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Montaigne se hace moderno

larazon

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Durante varias décadas del siglo XX en Estados Unidos la literatura humorística o de crónica social, deportiva o costumbrista atrapó a una gran cantidad de público, con escritores convertidos en verdaderas estrellas desde publicaciones como «The New Yorker». En ella, destacarían, por ejemplo, James Thurber y E. B. White, que se harían famosos por la publicación de arios libros infantiles y que, en 1929, habían escrito una parodia de los manuales de sexología, «Is sex necessary?» (¿Es necesario el sexo?). Pues bien, en el verano de 1948, White, instalado en un hotel «durante una ola de calor», como dice el propio autor en la primera frase del prefacio, escribió el ensayo «Here is New York», que la editorial Minúscula tradujo al español como «Esto es Nueva York» hace ya más de quince años.
Bella Nueva York
Se trataba de un encargo del editor de una revista y el resultado fueron unas páginas memorables por abordar la impresión de una memoria del antiguo Nueva York que iba desapareciendo. No me cabe duda de que muchos lectores compartirán mi apreciación de que «Esto es Nueva York» es de lo más sublime que se ha escrito sobre la gran ciudad, con afirmaciones como la de que «nadie va allí si no espera ser afortunado» o «Nueva York concederá el don de la soledad y el don de la intimidad a cualquiera que esté interesado en obtener tan extrañas recompensas». Ese maravilloso texto se integra ahora en «Ensayos» (traducción de Martín Schifino), que el propio White preparó en 1977 y en cuyo prólogo ya alude al género al que dedicó su vida, diciendo irónicamente: «El ensayista es un hombre sin complejos que tiene la creencia pueril de que todo lo que piensa, todo lo que le ocurre, es de interés general».
Y eso es lo mejor y lo peor de este libro. En efecto, cual Montaigne moderno, él es el propio tema de sus escritos: los pertenecientes a la granja, la ciudad, asuntos internacionales o su gusto por Florida, por ejemplo. De modo que ciertos lectores comulgarán con lo que dice Hal Hager en el epílogo del volumen: que White «reveló lo que hay de permanente y gozoso en lo “intrascendente” y lo “trivial”. Y disfrutó de ello», pero otros, entre los que me encuentro, decepcionado (salvo por el texto magnífico dedicado a «Walden», de Thoreau), podrán toparse con páginas que resultan meramente anecdóticas donde la cotidianidad más personal se abre paso sin el gancho del suficiente humor.

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