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«Los diez mandamientos», sin «copyright»

Charlton Heston, en una escena de «Los diez mandamientos», una de las obras que quedan libres de derechos en este nuevo año
Charlton Heston, en una escena de «Los diez mandamientos», una de las obras que quedan libres de derechos en este nuevo añolarazon

No veíamos algo igual desde hacía 20 años. Exactamente desde que en 1998 miles de obras, desde ensayos y películas a canciones, obras de teatro, poemas, novelas y etc., llegaron al dominio público. 2019, marcado en rojo en el calendario, supone la salida del redil del copyright de creaciones tan emblemáticas como «Los diez mandamientos», de Cecil B. DeMille. La lista, apabullante, incluye novelas de Edgar Rice Burroughs, Agatha Christie, Adolf Huxley, Robert Frost, e.e. Cummings y D. H. Lawrence; discos de uno de los padres del jazz, Jelly Roll Morton, y de gigantes como Irving Berlin, Louis Armstrong, George Gershwin y WC Handy, así como composiciones de Béla Bartók, musicales de Noel Coward; y películas de los tres grandes del humor en los tiempos del cine mudo: Harold Lloyd, Charles Chaplin y Buster Keaton. Una avalancha de sabiduría, belleza y arte que cualquiera podrá ya copiar y reproducir, aunque también está por ver que alguien invierta en, por ejemplo, restaurar ciertos trabajos cinematográficos o musicales si no tiene garantizada a cambio una concreta compensación económica. El clásico debate entre las servidumbres de los derechos de autor y la arcadia que prometen desde hace años los paladines de la obra de arte limpia y dispuesta para el gratis total. Y la lluvia de trabajo puede ser mucho mayor. Como explicaba ayer mismo el centro de la Universidad Duke para el Estudio del Dominio Público, «según las leyes vigentes hasta 1978, miles de obras producidas en 1962 ingresarán al dominio público este año. Abarcan desde los libros ''A wrinkle in time'' y ''The guns of august'', a la película ''Lawrence de Arabia'' y la canción ''Blowin ’in the wind'', y mucho más. De hecho, como los derechos de autor había que renovarlos cada 28 años, y el 85% de los autores no se renovaron, ¡el 85% de las obras previas a 1990 podrían ingresar en el dominio público!». Existe una forma de contrarrestarlo: publicar de forma minoritaria los trabajos, como por ejemplo ha hecho Sony Music con parte del catálogo inicial de Bob Dylan. Pero se trata de la punta del iceberg. Desde «Pálido fuego», de Nabokov a «El hombre en el castillo», de Philip K. Dick, de «La naranja mecánica», de Anthony Burgess, a «Capitalismo y libertad», de Milton Freadman, a «El cuaderno dorado», de Doris Lessing, «Alguien voló sobre el nido del cuco», de Ken Kesey, «Quién teme a Virginia Woolf», de Edward Albee y «Un día en la vida de Ivan Denisovich», de Aleksandr Solzhenitsyn, y eso por circunscribirnos solo a los libros, abundan los nombres y títulos insoslayables. «Imaginen lo que podrían hacer las grandes bibliotecas del mundo o los aficionados en Internet», asegura el citado centro universitario. Una euforia comprensible, aunque también matizable: da por hecho que el acceso a la cultura y el arte está seriamente comprometido por cuestiones económicas o de infraestructura. Algo difícilmente sostenible en los días de Spotify, Youtube o Amazon.