La flota republicana, con barcos pero sin marinos
Un documentado ensayo aborda un periodo escasamente tratado de la historia de la armada en un complejo escenario nacional e internacional
Un documentado ensayo aborda un periodo escasamente tratado de la historia de la armada en un complejo escenario nacional e internacional
«El ambiente de disconformidad entre cuerpos y clases con que se llegó a la República, unido a la intensa propaganda extremista llevada a cabo en buques y dependencias de la Armada (...) estalló en forma de incidentes personales y competencias entre oficiales y subalternos. Así, nada más proclamarse el nuevo régimen, hubo plantes contra los oficiales, con claros visos de rebelión, en el Acorazado Jaime I y en los Cruceros Méndez Núñez y Reina Victoria. Al mismo tiempo, en el acorazado España un sector de las clases subalternas aprovechó el gesto antirrepublicano (...) Para llevar a cabo un conato de rebelión...»
Tenemos en las manos un libro doblemente interesante porque versa sobre un tema poco conocido y porque proporciona las bases para entender lo que ocurriría después en la Armada, tanto en la sublevación militar del 18 de julio como durante la Guerra Civil. Se trata de «La Marina de Guerra de la Segunda República» (Actas, San Sebastián de los Reyes, Madrid, 2018), obra del oficial de Infantería de Marina, Adolfo Morales, doctor por la UNED con una magnífica tesis: «La Política Naval de la Segunda República» (Cum laude, 24/11/ 2016) de la que surge este libro. El título podría inducir a confusión y parecería apropiado acotar el período que se investiga: 1931-1936. Realmente, el 40 por ciento de la obra son antecedentes, sobre todo las consecuencias de la Gran Guerra (1914/1918) y el posterior fracaso del desarme; el resto sí emboca de lleno a la situación económica, técnica, organizativa, humana y moral de la Marina de guerra entre la proclamación de la Segunda República y el pronunciamiento del 18 de julio, sin implicarse en la guerra ni tratar la actuación militar de las fuerzas navales republicanas.
Una mera objeción formal para este libro bien investigado, estructurado y escrito y que contribuye a explicar la complejísima situación de la Escuadra en 1936: el generalizado antirrepublicanismo de la oficialidad aunque ignorase los planes de Mola; el activismo político anarquista, socialista y comunista de buena parte de la marinería que, organizada en comités, tejía redes para abortar la conspiración y el éxito de esas actividades para mantener bajo control republicano gran parte de la flota.
Igualmente, el amplio capítulo 9: «El personal de la Marina republicana y la situación interna» al que pertenece el párrafo inicial, clarifica lo que ocurriría en los buques al producirse la sublevación militar: el asesinato de un tercio de la oficialidad tuviera o no que ver con la conspiración y, ya durante la lucha, la pobreza operativa de esos buques republicanos comparada con la intensa actividad de las unidades sublevadas, que inferiores en número y capacidad material, sostuvieron a los levantados en los primeros y más delicados momentos.
Tras la proclamación de la Segunda República, el 14 de abril de 1931, el nuevo régimen se encontró con una flota pobre, tanto por la antigüedad de algunas unidades como por la debilidad de otras y su general escasez. Si la República se debía justificar reformando y modernizando España, la Marina era un capítulo relevante para salvaguardar seis mil kilómetros de costas.
Giral no llegó a tiempo
Tanta importancia se le dio que al frente de Marina se sucedieron 14 ministros, algunos tan efímeros, que no tuvieron posibilidad alguna de actuación y solo José Giral, 25 meses en dos períodos, y José Rocha, 13 meses. El Gobierno trató, primero, de captar la adhesión de la oficialidad, monárquica según la fama, y no le costó mucho porque la mayoría de los marinos era indiferente o tenía ideas políticas dentro del abanico ideológico de la época; la minoría monárquica, en general, abandonó la Marina acogiéndose a los ventajosos decretos del Gobierno.
Hubo, también, cambios de símbolos, uniformes, saludos, músicas, empleos, castigos, mejoras salariales para la marinería, reorganización de la estructura, mandos, enseñanza, reclutamiento, justicia militar... Mil asuntos modernizaron formalmente la organización y el personal, que, por cierto, se reveló bastante equilibrado: si el Ejército estaba sobrecargado de jefes y oficiales, «la escala de la Marina de Guerra es inferior a las necesidades nacionales», según Casares Quiroga, el primer ministro republicano de Marina. Fundamental era definir la política naval apropiada para defender nuestros intereses y los buques necesarios para ello dentro de una política austera, teniendo en cuenta la debilidad económica republicana, aún zarandeada por postreros coletazos de la Gran Depresión de 1929.
El Mediterráneo vivía la tensión entre Roma y París y la política imperialista de Mussolini: Abisinia, Libia, islas del Dodecaneso, Albania... España sin intereses semejantes ni medios para competir con aquellas, se decantó por lo que podía hacer: defender las costas y construir los buques apropiados: destructores, guardacostas, submarinos, torpederos, minadores y dragaminas. En ello estaba el ministro Giral el 18 de julio.