Sección patrocinada por sección patrocinada

¿TIENES FUEGO?

Juan José Millás: «Toda escritura creativa, literaria, debe ser anormal, tener fiebre»

El escritor, que este año ha publicado «ese imbécil va a publicar una novela», reconoce que «quien me parió psíquica e intelectualmente fue la lectura»

Juan José Millás
El escritor Juan José MillásDavid JarLa Razón

En el panorama de la novela española actual, este señor es una isla. Esto es, no hay nadie, ningún otro narrador, que se le parezca, y esa unicidad tiene un inobjetable valor en sí misma. Sus columnas, también diferentes, se construyen siempre, o al menos durante largo tiempo, de idéntico modo, con tres párrafos («como las partes de un insecto», explicó años ha), y todas sus novelas suelen tener una extensión similar, en torno a las 200 páginas, lo que nos indica que este hombre es un animal de costumbres. En cuanto a la médula, a partir de un hecho cotidiano o anodino levanta todo un mundo, con sus complejidades y epifanías y miserias. Quizá porque lleva dentro a ese estudiante de Filosofía que no llegó a terminar la carrera porque encontró en la literatura y el periodismo su lugar, o su no-lugar, quién sabe. Firma con dos nombres y un apellido, y esa fórmula o construcción seguro que le daría mucho juego al narrador que es.

¿Juan José Millás es un escritor o un género literario?

Ja, ja, ja. Buena pregunta. Para mi narcisismo, sobre todo.

Ya me imagino, ya.

Ya me gustaría ser un género literario. Pero, de momento, soy un escritor que aspira a tener una voz propia.

Y la tiene, la tiene. De hecho, no conozco a ningún otro autor español que se le parezca. ¿Se le ocurre alguno vivo que se asemeje a su estilo y trasfondo?

Es que esta pregunta es complicada porque atañe de nuevo a mi narcisismo, ¿no? Y entonces me gustaría contestar que no, que no hay ninguno, que soy inigualable, pero... Yo no puedo hablar objetivamente de mí. Pero, por no dejar de contestar a tu pregunta, a mí me gusta, por ejemplo, y me interesa muchísimo desde siempre, Gonzalo Suárez, del que, por cierto, se acaba de reeditar un libro de periodismo, de artículos y entrevistas, que se llama «La suela de mis zapatos». Es un escritor que utiliza muy bien dos recursos que a mí me encantan, que son la ironía y el pensamiento paradójico.

«Mi encuentro con Arsuaga es una de las mejores cosas que me han sucedido en la vida»

Juan José Millás

Por terminar de incidir en esto: si le dicen que sus novelas son «distintas», entre comillas o cursiva, ¿lo interpreta como un piropo?

Sí.

Esa es una respuesta escueta a más no poder, pero supongo que no precisa de ningún añadido.

Claro. Porque, que digan eso, es subrayar tu originalidad, ¿y quién no va a estar de acuerdo con que es un escritor original? Es a lo que aspiramos, de hecho: a destacar entre la normalidad. Parece contradictorio que digamos que hay una escritura normal, o que hay novelas normales, porque decir de una novela que es normal es, quizá, el peor insulto que puede haber. Porque toda escritura creativa, literaria, debe ser anormal, debe tener fiebre. Y si dentro de esa anormalidad me dicen que mi escritura es todavía más anormal, pues claro que lo tengo que interpretar, necesariamente, como un halago.

Leo en «Ese imbécil va a escribir una novela», su último libro: «A veces te entusiasmas con algo y a las dos horas comprendes que no, que era una tontería». Habla de una idea para un posible reportaje, pero serviría para la vida en general, ¿no?

Sí, efectivamente. Con la escritura pasa, con cierta frecuencia, que uno ha escrito una página que le ha parecido maravillosa y que la ha escrito, en fin, en un estado alterado de conciencia, por decirlo de un modo que se entienda. Pero al día siguiente la lees y dices: pues no era para tanto. Incluso, a veces, no es que no fuera para tanto, sino que la tienes que tirar a la basura. En ocasiones caemos en delirios, y el delirio para escribir es bueno, pero es que hay delirios buenos y delirios malos. Y un delirio malo consiste en considerar que es muy bueno algo que es muy malo. Es fácil diferenciar lo bueno de malo. Esto lo decía Truman Capote en el prólogo a «Plegarias atendidas». Decía: escribir, al principio, es muy estimulante porque enseguida distingues la diferencia entre escribir bien y escribir mal. Lo malo es cuando entiendes la diferencia entre escribir bien y ser genial. Yo puedo decir de una novela que es buena o mala, objetivamente, y lo puedo explicar en la mayoría de los casos. Ahora bien, hay novelas que son fronterizas, que están en un espacio en el que uno dice, pues no sé si es muy bueno o muy malo esto, ja, ja, ja. Puede tener las dos cosas. Pues eso nos pasa, a veces, cuando escribimos, que lo hacemos con un entusiasmo tremendo y luego, al verlo, decimos: pues esto es tan fronterizo que no sabemos. Y eso pasa también en la vida, efectivamente. En la vida hay decisiones que nos parecen acertadísimas, las tomamos y después de tomarlas nos sobreviene una depresión semejante a la de un adolescente que se acaba de masturbar y se dice: parecía que esto iba a cambiarlo todo y quizá me precipité. Por eso se dice tanto eso de contar hasta diez antes de dar una respuesta a una situación. Porque hay respuestas que, en nuestro delirio, nos parecen fantásticas, y después de darlas nos quedamos deprimidos porque comprendemos que no era eso.

«Marías y Muñoz Molina son dos grandes escritores de nuestra época y soy lector agradecido de ambos»

Juan José Millás

Leo también, sobre el protagonista, que es usted o se le parece muchísimo, que primero lo parió su madre, luego la lectura y después la literatura. Es la nota biográfica sucinta más completa que he leído nunca. Y es un canto de amor a la literatura.

(Largo silencio). Sí, bueno, es que es cierto. A mí me parió, claro, físicamente, mi madre, no había otro remedio, pero quien me parió psíquica e intelectualmente fue la lectura. Cuando empecé a leer, mi mundo cambió. Y si no me hubiera encontrado con la lectura, con la que me encontré de casualidad, porque yo nací en un medio en el que había pocas posibilidades de que me encontrara con ella, mi vida habría sido otra completamente distinta. No sé cuál, pero no habría tenido nada que ver. Yo me formé en la horma de la lectura y luego di el salto a la escritura, pero lo fundamental fue la lectura, y lo sigue siendo. Porque no hay escritura sin lectura. La lectura es el combustible de la escritura. Y yo suelo decir, además, para subrayar esto, que si se me apareciera un genio y me dijera: oye, a partir de ahora no puedes leer y escribir, tienes que decidirte por una de las dos cosas, yo le diría: leo. Porque siempre queda algo por leer, lo primero. Y lo segundo, porque leer es un modo de escribir o de reescribir lo ya escrito.

¿El descubrimiento de la lectura, en su caso, fue como si le creciera una segunda cabeza?

Sí, sí, sí. Porque, ya te digo, fue una casualidad. En mi barrio resultó que había una rareza en aquellos años, que era una biblioteca pública, que supongo que era una rareza, que tenía dos pisos. El piso de abajo para infantil y el de arriba para adultos, y yo fui allí por casualidad. Porque como pasábamos mucho tiempo en la calle, en invierno nos metíamos de vez en cuando en la biblioteca para refugiarnos un rato del frío. Nos calentábamos y salíamos otra vez a la calle. Pero como en la biblioteca no se podía hacer nada, porque había allí una especie de sargento que si hablabas te expulsaba de mala manera, y era además muy aburrido estar allí de brazos cruzados, pues yo tiré de un libro, al azar, y resultó ser «Cinco semanas en globo», de Julio Verne. Y entonces empecé a leer y me caí dentro del libro, literalmente. Me caí dentro del libro. Y eso cambió mi vida.

Se cayó como Alicia en el país de las maravillas.

Pues sí, sí, sí. Me caí dentro del libro un poco como Alicia se cae por el pozo ese al país de las maravillas. Y quizá no he salido todavía de él.

Arsuaga y usted son dos inteligencias de distinta arquitectura que, juntas, han creado un pequeño universo adictivo. ¿Esa es la sociedad más hermosa que ha tenido?

No sé si es la más hermosa, pero es muy hermosa, sí. Y, realmente, y esto no lo digo yo, lo dice él, Arsuaga, es un género que hemos inventado, y siendo dos temperamentos tan diferentes. Mi encuentro con Arsuaga, y el haber escrito esos libros, es una de las mejores cosas que me han sucedido en la vida. No ya por todas las satisfacciones externas que nos ha dado, sino porque a mí me ha dado la oportunidad de aprender muchísimo. Yo soy un lector de temas científicos, pero tengo poca formación científica y, por lo tanto, hay veces que entiendo el veinte por ciento de lo que leo. Y sigo leyendo porque ese veinte por ciento me pone a cien. Pero es que mi encuentro con Arsuaga me ha dado la posibilidad de acercarme y comprender el ochenta por ciento restante, o el noventa, a veces. Luego es como si hubiera hecho una carrera.

¿Literariamente quién lo ha emocionado más, Marías o Muñoz Molina? El primero está muerto, por lo que le resultaría más rentable decir que el segundo, pero le pido sinceridad.

(Largo silencio). Ja, ja, ja. Es que es una pregunta que no tiene respuesta, porque no soy capaz de coger el metro para ver cuántos centímetros le saca el uno al otro en mis emociones. Son dos buenos escritores, a los que he leído y sigo leyendo. No hace mucho releía ese comienzo fabuloso de «Corazón tan blanco», de Marías, que es uno de los comienzos más magistrales de la literatura española. Y he empezado el libro de Muñoz Molina sobre Cervantes y las pocas páginas que he leído me han gustado mucho. Hay cosas de Muñoz Molina que me gustan muchísimo, porque es un escritor de una limpieza envidiable. Quiero decir, de una escritura muy limpia. Igual que la de Marías está llena de aciertos expresivos. Son dos grandes escritores de nuestra época y, en cualquier caso, soy lector agradecido de ambos.

«Guardo la imagen turbia / de un niño que, de pronto, se distrae / en medio de los juegos» (José María Valverde). ¿Se ve ahí, al niño que fue?

Está muy bien, sí. Está muy bien porque es la imagen de alguien que no obedece, que no mira allí donde le están diciendo que mire.

Alguien que quiere ser escritor, por ejemplo, y aún no lo sabe.

Sí, sí, me gusta mucho. Además, aunque no recordaba estos versos, soy un gran admirador de José María Valverde. No sé si conoces un libro suyo, maravilloso, que se llama «Hombre de Dios». Si no lo has leído, te lo recomiendo. El primer poema termina diciendo: «Hombre de Dios me llamo. Pero sin Dios estoy». Es un poema que habla de la nostalgia de no estar con Dios, de no tenerle cerca. Es un poeta que a mí me ha interesado muchísimo. Y tuvo una actitud heroica en el franquismo. Él era profesor o catedrático de Estética en Barcelona, y en pleno franquismo dijo: «No hay estética sin ética», y dimitió. Porque pensó que trabajar en ese sistema era como trabajar para el franquismo, trabajar sin ética, y se dijo que era imposible dar clases de estética faltando a la ética.

Esta sección lleva por título «¿Tienes fuego?». Yo se lo pregunto a usted: ¿tiene fuego?

Sí.

¿Se quiere explayar más o simplemente me da un sí?

Es que es muy buena pregunta y creo que la respuesta buena es o sí o no. Y yo te digo que sí tengo fuego.