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Eróticos años 20

larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Como la Odeline de «Historia de O», o la de Simone, de «Historia del Ojo», este libro está escrito con la «o» de obsesión. La monomanía sexual que siente mademoiselle S. –Simone, también– por Charles, «su pequeño dios», a quien promete cada día nuevas audacias eróticas que sólo atienden a la transgresión de la piel. Se trata de la compilación de una serie de cartas y correos neumáticos –una red de tubos de aire comprimido que recorrían París– destinados a revivir con todo lujo de detalles lo acontecido la noche anterior, así como a trazar la hoja de ruta erótica que acaecerá la noche venidera. De ahí que, pese a haber sido escondidas durante tanto tiempo, dudo que les faltara intención de ver la luz (aunque sólo sea una opinión).
El diplomático Jean-Yves Berthault halló estas misivas mientras ayudaba a una amiga a vaciar un sótano. Doscientas cartas escritas entre 1928 y 1930, en las que se detalla de forma explícita el tórrido romance que una desconocida mujer de clase alta y con presumible formación mantuvo con un hombre casado más joven y probablemente militar o ex militar. Berthault las ordenó hasta reconstruir su cronología y seleccionar un tercio de ellas para su publicación, enmascarando sus verdaderas identidades... Poco importa si existieron o son personajes de ficción para este análisis literario.
No hay coqueteo alguno en estas epístolas, y sí lo que hoy podríamos considerar sexo duro: sadismo, voyeurismo, sodomía, prótesis eróticas, herramientas de castigo, derramamiento incesante de fluidos, intercambio de roles y... los definitivos tríos que terminarán con la relación. Todo ello, sin escatimar detalle íntimo alguno, con un lenguaje procaz, bajo la luz de un París contemporáneo a las películas pornográficas, a Genet, Gide, les «Chansons de Bilitis»... en definitiva, durante la emergencia de un nuevo orden, exento de tabúes.
Tampoco asistimos a ninguna iniciación al estilo 50 sombras de Grey, en tanto que los latigazos empiezan en la primera carta y, a partir de ese instante, todo es un crescendo de revueltas dérmicas, resquicios, cavidades anatómicas y exploraciones cárnicas. Aunque no estemos ante Marguerite Duras -¡ojalá!-, son abordadas con un refinamiento tan estilístico como transgresor y asistimos a la alternancia del dolor y el placer, el castigo y el alivio, la indagación constante de todos los límites conocidos. Denotan, no obstante, y lo digo para ciertos sectores feministas que pudieran atisbar en su autora grandes dosis de audacia –aunque la tuviera–: una absoluta sumisión hacia su “macho” así como una total cosificación voluntaria y una consagración enfermiza para con su displicente amante. No obstante, dado el alto voltaje de su contenido, y la intensidad lúbrica de las procacidades que se detallan, se podría recomendar la misma receta que circulaba acerca de Historia de O: que nadie en su sano juicio debería leer estas páginas sin tener a quien besar después.