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literatura
¿Está justificado matar a un sátrapa populista?
Pedro González-Trevijano, expresidente del Constitucional, lleva al ensayo teatral dos recursos de revisión: el de Bruto y el de Pilatos, a priori, responsables de dos magnicidios históricos

González-Trevijano afirma que siempre ha tenido una fuerte «tendencia literaria». Su paso por el Tribunal Constitucional, donde además de magistrado fue presidente de noviembre de 2021 a enero de 2023, nos hace olvidarnos del hombre que hay detrás del juez, pero ahí está. Como todo hijo de vecino, es indisociable. «Al margen de haber escrito mucho sobre la materia propia de la Constitución siempre me ha gustado ir más allá», justifica quien acaba de presentar su segunda obra teatral, «El juicio. Causa contra Bruto y Pilatos» (VdB). Sostiene que «no lo tenía premeditado», pero los años de lecturas y de recopilación de información han derivado casi de manera natural en un ensayo dramático sobre dos de los grandes magnicidios de la Historia: el de Julio César y el de Jesús. Aunque no serán ellos las figuras centrales, sino sus supuestos verdugos, Marco Junio Bruto y Poncio Pilatos; o, dicho de otro modo: el hijo de Servilia, la que fuera amante de Julio César, y el prefecto de Judea que permitió la tortura y crucifixión de Jesucristo, respectivamente. «Me parece que el teatro es una forma extraordinaria de que se revisen las causas», celebra un González-Trevijano que confiesa haberse formado el gusto teatral con «Estudio 1» y los textos de Dostoyevski, Tolstoi, Saramago, Bulgákov...
La propia acción llevará a estos dos personajes al noveno círculo del Infierno de Dante para presentar un recurso de revisión ante la Historia que caerá en manos del emperador Marco Aurelio. «Sus ‘‘Meditaciones’’ me daban juego», confiesa de una trama que, para más «inri», suma otros dos «ilustres» como abogados: Emilio Papiniano, «el gran jurista romano», como defensor de Bruto; y, de parte de Pilatos, Abraham Lincoln, «que además de un extraordinario presidente fue un gran abogado que ejerció en Springfield, Illinois. Se dice que sus virtudes políticas le venían de sus años de aprendizaje en los juzgados».
Responsable, pero no culpable
No pasado por alto que ambos también fueron objeto de una muerte violenta; uno, el americano, asesinado en el Teatro Ford tras ser acusado de tirano, y el otro, «ejecutado por Caracalla por no justificar la muerte de su hermano». Y, como guinda, de fiscal aparece Maximilien Robespierre, «el Incorruptible», otro más que llegó a su fin de forma abrupta: el jacobino de la Revolución Francesa fue ajusticiado por la guillotin en la actual plaza de la Concordia. Por su parte, Bruto intentará explicar que formaba parte de uno de los linajes más importantes de Roma. Y puntualiza el autor: «Expulsaron al último rey, Tarquinio el Soberbio». Las explicaciones de la defensa llevan a que no tuvo otra que matar a un personaje, Julio César, que se había convertido en un sátrapa y era un peligro para la democracia romana. Por ello Papiniano intenta demostrar que César era un tirano y que debían poner límite a sus excesos: «Presenta en Bruto a un hombre comedido y respetuoso con los fundamentos políticos que se vio obligado a extirpar el cáncer». Y hace buena la frase de «me declaro responsable, pero no soy culpable».
Y del mismo modo se actuará en el juicio Pilatos, del que el expresidente del Constitucional asegura haberse leído «todo lo que se ha publicado». El prefecto alega ser un militar de clase media al que enviaron a un destino horrible y al que no quería ir nadie. Hizo lo que pudo pensando que los delitos que se le imputaban no eran condenables, justifica, e incluso trató de salvarlo, pero «consentí su muerte porque no sabía que era hijo de Dios», viene a decir el personaje.
Es la obra con la que el escritor pone sobre la mesa el debate sobre la corrección o no de matar a un tirano. «Yo no lo justifico», deja claro el creador de un personaje, Bruto, que sí expone su amor tanto al César como a su patria: «Pero más a Roma» que a su padrastro. Asegura el juez que el carácter de Julio César era «parecido a lo que hoy llamamos populismo». De hecho, continúa, se decía que la gran diferencia entre el alocado Alejandro Magno y él era que a Julio César sí le importaba lo que la gente opinara de su figura. Al final, la condición humana se mueve por tres hilos: «Poder, riqueza y sexo, que no amor. El sexo es un impulso más primitivo, sustenta muchas más relaciones».
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