El prestigio del ágrafo
Con este inteligente ensayo queda consagrada en el olimpo literario la categoría afortunada del ágrafo, autor de una obra excelsa, por lo subterránea y oral, y que nunca se rebajará al vulgar vicio de la escritura («scribendi cacoethes», que diría Juvenal). Se podrían traer a colación los casos del Bartleby de Melville, el Lord Chandos de Hofmannsthal o el Ignatius J. Reilly de Toole. El triste émulo del ágrafo de Valdecantos, en realidad un álter ego condenado a la servidumbre de publicar, es el grafómano que abunda en la vida literaria y académica
Con prosa sutil e irónica, siguiendo un hilo que remonta al «Fedro» de Platón o a la teología apofática bizantina, el tema clave que toca aquí Valdecantos es la negación de la escritura. La desconfianza en este arte viene de antiguo y ya a los griegos les debía parecer sospechosa la proliferación de extraños jeroglíficos en las paredes de los templos egipcios, como la mayoría de iletrados del medievo, acostumbrados a iconos religiosos, debía considerar los códices una especie deleznable. Además, el elenco de sabios que, al parecer, no escribieron ni una palabra es, por otra parte, copioso (Pitágoras, Sócrates, Buda, Zoroastro o Cristo) y viene a confirmar el prestigio del ágrafo.
Tras una dilatada trayectoria, Valdecantos, ensayista y catedrático de Filosofía Moral de la Universidad Carlos III, se sitúa con este libro entre las voces más destacadas y singulares del pensamiento español contemporáneo. Recordaré algunas de entre sus obras: «La fábrica del bien» (2008), «La moral como anomalía» (2007) y «Apología del arrepentimiento» (2006). «Misión del ágrafo» , en fin, viene a reivindicar con ironía a los verdaderos maestros –todos los hemos tenido cerca–, que no escriben nada sino que cumplen «il gran rifiuto» , en el sentido que supo darle Cavafis al verso de Dante.