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Jonathan Millet: "La comunidad internacional conocía la realidad de Sednaya desde 2013 y no hizo nada"

El documentalista se estrena en el largo con un thriller basado en la realidad de los exiliados sirios que persiguen en Europa a criminales de guerra del régimen de Al Asad
Jonathan Millet: "La comunidad internacional conocía la realidad de Sednaya desde 2013 y no hizo nada"
Un fotograma de "La red fantasma"
Marta Moleón
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Con la circunstancial y recientísima revelación aún caliente de los horrores inenarrables vividos en la cárcel de Sednaya como consecuencia de la violencia soterrada –en el sentido literal y figurado de la palabra– ejercida por el régimen del ya derrocado Bashar al-Ásad, aterriza hoy en las salas españolas el interesante bautismo del documentalista francés Jonathan Millet en la ficción, "La red fantasma". Un frenético y trepidante thriller psicológico nominado a los Premios César profundamente físico y sensorial que muestra el proceso operativo y las consecuencias humanas que experimenta el integrante de una célula secreta formada por refugiados sirios y encargada de dar caza en suelo europeo a muchos de los torturadores fugados. Nos sentamos con Millet en la calidez de una céntrica cafetería para desgranar las esquinas y los interrogantes de un infierno que todavía suena demasiado reciente, molestamente cerca.  
Habituado como estás a un lenguaje cinematográfico documental para abordar situaciones socialmente conflictivas, ¿por qué decidiste servirte de la ficción para articular esta cinta?
Efectivamente soy documentalista y de hecho, cuando empecé a buscar testimonios, pensaba en un documental. Pero luego busqué la mejor forma para intentar compartir con el espectador esta historia. Acumulé tanta información que podría haber llegado a escribir quince libros, pero sabía que no quería hacer una película que inundara al espectador con demasiados datos y cuanto más escuchaba los testimonios de los que me iba nutriendo más sentía que quería ser capaz de trasladar las sensaciones que me contaban estas personas, transmitir su vulnerabilidad y desamparo físico. Quise utilizar la ficción para poder introducirme en la cabeza del protagonista y conseguir que el resto también lo haga. El documental es una historia que se cuenta en pasado, ya sabes lo que ha ocurrido, la película en cambio se vive en el presente: todo puede pasar mientras la estás viendo.
La célula de persecución a la que pertenece Hamid es un claro indicador de que la movilización social puede llegar a hacer justicia pero también pone de manifiesto que el Estado y las instituciones, que son los que debería actuar contra los criminales de guerra, en muchas ocasiones no hacen absolutamente nada.
Esto que indicas fue precisamente lo que me empujó a hacer esta película. Contar esa historia que en el fondo está llena de luz, aunque hablemos de guerra, de tortura, de un dictador horrible, pero se cuenta la proeza de una docena de hombres y mujeres normales que se ven envueltos en un relato mucho mayor y van a conseguir que se cambie el rumbo de la Historia. Cuando internacionalmente las instituciones no están a la altura, siempre existe espacio para albergar una esperanza que viene del pueblo, de la movilización ciudadana. 
¿Por qué hemos tardado tanto en descubrir la magnitud del infierno de la cárcel de Sednaya?
Los sirios desde luego lo sabían, recuerdo hablar del asunto con varios de ellos ya en 2015, pero lo grave es que la comunidad internacional y los jefes de estado también. En 2013 ya tenían pruebas de los gases químicos usados por Bashar al-Ásad contra población civil, fotos de los cuerpos, pero no hicieron nada, no intervinieron por intereses mayores...

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