuevo trago a la copa de vino. También es corto. No hay que dejar que el matiz de ningún sabor se pueda escapar. Ha publicado «Las singularidades» (Alfaguara). Unas páginas de una enorme brillantez narrativa, que han sido aplaudidas por la crítica inglesa y que funcionan como una caja de resonancia o una cámara de espejos de libros anteriores. Ha recuperado en esta trama a su personaje Freddie Montgomery, que, después de salir de la cárcel, ha adoptado como patronímico el pseudónimo de Felix Mordaunt para evitar que lo reconozcan. La narración irá serpenteando a partir de ese instante por viejos nombres conocidos por los lectores del escritor. El texto se convierte en una evocación de fantasmas y una reflexión sobre el pasado y la imposibilidad de escapar de él. «Tengo una imaginación muy activa, cosa que no es beneficiosa para un autor, porque tengo que atarla en corto. A Dickens también le sucedía. Y a Miguel de Cervantes. James Joyce llegó a declarar que no tenía suerte porque no tenía una imaginación y le tenía que robar cosas a los demás, pero, aseguraba, «mirad qué hago con lo que robo». De niño, yo me contaba historias. Las creaba para mí mismo. Las inventaba como respuestas a lo que veía. Eran maravillosas. A esa edad temprana ya quería ser escritor. No tenía claro qué tipo de artista quería ser. Eso es cierto. Aunque la verdad es que todavía no lo he averiguado».
¿Es importante el pasado?
Vivimos en el pasado. El presente no existe, solo es algo que fluye, que nos pasa por delante. El futuro es la improbabilidad más grande que existe. Lo único que tenemos es el pasado. Si estoy sentado delante de alguien y lo miro, ya existe un retraso, aunque sea infinitesimal, de un nanosegundo, de la luz. Así que veo a esa persona en pasado, como la luz que proviene de las estrellas: la percibimos pero a lo mejor ya las estrellas ni siquiera existen. Ahora estoy aquí pasando una semana. Conocí a mi vecino. Mi mujer falleció a finales de 2021 y la de él, en Navidad. Hablamos del luto y del pasado. Los fantasmas no existen. Ese es el problema. Mi mujer ha fallecido y se ha ido del todo. No paro de decirle a ella, déjate de tonterías y vuelve. Pero no vuelve. La muerte es algo más extraño que la vida y eso es mucho porque la vida es rara. Lo único que me queda son los recuerdos de ella y mis amigos. Cuando nosotros nos vayamos, ella se irá con nosotros. Todos vamos hacia la oscuridad. Es lo normal.
[[DEST:L|||"Yo solo me arrepiento de una cosa: ojalá hubiera escrito menos y hubiera vivido más"]]
Y la literatura...
No explica el mundo. El mundo es inexplicable porque no tiene sentido. Los filósofos tratan de encontrarle un sentido, pero no lo hay. El mundo existe y punto. Los artistas, lo que hago yo, es pensar en cómo es estar vivo. Mantengo la esperanza de que mis libros aporten un sentido de lo que es la vida a los lectores. Pero los libros no impiden los abusos sexuales ni detienen la inflación. El arte no hace nada, pero, sin embargo, vivimos en una época en que exigimos que el arte haga esto. El arte, en el mejor de los casos, en su forma más auténtica, nos permite intensificar el momento de estar presente en la vida. Eso es maravilloso y al mismo tiempo es terrible. El motivo de hacerme artista no fue explicar el mundo su sentido, sino dar cuenta de lo que significa eso, estar vivo. También quería rendir cuentas conmigo mismo. Me asombra que aún venda libros porque los he escrito para mí. Pero hay gente que parece entender el fenómeno que trato de crear.
Pero los libros pueden hacer que le recuerden en el futuro.
La literatura y el mundo literario ha cambiado en estos últimos cincuenta años. Antes la gente esperaba con ganas nuestra última novela. A la gente ahora le importa un bledo. No existe esta idea. El público ya no quiere libros difíciles. La próxima generación perderá mucho por rechazar el desafío de la dificultad. Pero la dificultad es la esencia misma del arte. No existe nada que sea realmente bueno en el arte o en la literatura que no sea difícil. Las cosas difíciles son siempre más que ellas mismas; las cosas sencillas solo son sencillas. Da igual. Mi trabajo ya está hecho. La obra de arte se hace con la honestidad más absoluta, que es cuando también aparecen los monstruos. El arte que se hace para politizar o para ganar dinero no es arte de verdad. Es falso. Yo lo hice lo mejor que pude. Lo hice con toda la autenticidad que pude. De esto solo me puedo arrepentir de una cosa: ojalá hubiera vivido más y hubiera escrito menos.
[[DEST:L|||"El arte que se hace para politizar o para ganar dinero no es arte de verdad. Es arte falso"]]
¿Los libros no recogen la vida?
La vida no es como una novela. La vida es incoherente, no tiene forma. Los hombres somos extraños: no recordamos nuestro nacimiento, experimentamos la muerte y, encima, lo que existe en medio es el caos. Acudimos a las novelas porque están terminadas de una forma casi perfecta. Este es el motivo, pero a la vez tienen algo... Cuando veo «Las Meninas» de Velázquez en El Prado me doy cuenta de que irradian algo misterioso. Cuanto más las observo, más me gustan. Son inaprensibles. Una obra de arte siempre se reserva algo esencial de sí misma y por eso las revisitamos tanto. No veo que nadie revisite de la misma manera una canción pop. Una obra de arte es misteriosa y al regresar a ella, renovamos las impresiones. Tratamos de acercarnos a su sentido, pero en realidad no tiene sentido. Está ahí y punto. Las obras de arte son un misterio tangible al que nos enfrentamos.
En esta novela hay un personaje que se llama William Jaybey por William John Banville. Es usted mismo que se ha incluido. ¿Por qué lo ha hecho?
Sí, es cierto. Es un trasunto de mí mismo. Está hecho con mis pretensiones, mis fracasos, mis tonterías y ganas de reírme de sí mismo. Me divertí bastante haciéndolo. No me imagino a Vladímir Putin o a Francisco Franco como personas con sentido del humor. Yo a mí mismo me encuentro de un ridículo que es maravilloso.
¿De verdad?
Los humanos somos graciosos y enigmáticos al mismo tiempo. Cuando leo un libro, mi perro se sienta muchas veces a mi lado. Se queda ahí, observándome. Sé que piensa que me he vuelto loco, que se pregunta qué hago mirando eso durante horas... Los humanos somos animales que pueden definirse como locos. Me tomo en serio, pero no con solemnidad. Soy capaz de reconocer mi propio absurdo. Conozco gente desprovista de humor. Yo lo considero una discapacidad. Es peor que estar sordo, ciego o incluso morirse. No hay nada peor que esa gente que es incapaz de reírse. Es una gran discapacidad. No poder entender lo ridículo y lo absurdo del mundo, lo maravillo y trágico que es al mismo tiempo. Cuando se enamoran dos personas piensan que el mundo ha cambiado, observan la luna, los árboles. Parecen un par de imbéciles. Pero al cabo de seis meses muere el amor y se convierte en aburrimiento o en amistad. Esas personas vuelven al mundo con el rabo entre las piernas, pero aquí surge una pregunta interesante: ¿dónde estaríamos sin ese ridículo? Escribir un libro es como estar enamorado hasta las trancas durante cinco o seis años. Después, sencillamente, se acaba. Pero, sin embargo, todo esto lo considero algo esencial en la vida.