«Lolitas» al mejor postor
El lunes se subastó en Christie’s por 17 millones de euros el último cuadro de la emblemática serie que Balthus dedicó a Thérèse Blanchard, su musa de 11 años, a la que siguió buscando en las demás preadolescentes a las que retrató durante su vida
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El lunes se subastó por 17 millones de euros el último cuadro de la emblemática serie que Balthus dedicó a Thérèse Blanchard, su musa de 11 años, a la que siguió buscando en las demás preadolescentes a las que retrató durante su vida
Thérèse Blanchard tenía 11 años en 1936 cuando conoció a Balthus, uno de sus vecinos de la calle Cour de Rohan, cerca de la plaza de L’Odéon de París. La niña se convertiría en su principal musa: en los tres años siguientes la retrató al menos diez veces y después de huir de la ocupación nazi en 1940 seguiría buscando su aire melancólico y su cuerpo delicado en Anna, Laurence, Georgette, Odile y Jeannette, entre muchas otras jóvenes que, a esa edad al borde de la adolescencia, posaron para él. El último retrato de Thérèse, terminado meses antes de que Balthus abandonara la ciudad rumbo a Chambéry, sale hoy a subasta en Christie’s. El óleo de la niña musa decoró durante sesenta años el salón de la casa de Los Ángeles de la familia Sherwood, quienes pintaron las paredes y tapizaron los sofás del mismo tono ocre del jersey con que Balthus la inmortalizó.
Para cuando el pintor regresó a París en 1946, ya Thérèse no residía en Cour de Rohan porque se había casado e ido a vivir a otro barrio. Poco después, con tan solo 25 años, falleció. Jean Clair ha escrito de «Thérèse sur un banquette», cuyo precio de salida se ha establecido en 12 millones de dólares (más de 10 millones de euros), que se trata de una de las obras más emblemáticas de Balthus: «El retrato de Thérèse está capturado en el tipo de delicado equilibrio que no puede durar más que un momento... Sin embargo, este cuerpo en equilibrio inestable está dibujado de manera invencible; se desliza camino a la orilla lejana hacia la que nos lleva inexorablemente la gravedad de la edad adulta, cuando el juego y su naturalidad ya no pueden contrarrestar el peso de las cosas».
La fascinación de Balthus por ese momento en que la inocencia de la infancia comienza a perderse, cuando la mujer no lo es aún pero ya posee un halo de erotismo acaso inconsciente, sería motivo de escándalo y polémica mientras estuvo vivo e incluso después de su fallecimiento. En 2013, el Museo Metropolitano de Nueva York le dedicó una exposición –fue la última vez que el público pudo disfrutar de «Thérèse sur un banquette»– en la que, en la entrada, se advertía al público de que «varios de los cuadros en esta muestra pueden resultar inquietantes para algunos visitantes».
Sabine Rewald, comisaria del Met y autora de varios libros sobre Balthus, asegura que el hecho de que el pintor insistiera en negar el aspecto erótico de sus retratos de adolescentes solo «suma ambigüedad a las obras». A diferencia de otros críticos, en sus escritos Rewald no minimiza la importancia de lo sexual en los cuadros de Balthus, sino que se refiere a un «deseo erótico evidente». «Por una parte, Balthus otorga a su modelo tanta importancia y dignidad como si fuera observada por alguien de su misma edad. Por otra, añade una capa provocativa, seductora, a su inocencia», lo que causa una tensión que en muchos casos incomoda al espectador.
Rewald explica en «Balthus: Cats and Girls» que al pintor le interesaba esa dualidad de la adolescencia como resultado de su pasión por «Cumbres borrascosas». De hecho, cuenta que fue el primer artista en Francia en intentar ilustrar la novela de Emily Brontë, aunque no terminaría el proyecto. «Balthus se identificaba profundamente con este libro y (en sus dibujos) otorgó a Heathcliff sus propios rasgos, mientras que Cathy tiene los de su futura esposa, Antoinette de Watteville», escribe Rewald. Las ilustraciones para «Cumbres borrascosas» le servirían como base de la mayor parte de las obras que realizaría más adelante.
Rewald no se corta tampoco al comparar a las modelos del pintor con la Lolita de Nabokov: «Sin duda le habrían resultado atractivas al cincuentón Humbert Humbert», escribe. Después de «perder» a su Lolita original, el pintor encontró otras musas, entre ellas, Georgette Coslin, de trece años e hija de un agricultor de Champrovent, la casona del siglo XVII en la que se instaló junto a su esposa tras huir de París. Las dos niñas que aparecen en «The Salon» (1941-1943) son la propia Georgette, que emula la pose de lectura de Thérèse en «Los hermanos Blanchard», de 1937, y que confesaría décadas más tarde que solía quedarse dormida durante las sesiones en las que le tocaba posar en el sofá.
De Francia el pintor se trasladó a Friburgo, en Suiza, donde encontró a su siguiente musa, Jeannette Aldry. Aunque era un poco mayor que el resto de sus modelos, Jeannette le recordaba a Thérèse por su aire melancólico. La retrató en «El juego de la paciencia» (1943) vestida con un chaleco rojo y falda verde oscura, muy parecido al atuendo que luce su musa original en «Thérèse sur une banquette». En ese afán de recrear a la niña de París, Balthus pintó también a Odile Bugnon, de 14 años, a la que conoció porque era amiga de los hijos del barón de Chollet y de la que le llamó la atención su naturalidad y aspecto desenfadado. Sin embargo, cuando Odile llegó a su estudio venía de la peluquería y llevaba su mejor vestido y zapatos elegantes. Según cuenta Rewald en su libro, el artista le cambió el calzado por unas pantuflas, le puso un collar de perlas y le pidió que sostuviera el espejo con el que aparece en «Los buenos tiempos» (1944-1946).
De lo profesional a lo personal
Mucho se ha dicho sobre la fascinación de Balthus por las adolescentes, incluso se le ha tildado de pedófilo. En realidad, solo con una de ellas la relación pasó de lo profesional a lo personal. Laurence, hija del escritor George Bataille, buen amigo del pintor, a la que conoció un día comiendo con su padre, se convertiría en su amante. Balthus la retrató en «El gato de La Mediterranée», un cuadro que realizó para un restaurante en la plaza de L’Odéon y que todavía existe, en el que se reunía a menudo con el padre de la chica, Albert Camus y André Malraux, entre otros intelectuales. Laurence tenía 16 años cuando se conocieron y se convertiría también en su nueva modelo favorita: la pintaba cada tarde después del colegio, cada vez con menos ropa (es la protagonista de la serie de desnudos «La semana de los cuatro jueves»). Terminado el trabajo, Laurence regresaba a casa de su madre, que se había divorciado de Bataille y convivía con Jacques Lacan.
Al final de su vida, su inspiración sería Anna Wahli. Anna tenía ocho años cuando comenzó a posar para Balthus y asegura que éste la eligió porque le gustaba escucharla tarareando a Mozart. La hoy psicoterapeuta escribió un ensayo en 2013 para acompañar una exposición de las fotografías Polaroid que el pintor le hizo durante sus posados en el que cuenta que durante nueve años iba cada miércoles por la tarde a su estudio y que, terminadas las sesiones, a veces veían juntos una telenovela que a ella le encantaba.
Entre todas las que fueron sus musas, el elemento común era esa mezcla de inocencia y conocimiento, la mirada de quien sueña despierto y el dinamismo del cuerpo joven y flexible que las niñas comienzan a descubrir como fuente de placer y arma de seducción. Y los gatos, que aparecen también en muchas de sus obras. Pero de todas ellas, quizá el más bello ejemplo sea «Thérèse sur une banquette», en su perpetuo equilibrio al borde del precipicio de la vida adulta.
Jeannette, Georgette y Odile, musas en el exilio
«El juego de la paciencia»
En este cuadro Balthus regresa a la paleta de colores que utilizó en «Thérèse sur une banquette». La protagonista es Jeannette Aldry, a la que retrató en Fribourg. En contraste con la serie de Thérèse, que posó para él en su austero estudio de París, en este y los demás óleos que realizó en el exilio destaca la elegante decoración de las casas donde el artista se refugió en Francia y Suiza.
Picasso y los niños Blanchard
Uno de los más conocidos cuadros de la serie de Thérèse es «Los hermanos Blanchard» (1937), que Picasso compró en 1939 porque consideraba a Balthus el único artista contemporáneo que no estaba tratando de copiarlo. En la imagen, «The Salon» (1943), en el que retrató a Georgette Coslin buscando recrear la obra que había vendido al malagueño.
Collar de perlas
Odile Bugnon posó para Balthus en 1944, aunque el artista terminó «Los buenos tiempos» dos años más tarde, cuando ya se había ido de Suiza. Si bien tanto la decoración como la protagonistas están basados en la realidad, el hombre arrodillado frente a la chimenea nunca estuvo allí durante las sesiones, según afirmó Odile años más tarde a Sabine Rewald.