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Historia

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Lo que Trump debe aprender del Imperio romano

Josiah Osgood presenta un ensayo en el que refleja cómo Roma fue positiva y dejó enseñanzas que todavía hoy se pueden seguir

La estabilidad que trajo Augusto como primer emperador se refleja en esta escultura, que hoy se exhibe en los Museos Vaticanos
La estabilidad que trajo Augusto como primer emperador se refleja en esta escultura, que hoy se exhibe en los Museos Vaticanoslarazon

Josiah Osgood presenta un ensayo en el que refleja cómo Roma fue positiva y dejó enseñanzas que todavía hoy se pueden seguir.

Una crisis política o social se puede paliar, menguar, incluso solucionar. Pero también se puede crear para, posteriormente, aprovecharse de ella en interés propio. Esta acción, a veces perversa, se debe a lo que el profesor Josiah Osgood llama «el ascenso de hombres fuertes». «Cuando la gente piensa que vive un caos, quizá atraiga la imagen de un hombre potente que toma decisiones», apunta, añadiendo que «estas crisis muchas veces son manufacturadas: crean problemas inexistentes, hacen énfasis en ello para, después, mostrarse como una solución». Estas tendencias se pueden ver en la época de la historia que Osgood aborda en su nuevo libro, «Roma. La creación del Estado mundo»: el final de la República romana. «Se creó una crisis de piratería en el Mediterráneo y, en lugar de dar una solución, apareció Pompeyo el Grande como la única persona con el poder para acabar con los piratas», explica el profesor. Y es que este modelo se sigue viendo en la actualidad: «Donald Trump ha creado estas crisis en Estados Unidos», argumenta, «con un discurso de ataque al sistema está provocando la quiebra de determinadas instituciones, y este descrédito puede ser negativo para el sistema democrático». Al igual que el Senado romano sirvió como medio para que, desde dentro, ascendiese la figura de César, Osgood ve que esto también sucede en Estados Unidos, así como en Europa. «La idea actual del nacionalismo agresivo que vemos en países que quieren ser autárquicos y vivir aislados con éxito deben aprender de Roma –continúa–, pues es la cooperación y la colaboración política lo que genera estabilidad».

Osgood plantea su obra de forma optimista: «Más que de un declive, yo hablo de una transformación gradual, pongo el acento en factores positivos, ya que, aunque el fin de la República romana desembocara en el gobierno unipersonal de Augusto, éste es un modelo político más capaz de conseguir paz, estabilidad y prosperidad». Con este discurso, el profesor y director del departamento de Clásicas en la Universidad de Georgetown (Washington DC), plantea que de Roma, en esta transición hacia su Estado mundo, hay que aprender. En esta época, ser ciudadano romano era un orgullo. Sin embargo, actualmente, cada vez es más difícil para un europeo sacar lo positivo de su entorno. «Quizá sea un problema de perspectiva, deberíamos enfatizar y poner en valor las cosas en las que Europa es líder, como es en lo ambiental», apunta Osgood. Con esto, apunta algo clave que deberíamos aprender de los romanos: «Tenían dos patrias, una, la ciudad de origen y, otra, Roma –continúa–, las identidades no tienen por qué ser unívocas, sino que, al igual que los romanos podían ser de Itálica, Hispalis o Tarraco y a la vez de Roma, nosotros podemos tener varias identidades».

Pero esta no es la única enseñanza que, para Osgood, se debería extraer hoy. Explica que, aunque hablar de Imperio no está de moda, «es un modelo también diferente a los Estados nación que, aunque utilizó medios agresivos, fue capaz de desarrollar una cultura e instituciones políticas muy inclusivas». Es decir, una imagen de estabilidad y prosperidad que pueden recordar a la Unión Europea o a Estados Unidos. ¿Y qué ocurre ante una imagen tan atractiva? Que la gente de países más desfavorecidos cruzan sus fronteras buscando una vida mejor. «La retórica política que hace de la migración un problema tiene también sus peligros», explica.

Próspero Occidente

En la época romana, fueron los pueblos bárbaros los que, aún sin querer destruir Roma, acudían a ella. Ahora, este espacio próspero es Occidente. Si en lugar de verlo como un problema las identidades se endurecen y las fronteras se cierran, «vemos estos movimientos migratorios como algo negativo, pero también son una oportunidad, ya que, por ejemplo, el desarrollo económico de Estados Unidos no sería posible sin su inmigración reciente», añade. Para seguir estas enseñanzas de Roma, ¿habría que ir hacia un Estado mundo? «Actualmente lo estaríamos, más bien, abandonando porque, aunque tras la Segunda Guerra Mundial parecía que Occidente iba a estructurar el mundo, parece que esto se ha quebrado», explica. Y esto, para el profesor, se debe a las emergentes potencias con otro modelo político alternativo, como es el caso de China, pero también «por la propia quiebra de la confianza en las instituciones occidentales».

Osgood plantea una perspectiva tan optimista de lo que fue Roma que, más que ver problemas, propone soluciones. Y, para ello, sostiene que el primer paso es que aquellas instituciones destinadas a regular la conflictividad no se conviertan en conflicto, sino en una vía para apoyar los intereses de los diferentes grupos sociales. Como hizo Augusto, que «no los enfrentó, sino que los concilió». Y esto le llevó a lo esencial: la estabilidad de un Estado mundo.