La gran novela detrás del «western»
Palacios reivindica en una conferencia la calidad literaria de aquellas historias del Oeste que se vendían «a penique» que luego filmaron los maestros del cine
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Palacios reivindica en una conferencia la calidad literaria de aquellas historias del Oeste que se vendían «a penique» que luego filmaron los maestros del cine
Todos (quien más, quien menos) respetamos, amamos o idolatramos un puñado de grandes «western»: «Centauros del desierto», «Río de sangre», «El hombre que mató a Liberty Valance»... Lo que ya no es tan frecuente es que aquellos mismos que se pirran por las narraciones míticas de vaqueros e indios se adentren en el gran tesoro literario que esconden y que ha sido, extraña e injustamente, opacado por la historia. No es el caso de Jesús Palacios, escritor y crítico de cine, un defenso a ultranza de ese legado oculto, que rescató ayer para el público asistente a las jornada «La ilusión del Lejano Oeste», celebrada en el Museo Thyssen paralelamente a la exposición homónima.
Para Palacios, «es un acto de justicia romper ese tópico que asocia la novela del Oeste a los libros de ‘‘a duro’’, de baja calidad. La gente tiende a creer que la calidad de estas obras es mucho menor a las de las películas que la tomaron de base, pero no es así, incluso a veces es al contrario. La gran novela americana en su versión «western» es tan respetable como cualquier otro género». Esta discriminación, señala, no se produce con el cine negro, la ciencia ficción o el terror: «Nadie piensa que las obras de Chandler son inferiores a sus versiones en el cine o que ‘‘Frankenstein» sea peor que las cintas de terror».
De hecho, la novela del Oeste allanó el camino para el gran cine de Hawks, Ford o Walsh. «El propio Ford, por ejemplo, contaba con los autores como guionistas y les pedía consejo». Autores como Alan Le May, A. B. Guthrie, James Warner Bellah o Dorothy Johnson narraron originalmente un puñado de historias que fijaron el arquetipo del Lejano Oeste. Y lo hicieron, recuerda Jesús Palacio, con una mayor libertad que los directores de cine: «En aquella época estaba muy vigente el Código Hays que preservaba la moralidad en la gran pantalla. Así que esas novelas que podían hablar sin tapujos de sexo o violencia eran censuradas en los guiones de cine, donde los malos siempre tenían que morir, la gente dormía en camas separadas y los buenos eran recompensados».
Aquel equilibrio saltó por los aires en los años 60. El Código, aún vigente, comenzó a relajarse en la práctica y surgieron obras «salvajes» como las de Peckimpah o Arthur Penn. «Son ellos quienes pudieron acercarse a aquellas obras literarias que trataban con más realismo el tema».
En la nómina de autores del «western» ha habido varios premios Pulitzer y alguna gloria actual, como Cormac McCarthy, miembros del potente Western Writers of America. En la actualidad, el binomio novela-cine sigue funcionando. «La última de Tommy Lee Jones, ‘‘Deuda de honor’’, se basa en una obra de Glendon Swarthout. Jones es un fanático de estas novelas; por su parte, «El renacido» –multi nominada a los Oscar– también toma una novela de finales del XIX». «El origen del mito de la frontera –insiste Palacio– es literario. Durante el propio proceso de conquista del Oeste ya se publicaban novelas de a penique o folletines que exaltaban el atractivo de aquellas tierras y sus personajes». Buffalo Bill fijaría todos aquellos tipos en su legendario espectáculo, que recorrió el mundo durante años propagando aquel universo de tramperos, «cowboys», indios y prostitutas.