Marat, el jacobino sangriento que era «amigo del pueblo»
Legitimó la violencia, denunció a sus compatriotas acusándolos de traidores y consideraba que el verdadero enemigo era «el enemigo interior»
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Leía «L’Ami du peuple» («El amigo del pueblo»). Subrayaba y tomaba notas mientras mantenía medio cuerpo sumergido en agua fría. El baño calmaba su picor en la piel. Algunos decían que era por la sífilis. Otros, que tenía un eccema atópico. Cubría su cabeza con una toalla al tiempo que mojaba la pluma en tinta. En la estancia entró entonces Charlotte Corday. Tan solo tenía 23 años. No era una cualquiera. Girondina, lectora de Montesquieu y Rousseau. Había decidido matar a Marat, el jacobino, el tirano sangriento. Hacía pocos días que había llegado desde Caen, el 9 de julio de 1793. Nada más pisar París dirigió una carta a Marat. «Necesito verle», escribió. «Tengo que revelarle los secretos más importantes para el bienestar de la República».
Charlotte subió a su domicilio, no sin discutir con la portera. Allí encontró a un hombre indefenso, feo, con la cara picada por la viruela y la piel blanca. La imagen era grotesca. La joven comenzó a hablar. Delató a diputados enemigos de la Revolución. Marat tomó nota y dijo que irían a la guillotina. Fue entonces cuando Charlotte sacó un cuchillo. Se lo hundió enmedio del pecho, justo en el corazón. Era 13 de julio de 1793.
Marat había nacido en Boudry, una ciudad suiza, en 1743. Fue médico de profesión. Ejerció en Londres, Países Bajos y París. En la capital francesa fue médico de la Corte y de la aristocracia hasta 1786, la misma a la que ordenó guillotinar años después. Dejó la medicina en 1788, con la convocatoria de los Estados Generales. Para entonces ya había publicado algunos folletos políticos de mediano impacto.
En septiembre de 1789 comenzó a publicar «El amigo del pueblo» con una tirada de unos 2.000 ejemplares. Aquí salió todo su odio por la frustración de no tener el reconocimiento que creía merecer. Atacó a Necker, ministro, por «enemigo de la libertad». De Mirabeau dijo que era un «traidor» en ciernes. Incluso aplaudió el asalto de la turbamulta a las cárceles parisinas en septiembre de 1792, que se cobró muchas vidas, como un medio de eliminar a los «traidores».
Marat consiguió mucha popularidad y fue elegido diputado en la Convención Nacional, junto a los jacobinos. Comenzó entonces sus ataques a los girondinos, a su entender tibios defensores de la República y de Francia. Por supuesto, votó a favor de la ejecución de Luis XVI. Elaboraba listas de traidores que publicaba en «Journal de la République française», y que servían para encarcelar a los girondinos y a muchos otros. Todo el mundo era un traidor para Marat, por lo que alguna vez tenía que acertar. Ocurrió con el general Dumouriez, que intentó un golpe de Estado en marzo de 1793. A partir de entonces, Marat cobró mucha autoridad. El llamado «amigo del pueblo» concebía el terror como un instrumento de dominación sobre el enemigo político y también como una manera de mantener el poder. Esta fue la clave de sus listas negras para mandar al patíbulo a tanto girondino.
Una vez agotadas las vías institucionales, escribió Marat, era legítimo usar la violencia para eliminar al otro. Era un argumento «racional», porque la razón dictaba el derecho a resistir por cualquier medio a los que por acción u omisión fomentaban la opresión. El fin justificaba los medios. Para Marat el verdadero enemigo era el «enemigo interno», y había que acabar con él de forma preventiva. No cabía la reinserción o la reeducación. Únicamente el exterminio.
En mayo de 1792 escribió que todas sus esperanzas eran que el ejército comprendiera que lo primero era «matar a sus generales». Decía al pueblo: «Todos vuestros jefes os engañan. Armad vuestras manos de puñales, degollad» a Lafayette, y luego «corred» al Senado y «empalad a esos representantes, y que sus miembros ensangrentados, colgados de las almenas, aterren para siempre a los que quieran reemplazarlos en sus cargos».
Empujando al pueblo a la barbarie estableció en Francia el terror de Estado, y pretendió crear jurisprudencia. Por esta razón propuso la fundación de la Sociedad de los Vengadores de la Ley, antecedente del Comité de Salvación Pública, para que se convirtiera en dictador. Ante tanto derramamiento de sangre, llegó una joven, Charlotte Corday, y pensando en la justicia le partió el corazón con un puñal. La girondina fue ajusticiada. Le siguieron unos días de lamentos públicos. Incluso una letanía en su funeral titulada «Corazón de Jesús, corazón de Marat», en la antigua iglesia de Cordeliers, el 16 de julio de 1793. Es curioso, pero su cadáver fue robado dos años después y todavía no ha aparecido.