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Revolución neoludista: una llamada a rebelarse ante el avance de la IA

Brian Merchant advierte sobre los riesgos de la tecnología en «Sangre en las máquinas», y advierte sobre las tensiones sociales que pueden traer las empresas tecnológicas

Power House Mechanic Working On a Steam Pump 1920 By Lewis W. Hine Ann Ronan Picture Library AFP

La tecnología está empeñada en fabricar máquinas que lo hagan todo mejor que nosotros; es más, que nos sustituyan. Es como ser un personaje de la película de «Terminato» con la posibilidad de programar hoy a Skynet antes del Día del Juicio Final. Eso piensa Elon Musk, que asegura mirando al infinito que en el futuro no tendremos que trabajar porque los robots, palabra creada por el escritor checo Karel Capek que significa «esclavos», ocuparán nuestro sitio en el sistema productivo.

Llegó a decir que en el futuro no tendremos trabajo y viviremos con un salario vital. Bill Gates fue más aguafiestas diciendo que solo trabajaremos dos días a la semana porque la mayoría de las tareas podrán ser realizadas por IA. Tendremos tiempo para la creación y el ocio. Seremos holgazanes mantenidos por máquinas.

Otros son antimaquinistas, luditas, como Yuval Noah Harari y Timnit Gebru. Piensan que hay que destruir o frenar la tecnología y la IA para no perder la esencia humana de este planeta ni perder el control de la democracia o del registro de acontecimientos que conocemos como «historia». Este miedo se alimenta por el rechazo natural y lógico que existe a que cualquier aparato nos saque de nuestra zona de confort; es decir, quedemos desactualizados y perdamos nuestro trabajo o nos controle algo que desconocemos. Por esta razón, hace más de doscientos años se desarrolló un movimiento de destrucción de las máquinas: el ludismo.

Un personaje inventado

Brian Merchant ha escrito un libro muy interesante al respecto, titulado «Sangre en las máquinas. Los orígenes de la rebelión contra las grandes tecnológicas» (Capitán Swing, 2025). El autor es columnista de tecnología en «Los Angeles Times», y su obra combina un toque periodístico con una inmensa recopilación de material de archivo y fuentes históricas secundarias. El libro se publicó con gran éxito en 2023 en Estados Unidos. La intención es reinterpretar el ludismo como un movimiento anticapitalista y democrático.

Recordemos que el ludismo surgió en Inglaterra a principios del siglo XIX. Este movimiento tomó el nombre de un personaje ficticio llamado «Ned Ludd» –también hubo otro que se llamaba «Capitán Swing» y que, curiosamente, da nombre a la editorial que publica este título– para evitar la acción de la justicia. Los luditas eran obreros textiles y de otros sectores que decidieron romper las máquinas que les quitaban el trabajo, y cuya existencia bajaba los salarios. No eran meros destructores, dice Merchant. Se ha cargado sobre ellos un sentido peyorativo, tecnofóbico y enemigos del progreso, cuando en realidad eran defensores de un modo de vida, opina el autor. Su lucha no era contra los dispositivos que ahorraban mano de obra, sino contra la forma en que se utilizaban.

Para Merchant, los luditas rompían máquinas porque solo enriquecían a su propietario a expensas de una enorme masa de trabajadores cualificados. La violencia llegó cuando la protesta pacífica fracasó. Fue así que se dedicaron a la destrucción organizada y estratégica de máquinas. Merchant, con un tono marxista, identifica este tipo de acción colectiva violenta como «insurgencia de clase».

El movimiento cobró tal importancia en el año 1812 que pareció que el Reino Unido, subraya el autor, estuvo al borde de una revolución. Su represión obligó al gobierno británico a movilizar la mayor ocupación militar doméstica en la historia del país y a que la destrucción de máquinas se castigara con la pena capital.

Merchant intenta vincular el ludismo con la lucha colectiva actual contra los abusos laborales. Este anclaje histórico, un tanto forzado, busca tener un referente para proponer un cambio en la aplicación de la tecnología. Lo «progresista» sería que no existiera para beneficiar a unos pocos –los ricos–, sino que fuera el motor de la felicidad y bienestar general. Los luditas de comienzos del siglo XIX, en opinión de Merchant, habrían marcado el camino llamando la atención sobre la deshumanización y el uso equivocado de las máquinas. En su reivindicación de aquellas sociedades destructoras, el autor argumenta que no fueron enemigos de la tecnología. Entendieron, dice, que el problema no residía en la máquina, sino en los hombres que las poseían. Esta perspectiva de lucha de clases envuelta en otras palabras, sostiene que solo hay dos caminos: desposeer de la tecnología a quienes consideren «explotadores», o que los propietarios de las máquinas se adapten a un planteamiento socialista de producción. Toda tecnología que se considere nociva para ese tipo de convivencia comunitaria, así como la investigación científica que la propicia, deben ser anuladas. El objetivo final es el clásico de las utopías de los últimos doscientos años: la armonía social.

Merchant se preocupa por encontrar paralelismos con la cuarta revolución industrial, la actual, alimentando muchas veces, quizá sin advertirlo, el miedo al maquinismo y el activismo violento como última opción. Al igual que los luditas de principios del Ochocientos, cuando el salario de los tejedores se desplomó casi a la mitad entre 1800 y 1811, hoy en día los trabajadores con «contratos basura» están sujetos a los caprichos de empleadores que ofrecen sueldos bajos por empleos inestables y efímeros. La aplicación tecnológica actual, dice Merchant, no reduce el trabajo, sino que lo convierte en más difuso, precario y peor remunerado o menos protegido. En este sentido, el autor señala que Jeff Bezos determinó que era más económico contratar técnicos eventuales en momentos de alta temperatura que instalar aire acondicionado en algunos almacenes de Amazon para tener empleados fijos.

Enemigos de las máquinas

Este maltrato laboral se esconde diciendo que los empleados son anti tecnológicos; es decir, se crea un relato que desvía el sentido de la verdadera protesta. Eso ocurrió en el siglo XIX con los luditas, y pasa ahora. Merchant pone ejemplos actuales de empresas norteamericanas, donde se producen despidos diciendo que los afectados eran enemigos de las máquinas. Lo que falta, dice el autor, es «democratizar» la producción y, por tanto, también la aplicación tecnológica. El problema es que se introduce con gran rapidez buscando más beneficios empresariales sin tener en cuenta la repercusión sobre los trabajadores.

El repertorio de respuestas que propone Merchant siguiendo el ejemplo ludita pasa por el activismo colectivo. Toda la incomodidad generada por la tecnología, no solo en los puestos de trabajo sino también en las redes, debe, en opinión de Merchant, encontrar la respuesta social. No lo dice, pero un buen ejemplo es cuando en España se consideró que Elon Musk era un «fascista» y el mundillo progresista decidió abandonar la red social X y crear Bluesky. También lo hizo Trump con una propia llamada «Truth Social» y no ha cambiado nada.

El activismo neoludita tiene otro tipo de técnicas. En la ciudad de San Francisco los activistas se manifestaron contra dos compañías de coches autónomos –sin conductor– poniendo conos de tráfico en sus capós. Otras acciones más serias han sido las conducidas por sindicatos norteamericanos, que han pactado en sus convenios colectivos una introducción «armoniosa» de las máquinas.

Reacción nostálgica

El paralelismo del ludismo con la protesta actual por la tecnología proporciona a Merchant un modelo de lucha y un lenguaje para la resistencia. En el fondo subyace la clásica rebelión contra el libre mercado, la reacción nostálgica de que un mundo pasado fue mejor, y el clásico miedo a un futuro que no se controla. Esto se ha multiplicado con la aplicación de la inteligencia artificial.

A la realidad opone una utopía de armonía, el tópico de «otro mundo es posible» basado en forzar al otro a corregirse y vivir de una manera diferente. Merchant afirma que los luditas perdieron porque fueron los capitalistas quienes escribieron el relato, la historia de quiénes eran, qué pensaban y cuál era su objetivo. Por eso se ha sentido impulsado a recuperar su histórica resistencia a la deshumanización. La tecnología, dice entusiasmado, debe introducirse de forma «democrática» en nuestras vidas. Todo lo demás, concluye, será continuar la explotación del hombre por el hombre.

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