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Literatura

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Sylvia Plath, sin censuras

La publicación de sus «Diarios completos» revela a una escritora nueva, con sus preocupaciones, altibajos, obsesiones, pasiones. Un retrato inédito que va desde sus años como estudiante hasta 1962

En primer plano. Sylvia Plath, en una imagen inédita tomada en 1954 larazon

La publicación de sus «Diarios completos» revela a una escritora nueva, con sus preocupaciones, altibajos, obsesiones, pasiones. Un retrato inédito que va desde sus años como estudiante hasta 1962

Pocas vidas habrá en el mundo de la literatura del siglo XX que hayan sido objeto de tantas controversias y estudios como la de Sylvia Plath. Su trágica muerte, su matrimonio con el también poeta Ted Hughes y, sobre todo, la enorme calidad de su producción literaria han hecho que el interés perviva. En los últimos años, sus lectores no lo han tenido muy fácil porque Hughes se encargó de restringir el acceso a algunos de sus textos más importantes, tratando de salvaguardar la memoria de la autora de «La campana de cristal», lo que ha hecho que se haya especulado hasta la saciedad sobre el contenido de algunos de esos cuadernos, especialmente los que respondían a textos autobiográficos. Ahora esas dudas quedan resueltas. La próxima semana llega a las librerías un volumen largamente esperado. Se trata de «Diarios completos», que, de la mano de Alba Editorial, suponen la edición definitiva de un conjunto de libretas que hasta ahora se conocían parcialmente, sólo una tercera parte de todo lo conservado. Fue Ted Hughes el encargado de sellar el acceso a todo este material hasta 2013, una serie de 23 manuscritos que se conservan en la Smith College de Northam-pton, Massachusetts, junto con otros materiales de Plath. Bajo el escrupuloso trabajo de Karen V. Kukil, el volumen nos permite acompañar la palabra de la poeta desde sus años estudiantiles hasta 1962, un año antes de su suicidio. Pero ¿lo tenemos todo? De nuevo es su viudo y albacea Hughes el que hace que planeen dudas: uno de los diarios «desapareció» sin saberse cómo y otro, en el que Plath trabajó hasta tres días antes de su trágica muerte, fue destruido por el mismo esposo, como él confesaría. Lo que nos queda, que no es poco, nos permite conocer más de cerca a la escritora, con sus luces y sus sombras, sus aspiraciones y sus frustraciones, tanto las literarias como las puramente personales. A ello se suma, en la cuidada edición, la incorporación de material fotográfico, buena parte de él inédito, así como algunos de los dibujos que Plath realizó en las páginas de sus diarios.

- Ideas que matan

Es una Sylvia Plath que confía todo su yo a las páginas que probablemente nunca pensó en publicar, pero que ahora ya son un documento de primer nivel por su riqueza y fuerza, y que convirten esta obra en una de las mejores autobiografías del siglo pasado. Plath no oculta nada en sus diarios. Confiesa, por ejemplo, el 15 de noviembre de 1959. que «me he hipnotizado a mí misma para olvidar las exigencias del mundo. Las IDEAS matan los tiernos retoños de la obra misma. He vivido el amor, el dolor, la locura, y si no soy capaz de dar sentido a estas experiencias, ninguna experiencia nueva me servirá. (...) El estado mental es lo más importante para la obra. Un estado de comezón despreocupada y entusiasta en que el poema o el cuento sean supremos por sí mismos».

Plath surge en muchas de las páginas como un ser melancólico, con muchas dudas respecto a sí misma. La envuelve una mirada que parece pedir ayuda, pero que no acaba de hacer pública a su alrededor. Véase, por ejemplo, lo que redacta el 11 de diciembre de 1955: «¿Por qué me cuesta tanto aceptar el presente, tomar cada instante como una simple manzana: sin cortarla ni desmenuzarla para descubrir una razón, ni colocarla en una estantería junto a otras manzanas para sopesar su valor, ni intentar preservarla en conserva y terminar llorando desconsolada al descubrir que se pone marrón y deja de ser la manzana maravillosa que me dieron por la mañana?».

Unas líneas más abajo, demuestra que quiere salir del pozo, que no se conforma con vestirse con el pesimismo, que hay esperanza, aunque todo se acabe en eso, en unas intenciones que a la larga no se verán cumplidas: «Quiero vivir plenamente todos los días y que vayan formando un collar de cuentas de colores, en vez de matar el presente a fuerza de cortarlo cruelmente en pedacitos para que se adecúe a un desesperado esbozo arquitectónico para la futura construcción de un Taj Mahal».

- Días de nubes y sol

Esta edición también nos permite saber cómo eran las visitas que realizaba la poeta a las consultas de diferentes médicos, aunque no sirvan de gran cosa a una paciente que quiere salir del pozo al que parece abocada en muchas ocasiones. En un cuaderno fechado el 10 de enero de 1959, reconoce que «salgo de la terapia con más preguntas de las que tenía al entrar». El día antes se había sentido alegre, pero «enseguida se nubló».

Al hacer balance de lo hablado con la doctora y de su vida hasta ese momento, Plath asegura –con, precisamente, su relación con Ted Hughes en la cabeza– que «odiaba a los hombres porque los necesitaba físicamente; los odiaba porque su actitud me resultaba humillante: las mujeres no deberían pensar, no deberían ser infieles (sus maridos sí pueden, claro está), deberían quedarse en casa, cocinar y lavar. Muchos hombres desean que sus mujeres sean así. Los únicos que no lo desean son los débiles; por eso tantas mujeres fuertes se casan con hombres débiles, para poder tener hijos y hacer su vida al mismo tiempo. Si por lo menos pudiera escribir un cuento o una novela, para superar el desahogo, que lo es».

Tampoco faltan sus menciones a la creación de su obra literaria, así como sus intentos por darla a conocerla, aunque en varias ocasiones se encuentre las puertas cerradas, como cuando la revista «The New Yorker» decide no publicar los poemas que ha enviado. «Sensación de injusticia, de indignación, llantos y tristeza», afirma, encontrando el consuelo en otro autor expatriado como ella: «Irónicamente la biografía de Henry James me consuela y me encantaría poderle contar la reputación póstuma de la que goza hoy. Escribió con grandes sufrimientos, entregó su vida al arte (que es más de lo que puedo pensar que haré yo, porque yo tengo a Ted y tendré hijos, aunque tenga pocos amigos) y aun así los críticos lo vilipendiaron, se burlaron de él y apenas tuvo lectores. Pero yo, mucho más tosca, estoy hecha para el éxito. ¿Embotará el fracaso mi agudeza?».

Soñar con Marilyn

Uno de los episodios más insólitos explicados por la escritora Sylvia Plath no sucedió nunca, salvo en sus sueños. Lo comenta en su diario el 4 de enero de 1959, en un momento en el que espera conocer al poeta T. S. Eliot, es un capítulo divertido: «Anoche se me apareció Marilyn Monroe en sueños como una especie de hada madrina. (...) Yo le contaba, al borde del llanto, cuánto significaban ella y Arthur Miller para nosotros, aunque naturalmente no pudieran saberlo. Ella me hacía una manicura profesional. Como yo no me había lavado el pelo, le preguntaba si conocía buenos peluqueros y le contaba que vaya donde vaya siempre acaban haciéndome un peinado horrible».

«Diarios completos»

Sylvia Path

Alba editorial

848 páginas,

29,50 euros

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