Memorias de un descuidero
Ratero, toxicómano, relaciones públicas del hurto..., pero también instintivo, performero del robo, un verdadero Nam June Paik de la delincuencia. A medida que se aleja del patio de recreo, sus delitos serán mayores, llegarán las drogas y el alcohol, la construcción de su propio hogar, el descenso a los infiernos. Pero, ¿por qué Gary es como es?: «Debido a la jaula de metal en la que se crió, que nos da forma a medida que crecemos y nos convierte en las personas que somos después».
La familia, la primera célula terrorista de la Historia; el lugar donde sufrirá abusos físicos a manos de su padre, el abandono de una madre –la mujer de los sueños perdidos– poco interesada en la maternidad y el asesinato de un amigo de la infancia. Aunque intente cambiar, sigue siendo el niño que buscaba respuestas que no quería oír. Atrabiliario, encantador, irritante. «Descubrirás un huevo de cosas de mí y yo no descubriré una mierda de ti», nos avanza en el inicio, pero es en lo único que miente. Gary lo sabe todo del lector porque es nuestro «yo», el que pudiéramos haber sido de haber crecido con sus condicionantes... o el que, acaso, seamos.
Moral retorcida
Ahora, el hombre con los ojos del color de un billete de cinco libras recién impreso tiene un hijo de 18 años y una mujer pasiva e infantil, aunque bien podría ser porque está pintada con la brocha de él. Una familia que tal vez pierda... o, acaso, gane. Todo es posible en estas páginas concebidas como un testimonio visceral y perturbador. Construidas con una voz brillante, llena de fuerza, que habla sin rodeos, con honestidad y un retorcido sentido de la moral, nos agarrará del cuello para arrastrarnos a través de su historia. Lucharás contra él hasta que desees adscribirte a su causa. El resultado de tanta sinceridad radical es una lectura sombría. No obstante, Leyshon siempre mantiene las riendas con mano firme y concede al lector momentos de levedad para darle un respiro. El relato tiene la tensión de una novela policíaca o de una película de suspense, pero, en la práctica, se trata de una historia extrañamente doméstica que habla del mundo real: de los demonios internos, de las familias desestructuradas, de la falta de rumbo, de las adicciones, de las existencias erráticas..., de las vidas malgastadas. Todo lo que está cerca de casa o, en muchas ocasiones, dentro.
Gary lo sabe y, por ello, en lugar de esconderse –porque no es un cínico– habla y habla para conducir al lector por un paseo mental demoledor donde terminará cayendo en su propia trampa. Pero ya hemos dicho que es el rey del «happpening», y cuando las cosas se ponen demasiado oscuras –aunque sin perder su toque inmaculado–, nos da un respiro con socarrones toques de ironía. No hay escapatoria de este libro lleno de preguntas fundamentales por el que Leyshon merece un aplauso por formularlas de un modo tan soberbio.