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Martín Abrisketa: «Los supuestos “normales” somos muy aburridos y además muy malos»

En «El país escondido» (Planeta), ilustrado por una mujer con síndrome de Down, narra la relación entre una niña soñadora y un anciano con alzhéimer

Martín Abrisketa / Foto: Gonzalo Pérez
Martín Abrisketa / Foto: Gonzalo Pérezlarazon

En «El país escondido» (Planeta), ilustrado por una mujer con síndrome de Down, narra la relación entre una niña soñadora y un anciano con alzhéimer.

Martín Abrisketa (Bilbao, 1967) saltó a la literatura con la exitosa «La lengua de los secretos». Ahora publica «El país escondido» (Planeta), una novela que descubre la fantasía de una mirada infantil y la importancia del cariño. Maggie es una niña huérfana y tímida que vive en su mundo con su abuelo, que está olvidando todo. Cree que lo que dibuja con sus rotuladores mágicos se convierte en realidad. Una tierna historia situada en los años de plomo del País Vasco e ilustrada por Isabel Holgueras, una mujer con síndrome de Down que, como Maggie, se comunica mejor dibujando que con palabras.

–¿La mirada de un niño es mágica?

–Sí, porque los límites de la fantasía y la realidad los ponemos nosotros y ellos no los tienen. Aunque sepan la verdad se mienten muy bien y esa mentira a veces es fundamental para sobrevivir, no solo los niños, sino todos los diferentes, los locos, los viejos, los excluidos. Su mirada nos conecta con lo mejor de nosotros mismos.

–¿Qué los une?

–Esa mirada. De hecho, son los personajes que me interesan, como estos que conviven en la novela, un anciano con alzhéimer, una niña aislada en su mundo... Los supuestos «normales» somos muy aburridos y además muy malos.

–Se ha basado en personas reales

–Sí, mi padre tiene alzhéimer y una sobrina es síndrome de Down y a veces me duele esa mirada de la gente que no quiere ver. Es algo que me ha hecho crecer, una forma de enfrentarme a esa realidad.

–Escribe sobre lo que vive.

–La literatura que me gusta es la que habla de estos personajes excluidos y me hace crecer por dentro. Necesito esa sanación para proponer algo, para valorar lo bueno de lo que tengo, aunque parezca malo. Mi sobrina es Down, pero es un ángel, es bondad, es maravillosa, no hay nada tan puro.

–En la novela, Maggie padece un trastorno por falta de afecto en el orfanato.

–Me llama mucho la atención que en una niña real que conozco le marque tanto la ausencia de cariño en su primer año de vida. No te acuerdas y, sin embargo, marca toda tu existencia, para bien o para mal. La huella de las carencias afectivas es brutal.

–El afecto nos marca.

–Sobre todo de bebé, pero en todas las edades. La novela es una metáfora de esto, valora ese primer afecto y el último. Con la edad vamos olvidando y el alzhéimer olvida todo; lo último que se pierde es la infancia, el cariño. A un anciano le das la mano y te la coge, el cariño no se olvida.

–Describe los años de plomo en Bilbao desde esa mirada infantil.

–Lo bueno es que los niños no juzgan, no tienen prejuicios. No ven los muros entre las personas, su mirada es limpia. En aquel Bilbao de los 80, para mí eso era fundamental porque estábamos divididos por muros invisibles. Los niños solo ven personas o cosas, el dolor y la sonrisa, no ven si es terrorista, traficante o policía, solo una persona.

–Las ilustraciones de Isabel son esenciales, ¿cómo se gestó vuestra colaboración?

–Eso sí que es magia. Por casualidad, me llegó una carta de una lectora agradeciendo mi primer libro. Era una historia personal que tenía que ver con mariposas y su hermana, síndrome de Down, me regaló una mariposa dibujada. Aquello me dejó perplejo: dije «esto es arte» pero en mayúsculas.

–Y le propuso colaborar

–No sabía cómo ilustrarlo, porque Maggie pinta milagros, quiere cambiar la realidad dibujando. Como todos los niños, dibuja lo que quiere que ocurra. Necesitaba alguien con una perspectiva así, de una niña en la luna, hacia adentro, con problemas para comunicarse. Y me acordé de Isabel.

–¿Se comunica mejor dibujando?

–Hablando tienen dificultades por miedo o vergüenza, pero dibujando o actuando, no; para todo lo que no sea lenguaje verbal tienen una facilidad innata y eso los conduce al arte, porque eso es el arte, expresarse.

–Dibuja símbolos

–Tenía su casa empapelada de dibujos con los que había creado un universo. Mi obsesión era meterme en él para ir con ella porque me estaba dando claves de Maggie. A veces, se negaba, no quería dibujar una sirena porque no existen, solo dibuja la realidad.

–¿Qué aporta ese cromosoma de más en el ADN?

–En él está el secreto de la bondad. Son buenos, hagas lo que hagas, tienen una mirada limpia, afectiva y generosa, no tienen nada suyo.