De la Gran Vía al Sacromonte
La figura literaria de Roberto Arlt (1900-1942) es inclasificable. De difícil inserción en una convencional tradición cultural argentina, hijo de inmigrantes europeos, alejado de esnobistas círculos intelectuales o banales cenáculos ilustrados, de fuerte e idiosincrática personalidad, tempranamente decidido a ganarse la vida con la literatura, su fructífera dedicación al periodismo y su singular universo novelesco colmarán, hasta cierto punto, una persistente desazón interior, un inquietante dinamismo que combinaba el entusiasmo con la melancolía, la vitalidad con el pesimismo. De poca fortuna sentimental, incurrirá en un errado matrimonio, y una posterior y feliz relación se verá truncada por un fulminante infarto.
Un punto engreído y atrabiliario, asediado por introspectivas reflexiones existenciales, convencido del absurdo carácter de la propia condición humana, claramente vinculado al progresismo socializante, y lúcido observador de la realidad de su entorno, Arlt puede suponer, para el lector actual, el descubrimiento de una irrepetible personalidad literaria, o la valorada recuperación del autor de multirreferidas, más que masivamente leídas entre nosotros, novelas como «El juguete rabioso» (1926), la emblemática «Los siete locos» (1930) o «Los lanzallamas» (1931). Contribuyendo a esta actualización aparece ahora «Aguafuertes», una completa colección de artículos encargados por el periódico porteño «El Mundo» y que, bajo el título en libro de «Aguafuertes españolas» (1936), recoge las vivencias del viaje que su autor realizó durante más de un año por España y Marruecos; más concretamente entre febrero de 1935 y julio de 1936. Estos textos, más allá de un simple costumbrismo viajero y que le depararían una inmensa fama periodística y popular, aparecen hoy, en cuidadísima y rigurosa compilación de Toni Montesinos, con la extraordinaria viveza de la mejor crónica literaria, imprescindible documento de fijación estética de la identidad española.
Más cerca de Europa
Roberto Arlt no consideró estos artículos como un formulario trabajo de encargo, sino como la ilusionada oportunidad de aproximarse a Europa, aunque la impronta de su experiencia en nuestro país superaría en mucho cualquier expectativa meramente literaria, y no es exagerado decir que volvió a Argentina profundamente «españolizado», imbuido de unas formas de vida y de ser, de unos usos y costumbres que le habían supuesto un admirativo y transformador revulsivo íntimo. Es esta una literatura que depende de la mirada, de una detenida observación de la cotidianidad que se traducirá en un costumbrismo nada pintoresco o complaciente, en una escritura de certera adjetivación, poderosa composición de hechos y situaciones, aguda percepción crítica de las ya amenazantes circunstancias sociales, e ineludible reflejo de la atormentada lucidez existencialista de su autor. Detallismo descriptivo, emoción lírica y ejemplar composición de atmósferas y lugares son claros ingredientes de un depurado, sencillo y directo estilismo; frente al mar de Santander, escribe «Se camina ahora reposadamente a lo largo del puerto, un murallón festoneado de mástiles de naves, triángulos de velas y mesas de cafés lujosos, con mesas cubiertas de parasoles listados de rayas amarillas y anaranjadas, entre jardines manchados de flores escarlatas. España es esto ante todo: color».
Extasiado ante el mundo gitano del Sacro Monte granadino (ya adulterado por un incipiente turismo), inmerso en el áspero ascetismo del caserío vasco (con su idolatrado Baroja como referente), sobrecogido por la dura minería asturiana, admirado de la pericia pesquera gallega y la abnegación laboral y familiar de sus mujeres, entusiasta partícipe de las tertulias y cafés madrileños o bajo la impresión catártica de la Semana Santa sevillana, Arlt vive la transgresora conmoción de un personal tiempo nuevo. Sin abandonar su taciturna, un punto ácida, mirada crítica, su literatura cobra el renovado sentido de una esperanzada realidad, más dinámica y abierta al prometedor futuro, pese a los nubarrones de la convulsa situación política que también aparece en estas páginas; de hecho, conocerá de primera mano los momentos iniciales de lo que acabará siendo la trágica contienda civil española.
Estos textos, de clara vocación testimonial, no esconden una acentuada emotividad narrativa y una eficaz expansión sentimental: un delicioso día de playa en Gijón, la placidez de los paseados domingos madrileños (con alguna que otra revuelta callejera), las pintorescas ferias ganaderas de Betanzos o el abigarrado cosmopolitismo de Tánger son ya escenas que el lector fija en su memoria como una estampa de vida, parte de un persistente imaginario cultural. Con un profundo amor por lo autóctono y tradicional, asombrado, por ejemplo, ante la artesanía popular, Arlt sabe distinguir entre la superchería folklorista y la autenticidad que aúna un consuetudinario pasado con la modernidad de un presente renovador.
En la imprescindible introducción de Toni Montesinos a esta modélica edición, se cita a Sylvia Saítta, perspicaz biógrafa de nuestro narrador: «Es la España de la pandereta y de los mantones, de los paisajes pintorescos y de los panoramas de tarjeta postal, pero es también la España negra que asoma en Toledo, en los cuadros de El Greco, en las series de Goya. Es la España castiza, atravesada por las historias de sus reyes y de sus clérigos, pero es también la España proletaria, politizada, al borde de la Guerra Civil». Insuperable descripción del panorama de contrastes y claroscuros que hallamos en estas páginas. Por los corredores del tiempo, décadas después, nos llega, plenamente vigente, dura y lírica a la vez, clásica y moderna, pura excelencia literaria, la mejor crónica periodística de este imperecedero escritor.