Lady Di, el mito en eterno retorno
El polaco, una de las vacas sagradas de la dirección de escena, estrena mañana en el Teatro Real su particular y rompedora visión de la heroína de Eurípides, con Angela Denoke y Paul Groves en los papeles protagonistas
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Warlikowski no es demasiado alto, sí delgado y huesudo. Va muy abrigado, de oscuro, y lleva en la cabeza un gorro. Sus ojos son clarísimos, líquidos, completamente líquidos. Cuando nos da la mano la notamos húmeda, seguro que no es de nervios aunque está a punto de comenzar el ensayo general. No parece especialmente excitado, o quizá sea que la procesión va por dentro, como le sucede a la heroína de «Alceste», ópera que mañana subirá al escenario del Teatro Real y la que se representarán once funciones. Esta será la primera vez que se represente en España en versión escénica (solamente hay constancia de una en concierto promovida por los Amigos de la Ópera de Sabadell en 1995) y la cuarta que recale en el Teatro Real el director de escena polaco. Se sabe cómo empieza una entrevista con él pero nunca ni cuándo ni cómo acaba, por algo lleva casi adherido a la piel el letrero de «provocateur». Su primera vez en el coliseo madrileño fue de la mano de Antonio Moral. Mortier se encargó de que haya repetido tres veces más y él, que se siente muy a gusto en Madrid, dice que sí ha habido un cambio, una transformación desde 2008 en el auditorio: «Antes, el público del estreno se quedaba dormido, quizá porque llegaba a la butaca después de una larga jornada de trabajo. El de hoy no tiene nada que ver con aquél, ha crecido, se ha transformado. Creo que cuando Gerard Mortier llegó aquí su máxima ambición era convertir esta casa en el teatro más moderno y lo consiguió», asegura.
Dentro de un ataud
Para este regista la representación de «Alceste» de Gluck, inspirada en la tragedia de Eurípides, arranca con un vídeo, una proyección en la que la protagonista, la soprano, vive una ensoñación: en ella recrea una parte de su vida, fantasea con su suicidio y con su funeral (terribles las imágenes en las que aparece dentro del ataúd). Está en el cuarto de baño (de una de las habitaciones del Hotel Ritz, por cierto, donde se rodó), en combinación. Se acerca a un espejo y con una barra de labios de color rosa oscuro pinta las imágenes de sus dos hijos, esquemáticos, como garabatean los párvulos que no tienen todavía diestra la mano. Lo primero que se verá en una vídeo proyección es a una mujer rubia, de una edad similar a la que tenía Diana de Gales en 1997, cuando murió, repitiendo las mismas palabras que la que fuera princesa de Gales. Se ha recreado en el coliseo, en el interior, la misma entrevista que dio a la BBC calcando el ángulo, el escenario y el texto (que la soprano Angela Denoke lee en el autocue) que pronunció en 1995. ¿Qué tiene que ver Alceste con la difunta ex esposa de Carlos de Inglaterra? Warlikowski lo ha tomado como excusa, como una percha para trazar el paralelismo que une a ambas. A él, lo que le interesa es que veamos el interior de esta Alceste del siglo XXI, cómo se desnuda delante de las cámaras, cómo nos ofrece una imagen que no se corresponde con la realidad que vive: «Yo me he preguntado cómo era ella antes del conflicto, el momento previo a que le comuniquen que su marido, Admète, va a morir, antes de que ella decida ofrecer su vida a cambio de la de su esposo. Me pregunto si antes de eso le amaba o si era una pose, si formaban un matrimonio feliz o era únicamente una imagen que deseaban transmitir, y llego a la conclusión de que no, de que formaban una pareja infeliz, lo que me resulta muy importante para el punto de vista que persigo», explica. «Es en esa entrevista cuando Diana aparece, pero después no vuelve a estar dentro de la propia obra», comenta, para añadir poco después que «la princesa de Gales se ha convertido en un fenómeno de masas, un ídolo, es uno de nuestros dioses, de los actuales». Se puede establecer un paralelismo entre ambos, él lo vio claramente. Y es en ese momento cuando recordamos que en «El caso Makropoulos», que también tenía su dirección de escena, era otra mujer rubia, una «sex symbol» por excelencia, quien ocupaba el escenario: Marilyn, que dejaba que su vestido se moviera agitado por el aire, Marilyn junto a un orangután. ¿Siente predilección por las rubias o le atraen irremediablemente los iconos? «Para acercar al público a la ópera necesitamos valernos de imágenes como ésta. Es necesario comunicar y mediante este tipo de personajes se está más próximo al público. Hay maneras de hacerlo y yo he elegido ésta premeditadamente. Si te aproximas a la audiencia te comprenderán mejor».
El público falso
Mira hacia un lado y hacia el otro, con cierta desgana. Y se frota las manos sin parar mientras habla (incluso deja escapar la risa), pero no pierde un matiz de la conversación. «La audiencia es complicada, sobre todo en el momento de empezar, en la función de estreno, aunque después no tanto. Los jóvenes tienen que llenar el teatro. El otro, el que está estirado y puede pagar sin problemas una butaca el día del estreno, es falso, es un público burgués, la excepción», comenta quien en el Teatro Real ha sentido tanto aplausos como abucheos e incluso ha podido ver la deserción en el patio de butacas: «La gente tiene todo el derecho a marcharse, esa una opción que tiene quien va a ver un espectáculo mío. Y así debe decidir», contesta. Su nombre a estas alturas sería absurdo negarlo, es un reclamo: ¿vende una puesta en escena de Krysztof Warlikovski? «En Madrid me siento completamente anónimo. Aquí no soy nadie, aunque sé que, lógicamente sí es un foco de atención mi nombre», responde no sabemos si en serio o con un punto y una coma de ironía. Él quiere centrarse en el drama de Alceste, de esa mujer que decide ofrecer su vida por la de su esposo, una mujer que «se pone una máscara, se coloca detrás de ella, quiere mostrar una cara que no es la que realmente es. Hay pocos momentos en que ella esté realmente sola, siempre hay ruido cerca, está rodeada de la corte, de gente que la adula. Ha de mantener la compostura. Lo mismo que le sucedía a Diana, por eso cuando vi la entrevista en que se sinceraba de aquella manera me llamó tanto la atención. Yo he tratado de conocer a Alceste, de penetrar en su dimensión psicológica y conocer su drama». La rubia que nos recuerda a Lady Di es Angela Denoke (que se alterna con Sofía Soloviy); Admète, su esposo, está cantado por Paul Groves y Tom Randle, y la batuta la empuña Ivor Bolton, gran experto en la producción de Gluck. Le preguntamos al director de escena polaco si se atrevería a participar en una ópera que tuviera como protagonistas a ambas: «¿Por qué no?», responde dejando la pregunta en el aire. Y al poco decide poner tierra de por medio porque le espera el ensayo general. Con Ivor Bolton hace un buen tandem. El director musical es uno de los grandes conocedores de la obra de Gluck, «de sus óperas más reformistas», como a él le gusta comentar. El público de Madrid le escuchará ya como el nuevo inquilino del foso (aunque aún tardará en llegar, pues aterrizará la temporada 2015-2016). Ese Madrid que adora Krzystof Warlikowski porque dice que «está fuera del bullicio y estrés de ciudades como Berlín, Londres o París. Aquí me siento como si estuviera ajeno a todo. Hay menos tráfico, es bastante más silencioso, una ciudad tranquila. Está en el extremo del mundo», comenta. Mientras no deja de pensar en Alceste echa un trago de una botella de agua.