Malú, quién te cantará
A esta hora aún no sabemos si la cantante sigue siendo quien es. Si todas esas canciones de desamor continúan despiertas. Hay sociólogos que sostienen que tantas melodías de romanticismo crucificado responden a una cierta crisis moral de la sociedad.
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A esta hora aún no sabemos si la cantante sigue siendo quien es. Si todas esas canciones de desamor continúan despiertas. Hay sociólogos que sostienen que tantas melodías de romanticismo crucificado responden a una cierta crisis moral de la sociedad.
La desaparición de la escena artística de Malú, una mujer con tantos seguidores como «runners» encuentras por el barrio, tiene algo de fantasmagórico por mucho que detrás del telón se guarde un enigma político por su supuesta relación con Albert Rivera. El líder de Cs encontró la respuesta para decir sin decir en la entrevista que le hizo con todas las de la ley Bertín Osborne. «Estoy muy orgulloso de vivir en un país donde la gente es libre, vive con quien quiere, rehace su vida, se acuesta con quien quiere... Y como estoy orgulloso de vivir en ese país, lo quiero también para mí». Faltaría más.
Este juego de espejos en el que las preguntas rebotan mientras el político vende su mercancia electoral comienza a tener los elementos de un «thriller» alimentado por los protagonistas. Si tan libres somos para estar con quien nos venga en gana, a qué viene tanto misterio. En las redes y los portales de los altos cotilleos «no se hablaba de otra cosa», que diría mi fuente, más bien cascada, en los laberintos de la información corazonera, que pronostica que esta es la pregunta más incómoda de su campaña, más que el aborto o las armas. Hay quien aventura presentación en mayo, ¿llegaremos a mayo?, o un mutis por el foro.
En la película de Carlos Vermut «Quién te cantará», injustamente olvidada en los Goya del buen rollo y la corrupción de la derecha, una estrella de la música prepara su regreso a los escenarios pero un episodio amnésico la obliga a buscar a una doble para que la enseñe a ser la que era antes. En ese caso, la imitación valía más que la original, que se retrató, al cabo, como una vampira capaz de arrastrar el alma de los que la rodeaban.
A esta hora aún no sabemos si Malú sigue siendo Malú. Si todas esas canciones de desamor continúan despiertas. Hay sociólogos que sostienen que tantas melodías de romanticismo crucificado responden a una cierta crisis moral de la sociedad. Una premisa que no se sostiene porque los temas tristes y trágicos existen desde que el primer cerebro humano aprendió a tararear angustia para lamerse las heridas. Pero hoy se exponen teorías ridículas como si hubieran descubierto vida en Marte.
La incógnita es quién le cantará a Malú si Rivera no consigue el voto naranja, o quién le cantará a él. En el universo político y cultural resplandecen romances a media luz. Rivera quiere ser Kennedy. Malú no es Marilyn Monroe. Churchill mantuvo en el anonimato su admiración extramatrimonial por Doris Castlerusse, tía abuela de la modelo Cara Delevinge, «influencer» de la generación instituto, y así hasta Katherine Hepburn y Spencer Tracy.
Nos queda Narciso, el hombre que se enamoró de sí mismo al verse reflejado en el agua. Quién sabe. Esto ya es mitología y psicología moderna. Esto es también la política. Lo explicaría mejor Fernando Arrabal, él, todo surrealista, patafísica, como esta historia de un secreto a medias que la sociología política tendrá que aclarar algún día a Bertín con una copa de vino como es debido.