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Drones contra fanáticos

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  • Diego Gándara

    Diego Gándara

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La historia no ha terminado y las guerras (o la guerra), según parece, siguen teniendo lugar. ¿Dónde? En el mundo global, globalizado, que lejos de haberse convertido en la gran aldea de la fraternidad universal que muchos soñaron, es hoy el escenario en el que se libra la «primera guerra global», una lucha inédita en la que, a diferencia de las dos mundiales del siglo XX, ya no se enfrentan diferentes Estados ni se invaden espacios, sino que se lleva a cabo al mismo tiempo y en varios territorios nacionales, violando, por otro lado, la soberanía de los respectivos Estados.
Eso es lo que plantea Dardo Scavino en «El sueño de los mártires», un libro interesantísimo (ganador del último Premio Anagrama de Ensayo) y donde el autor analiza, desde una perspectiva lo más amplia posible y con fina rigurosidad, el momento histórico en el que se encuentra la humanidad: un momento marcado desde el comienzo del siglo XXI por el terrorismo islamista, por las guerras comerciales, por el sueño árabe del califato unido y por la aparición de los drones como un nuevo y potente material bélico.
Fanatismo
La causa de esta guerra global, advierte no obstante Scavino, no es la conocida «yihad contra Occidente». Sus motivaciones, señala el autor, son mucho más profundas y complejas: la guerra de Irak, el profetismo de la historia, el culto del martirio y el fanatismo, el regreso a la tradición, los movimientos de liberación árabes, el islamismo como ideología aglutinadora y, también, la política bélica y la carrera armamentísica de Estados Unidos.
No es extraño –sostiene Scavino, autor también de libros sobre filosofía y modernidad– que en esta guerra se enfrentan, por un lado, drones (fruto de la doctrina estadounidense «zero-death», pensada no solo como una manera de tener menos bajas, sino de reducir costes), y, por el otro, mártires capaces de dar su vida en beneficio de un fanatismo colectivo. La solución al conflicto, de momento, no parece fácil, especialmente porque «la política ya no dirige a la guerra sino al revés».
Nada impide, concluye el autor, «que algunos países comiencen a prescindir de los muy entrenados e instruidos profesionales de la guerra para reemplazarlos por esos autómatas terrestres, acuáticos o aéreos controlados, a lo sumo, por algún programador, pero capaces de una amplia autonomía en el dominio de las acciones y hasta de las decisiones». Cuando ello ocurra, el enfrentamiento entre dos concepciones antagónicas de la libertad y de la relación entre el individuo y la comunidad será irreversible.