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La sangre fría del general McArthur

Sin despeinarse lograba importantes victorias, como la de la playa de Inchón.
larazon

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Sin despeinarse lograba importantes victorias, como la de la playa de Inchón.
Si no fuera porque daba fe de ello su ayudante y amigo, el mayor general Courtney Whitney, podría pensarse que todo lo que vamos a relatar a partir de ahora es una bravuconada. Pero no cabe duda de que el general de cinco estrellas Douglas MacArthur (1880-1964) los tenía muy bien puestos.
Aludimos, no en vano, al militar más condecorado de la historia de Estados Unidos, que actuó como comandante supremo aliado en el frente del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial e incluso fue mariscal de campo del Ejército Filipino y jefe de las fuerzas de su país en el Lejano Oriente. Un militar digno de admiración por ser un hombre más temerario que valeroso. Y si no, veamos lo sucedido durante el ataque a Manus de Papúa Nueva Guinea, en las Islas del Almirantazgo, en febrero de 1944. MacArthur escapó entonces de milagro de las balas de los francotiradores enemigos, parapetados entre los matorrales del campo de aviación que inspeccionaba.
Sin pestañear ni tan quiera ante los silbidos cada vez más próximos de los proyectiles, el general prosiguió con sus comprobaciones como si tal cosa, ataviado con un ligero capote y su célebre gorra bordada de oro, mientras sus soldados lucían uniformes de camuflaje y cascos de acero.
Cuando un subordinado le señaló el bosque que distaba unos cuarenta metros de donde él estaba para advertirle de que habían abatido a un francotirador apostado allí, se limitó a decir: «Han hecho ustedes bien. Es la mejor forma de acabar con ellos». Y volvió a centrarse en su trabajo con una pasmosa calma.
Poco antes de los desembarcos en el Golfo de Leyte (Filipinas), en octubre del mismo año, el mayor general Courtney Whitney se percató al entrar en su despacho de que MacArthur acababa de enfundarse un antiguo revólver. Al ver la curiosidad en su rostro, el jefe le explicó que el arma había pertenecido a su padre y que, si la llevaba siempre encima, nadie sería capaz de capturarle con vida, como así fue.
Dos proyectiles calibre 50
Y no acabó ahí la cosa. Culminado ya el desembarco en Leyte y hallándose de nuevo en su cuartel general, un cazabombardero enemigo sobrevoló el tejado ametrallando todo el sector. Dos proyectiles del calibre 50 penetraron por la ventana abierta y se incrustaron en la pared, sobre el escritorio del general.
¿Qué hizo? Lo sabemos por el ayudante que irrumpió alarmado en su despacho y lo encontró reconcentrado en la tarea. Tras alegrarse de verle con vida, el general no hizo ningún gesto para observar el tamaño de los impactos en el muro, a pocos centímetros de su cabeza, diciéndole con simpleza: «Muchas gracias por su atención». La educación por encima del rango.
Conservaba siempre su sangre fría, como semanas antes de la liberación de la isla filipina de Luzón. MacArthur se hallaba entonces en primera línea de fuego, mientras sus tropas rodeaban Balikpapan, en la costa oriental de Borneo. Ascendieron unos ochocientos metros por una colina para dominar los campos de la población. El general examinaba un mapa en compañía de un oficial australiano cuando de repente una ametralladora abrió fuego. Las balas volvieron a silbar muy cerca de ellos y del suelo surgieron nubecillas de polvo. ¿Qué hizo MacArthur ante esta nueva situación de peligro inminente? Con el mayor cuidado dobló el mapa, se lo entregó al oficial y, señalando una loma vecina, le indicó: «Vamos a ver qué sucede allí... A propósito, es aconsejable que una patrulla se apodere de esa ametralladora antes de que ocurra una desgracia».
Y hablando del estratega, cuando el general propuso el desembarco en Inchón, durante la Guerra de Corea, los jefes de Estado Mayor en Washington recibieron el proyecto con frialdad y pusieron todo tipo de reparos. Él se limitó a escuchar en pleno silencio y asintió a todos sus argumentos en contra. Cuando llegó su turno, manifestó: «Los mismos argumentos que presentan ustedes sobre las dificultades que ofrece Inchón son los que me aseguran el elemento sorpresa, porque el comandante enemigo pensará que nadie va a ser tan audaz como para intentar semejante asalto».
¿Qué sucedió? El primer destacamento de Infantería de Marina desembarcó y aseguró una cabeza de playa en Inchón sin bajas. A la mañana siguiente, Inchón había caído en poder de los aliados. La resistencia enemiga se derrumbó en cuatro días. Se hicieron más de 130.000 prisioneros. Así se las gastaba Douglas MacArthur sin apenas despeinarse.