Arte, Cultura y Espectáculos

La tormenta perfecta

La Razón
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Durante los últimos años, un comentario se ha extendido por toda la moqueta de Ifema: «qué mal está la Feria». Los propios profesionales detectaban una clamorosa falta de riesgo en las propuestas, cierta ola de conservadurismo que alentaba el retorno a posiciones más seguras y populistas: la pintura-pintura, el objeto escultura, el efectismo más próximo al espectáculo televisivo que al arte propiamente dicho, etc. En esta nueva edición de Arco que hoy comienza, las previsiones sólo conducen a profundizar en la herida. Atrás, en efecto, quedan aquellos años en los que el arte español en su conjunto se conjuraba para dar lo mejor de sí y competir por lograr el escaparate más osado. La dimensión expositiva pesaba tanto o más que la comercial, y el cuidado de los diferentes dispositivos visuales llegó a a adquirir un refinamiento inusual. Ahora no toca eso: el objetivo es sobrevivir, rentabilizar al máximo el esfuerzo invertido en estar presente en la Feria y continuar fidelizando los pocos clientes que quedan de los tiempos dorados.

Arco es un gigante agarrotado por el miedo y que sólo transmite cansancio vital, tedio. De una manera inconcebible hace unos años, se ha convertido para la mayoría de las galerías españolas en una suerte de penoso ritual, que obligadamente hay que cumplimentar cada doce meses a fin de no acelerar más si cabe la destrucción del sacrosanto statusquo. Es vox populi que no pocas galerías han acudido este año de mala gana, que cualquier otra feria de tamaño medio en la que participan fuera de España les resulta mucho más rentable que la cita madrileña, y que, por si resultara insuficiente la depresión en la que se halla inmerso el coleccionismo de arte en nuestro país, la subida del IVA cultural resta competitivdad a las empresas locales con respecto a las internacionales. Si del sector turístico suele decirse que funciona como una «isla de optimismo» dentro del inclemente vendaval que azota nuestra economía, del mundo del arte sólo se puede afirmar lo contrario: representa la tormenta perfecta, un microclima especialmente virulento en el que todos los factores negativos que conforman el ambiente general han radicalizado sus efectos. Contra esto, ¿qué se puede hacer? ¿Vencerá el espíritu de responsabilidad colectiva sobre la indiferencia y la melancolía? ¿O por el contrario se producirá una situación de disidencia generalizada y cada uno a dar un estrátégico paso hacia atrás para no fenecer en el hundimiento? En unos días lo sabremos...