Pandilla de maledicentes
La voluntad de experimentación narrativa acostumbra a gravitar sobre la estructura, la configuración sintáctica o la temporalidad de la trama; pero resulta más insólito que se ensaye con la modalidad genérica del relato, escribiendo una historia que muta desde el drama sentimental a la epopeya aventurera, pasando por la parodia melodramática, la intriga policiaca, la crónica costumbrista o el alegato reivindicativo. Es lo que encontramos en la obra ganadora del XVI Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones, «Malemort, el Impotente», de Guillermo Roz (Buenos Aires, 1973), un escritor afincado en nuestro país y nieto confeso del «boom» hispanoamericano.
El protagonista que da título a esta historia es un joven campesino de finales del siglo XIX que vive en Aveyron, localidad de la Francia profunda; asistimos a su noviazgo y boda con una ambiciosa muchacha y a las intrigas que llevarán a un difundido y, en ese contexto, infamante bulo, el de la impotencia sexual de nuestro Malemort. Atribulado por la humillante maledicencia, decide emigrar a América. Le acompañan en el viaje en barco atrabiliarios personajes como el Pontífice Bessières, sabihondo parlanchín cargado de hijos; el Minero Murat, en eterna lamentación de su duro oficio; el Grillo Puech, hábil manipulador juguetón de inquietantes cuchillos y pícara expresión facial; o el valiente y decidido Louis Lafon, auténtico líder de este esperpéntico grupo que dará lugar a la fundación, en mitad de la Pampa, de una industriosa colonia francesa. Combinando el arrojo con el miedo, el ánimo decidido con la inevitable inexperiencia, Malemort y sus compañeros construirán de la nada una nueva realidad vital, entre logros y carencias: «El éxito de las grandes aventuras humanas depende de dos valores: la fe y la ignorancia» (pág. 126). Asentado en la épica de la inmigración, nuestro héroe se enamorará de una brasileña con la que engendrará a Milagros, la voz narradora de esta historia, que desdice con su existencia aquella insidia que marcó la vida de su padre. Una lograda novela sobre el absurdo de las expectativas figuradas y la fatal incertidumbre del destino: «Al desierto le habían crecido unos franceses. Pocos y asustados, bajos y altos, niños y maduros. Los más pequeños solían preguntar a sus padres: ¿Cuándo volvemos a casa? ¿De aquí a dónde iremos? ¿Qué esperamos? Y esas preguntas los padres se las hacían al sol de diciembre, insólito calorcito, y al viento y a la nada» (pág. 153). Imprescindible historia de bien narrados desengaños.