Mercedes Salisachs: la sombra y la luz
La escritora fallece en Barcelona a los 97 años. Decana de las letras españolas, trabajadora constante y autora de una crónica sociológica propia, ganó el Planeta, entre otros premios, y ha sido testigo de la historia de nuestro país en el siglo XX con miles de lectores fieles
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La escritora fallece en Barcelona a los 97 años. Decana de las letras españolas, trabajadora constante y autora de una crónica sociológica propia, ganó el Planeta, entre otros premios, y ha sido testigo de la historia de nuestro país en el siglo XX con miles de lectores fieles
Solamente el año pasado, cuando su salud se deterioró pero pudo ver publicado la que iba a ser su última obra, «El caudal de las noches vacías» (editorial Martínez Roca), Mercedes Salisachs dejó de escribir. Falleció ayer en la clínica Teknon de Barcelona, a los 97 años, después de una vida fecundamente entregada a la narrativa en la que tuvo múltiples reconocimientos y un caudal fiel de lectores que siguieron su andadura absolutamente excepcional: hasta diez obras publicó en lo que va de siglo, en un ejemplo de trabajo incansable, de instinto literario sin fecha de caducidad. Por esa longevidad y permanencia artística, por ser una mujer que reflexionó sobre algunos de los acontecimientos más importantes de la pasada centuria, que recorrió el mundo –hablaba seis idiomas– y escribió en castellano en su Barcelona natal, llegando a ser incómoda para el poder local por sus declaraciones honestas y políticamente incorrectas, su perfil es del todo irrepetible.
En busca de la verdad
Si en «La conversación» (Ediciones B, 2002), la autora incidía en la lucha entre lo que se dice y lo que se calla –metáfora de la escritura, alegoría de lo que es convivir–, en «Desde la dimensión intermedia», publicada al año siguiente, Salisachs optó por la dimensión fantástica que proporciona el estado de coma que sufría su protagonista, en busca de la verdad interior. Estos dos ejemplos sirven para conocer el trasfondo de toda su narrativa: tramas en las que las relaciones interpersonales son el núcleo de un contexto social marcado y adscrito a la realidad de cada momento. En estas novelas se establecían sendos estudios de la personalidad, mediante la charla de dos desconocidos, Eladio y Daniela, durante un vuelo trasatlántico, y con el íntimo discurso de un moribundo, un exitoso y comprometido escritor al que unos terroristas de ETA habían disparado en el parking de su casa. Ahí nacía el hilo conductor de la extensa historia de su vida, introducida y concluida por los intersticios que sugieren el lugar intermedio entre la existencia y la muerte, «la sombra y la luz», y a la vez el texto se convertía en una crónica sociológica de la España franquista, desde la adolescencia del personaje principal hasta el presente democrático y salpicado de violencia, reclamando entre líneas el lema apuntado al inicio: descubrir el modo de vivir de verdad.
Y Salisachs supo mucho de vivir de verdad, en verano frente a la luz de su casa de Cadaqués, donde conoció a Dalí, en su casa de la burguesía catalana que la vio nacer en 1916. Primero vinieron los estudios de Comercio, luego su matrimonio con un industrial barcelonés, José María Juncadella Burés (desaparecido en 1993), al cual había conocido cuatro años antes durante un período de vacaciones en Lausanne y su huida a San Sebastián, donde se queda hasta la toma de Barcelona en plena Guerra Civil. Cinco Hijos. Retazos biográficos que preceden lo que será su primera novela en 1955, «Primera mañana, última mañana», firmada con pseudónimo. Pero el éxito lo alcanzaría con «Una mujer llega al pueblo» (1956), que gana el Premio Ciudad de Barcelona, y ya publicará sin cesar, compaginando su vocación literaria con su dedicación profesional desde 1964 al mundo de la decoración. Salisachs desarrollará una trayectoria firme, constante, y siempre con grandes desafíos narrativos: en «El declive y la cuesta» (1966) se inspira en la muerte de Cristo, y con «La gangrena» gana el Premio Planeta en 1975.
Esta es su obra cumbre. Ambientada en Barcelona, desde el periodo de la dictadura de Primo de Rivera hasta mediados de los años setenta, conocemos la historia de Carlos Hondero, un tipo atrevido y desalmado. La profundidad de sus pesquisas psicológicas, la elegancia en su decir van a ser los elementos de una literatura que seguirá recibiendo parabienes: en 1983, el premio Ateneo de Sevilla con «El volumen de la ausencia», y en 2004, el Fernando Lara con «El último laberinto». Galardones que cimentarán su tremenda popularidad y que, más allá de lo que significan a efectos comerciales, y de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio que recibió en 1999, no serán tan importantes como el mayor de un escritor: la lealtad de una gran cantidad de lectores atraídos por sus libros donde el sentimiento, lo humano, era el protagonista indiscutible, donde lo novelesco se producía en el diálogo y en los recovecos del alma.