Cómo sobrevivir a una pistola en la cabeza
«En el instante preciso», que sale hoy a la venta, alza la voz de Lynsey Addario sobre la situación de la «gente que peor lo pasa» allá donde ha estado los últimos 16 años: cubriendo la guerra con su cámara
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«En el instante preciso», que sale hoy a la venta, alza la voz de Lynsey Addario sobre la situación de la «gente que peor lo pasa» allá donde ha estado los últimos 16 años: cubriendo la guerra con su cámara
«Fuck!». Sin melodramatismos, tragicomedias, ni buscando experiencias metafísicas del más allá. Cero ñoñerías. El «frontline» ha endurecido a Lynsey Addario sin opción. Reconoce, en un castellano multicultural labrado en Argentina, Cuba y México, que maldecir es lo primero que le nace cuando tiene un arma apuntando a su cabeza, que no han sido pocas. Tantas como puede contar con los dedos de una mano. Sí, cinco veces son las que esta fotógrafa ha estado a la voluntad de un gatillo –aderezado con sus secuestros en Libia, por parte de las tropas de Gadafi, y el de Gharma (Irak), en 2004–. Eso sí, siempre ha logrado que el drama se quedase en anécdota. Igual que dice que que no es fácil sorprenderla, afirma que mentiría si no tuviera secuelas. Una de ellas le llega en forma de pregunta: ¿por qué arriesgar la vida por una fotografía? Intenta auto saciarse de la forma más despreocupada que encuentra: «No me levanto pensando que voy a morir. Conozco y calculo unos peligros que tampoco son muchos mayores de los que hay en Madrid, París o Berlín. Aun así, no tengo una respuesta que me consuele».
Mientras Addario le da vueltas una y otra vez al valor de una vida, la suya, frente a la de una instantánea, Spielberg se ha metido de por medio para contar la historia de esta premio Pulitzer –por su trabajo «Talibanistan»– y reportera del «The New York Times», «National Geographic» y «Times». La película, en la que la protagonista mutará en Jennifer Lawrence, se apoya en el libro que Rocaeditorial publica ahora en español, «It’s What I Do» –renombrado «En el instante preciso»–, y donde la fotoperiodista lleva al lector al epicentro de la batalla de algunos de los capítulos más importantes de las últimas décadas. Volumen en el que la estadounidense no busca contar su vida en primera línea de batalla, sino levantar la voz por la gente «que peor lo pasa» y que ella pone en la mirilla de su cámara, no muy lejos de otros objetivos menos amables.
Paisajes que han terminado acostumbrando a a Lynsey Addario a la dureza de la sangre, la crueldad del dolor y el terror de la muerte: «Es algo bastante triste, pero es la realidad de este trabajo», comenta resignada. Sin embargo, advierte ser «más sensible que cuando tenía veinte años. «Me pone triste ver las mismas cosas a través de tantos años –continúa–. Cuando veo un niño morir me destruye por dentro porque tengo uno y es inevitable ponerle su casa en ese momento».
Así desde hace 16 años, tiempo insuficiente para dar con el verdadero motivo que le hace seguir pegada a su cámara: «Creo en el periodismo como parte fundamental de una sociedad. En los momentos en los que estoy mirando a la muerte de frente me pregunto por qué necesito dedicarme a esto y no lo sé. Supongo que todavía no me ha llegado el momento de decir basta. Pero confío en este trabajo. Se tiene que ver lo que está pasando alrededor, dar la perspectiva de la vida, entregar la información a los políticos y a la gente con poder. Es muy importante que no nos olvidemos de los menos afortunados». Y, para ello, Addario dispara lentamente, «para preguntar sin palabras». Buscando salir del inconformismo con el que se flagela: «Nunca estoy feliz con mis fotos. Da igual lo que saque, siempre pienso que debería haber sacado otra cosa». Así intenta cambiar la dinámica del mundo en el que se mueve
Será el conjunto de todo ello lo que la empuja a continuar. Y muy a pesar del muro que se levanta entre su vida personal y laboral y que le ha costado mucho derribar o, por lo menos, saltarlo: «Estuve años intentando compaginarlo, pero siempre fallaba en algo. Es prácticamente insostenible, salvo que encuentres un marido como el mío, que me entiende, apoya y hace de padre y de madre a la vez. Creo que el que sea periodista hace que comprenda. Sin un compañero muy fuerte esto sería imposible». Y más cuando cada despedida le da la sensación de ser la última: «Son momentos muy emocionantes, pero procuro no mostrar los sentimientos porque al final es mi decisión y no quiero hacer sufrir a los demás».
Desgarrador. Como también lo fue Libia, el lugar «más aterrador que he visto», comenta. «En el momento lo viví así. Estaba con los combatientes que eran doctores, ingenieros, profesores... No tenían la habiliad de usar las armas bien y luchaban contra los militares formados de Gadafi, era una situación totalmente desigual. Era obvio que que existía el peligro. No era como estar con las tropas americanas, que dominan la situación. Muy distinto. Y encima estábamos en un país ilegalmente...». ¿Resultado? Intento fallido y secuestro, el segundo, con el oportuno encañonamiento... «Fuck!».
–¿Y qué es lo siguiente que se hace?
–Rezar.
–¿Pero es creyente?
–Me eduqué así, aunque...
–Bueno, en esos momentos todo vale, ¿no?
–Sí. Hay un dicho que dice que en el «frontline» no hay gente que no crea.
«En el instante preciso»
Lynsey Addario
ROCAEDITORIAL
368 páginas,
21,90 euros