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En la edad de los recuerdos

En la edad de los recuerdos
En la edad de los recuerdoslarazon

Las que sea de un modo ruboroso, formal y contenido, no se aleja la intencionalidad de este poemario-poema del móvil del célebre que llevaba por título «Palabras para Julia», de José Agustín Goytisolo. Si allí se exhortaba: «Entonces siempre acuérdate / de lo que un día yo escribí / pensando en ti / como ahora pienso», también Graciano García, emotivamente, aspira a ser recordado por su silente interlocutora, «Teresa», aunque, esta vez, sin lazos de parentesco –como el poeta catalán y su hija–, son dos generaciones extremas las que se confrontan con una intensa carga ética y pedagógica. A punto de cumplir los 78 años, el instructor-trovador prefiere presentarse, anónima y humildemente, como alguien que ha alcanzado ya «la edad de los recuerdos con memoria», y le sugiere a una joven, Teresa, que acaba de alcanzar los 18, los rumbos a seguir –sobre todo, qué desechar– para el logro de una realización plena. No se escatima a lo largo de estos versos en relacionar los múltiples escollos –que, a veces, exigen resoluciones contrariadas– con el arduo arte de vivir. Y porque quien alecciona desde estas páginas reconoce sus limitaciones y estigmas, procedente de «un tiempo oscuro / aún no apagadas las llamas / de una guerra sin perdón» con algo de «naufragio» generacional, como destaca en el prólogo –junto a «la sencillez y espontaneidad» expresivas– su coetáneo Luis María Anson. «Viví años de silencio, luto y pena, / en la España secuestrada / por la errante sombra de Caín, / donde hasta el escaso pan que había / se comía con temor», le reconoce, convidando a la joven a evitar el dogmatismo, la envidia y el rencor.

Le aconseja huir de «la banalidad» de estos tiempos con que nos ha tocado lidiar y con ciertos mimbres místicos y franciscanos («Para tan arduo y apasionante viaje/ no quieras demasiado equipaje»), pero, también, señalándole el norte de la realización orteguiana, que exhorta a llegar a ser quien se es, y unamuniana –«el sentido de la vida es hacerse un alma», decía el autor de «Amor y pedagogía»–, mientras le conmina a mantener encendida, como panacea, la «llama del amor», que es «el único privilegio de los pobres».